lunes, 19 de enero de 2009

Capítulo XI 4ª Parte.

TRAFICO CON LA
BOMBA ATÓMICA

Desde la más remota antigüedad ha suce­dido que toda nueva arma irrumpe en el combate con mayor o menor margen de ventaja sobre las antiguas, pero no puede conservarlo indefinidamente. Al cabo de poco tiempo surge en manos del enemigo otra semejante que equilibra las fuerzas o una defensa eficaz, si no es que ambas cosas a la vez. Así ha ocurrido desde que el guerrero se creyó seguro detrás de su coraza o dentro de su armadura. La gran superioridad de las armas de fuego fue contestada con recursos semejantes; el gas fue vencido con el gas; el avión con el avión y el tanque con las armas antitanque.

Pese a su imponente poder destructivo, la bomba atómica tampoco escapa a esa regla. Desde un principio fue evidente que la ventaja de quienes poseían atómicas, sobre quienes carecían de ellas, era sólo temporal. O se aprovechaba psicológicamente esa ventaja para ven­cerle la mano al bolchevismo y anularlo como amenaza mundiaj o el bolchevismo tendría más tarde recursos semejantes para neutralizar la transitoria superioridad armada de Occidente.

Los occidentales que protegen al bolchevismo se encargaron de que ocurriera esto último.

La URSS se hallaba 30 años atrás en la investigación atómica y en 1942 la camarilla israelita de Roosevelt comenzó a ponerla al corriente. El comandante norteamericano George Jordán era entonces oficial de enlace entre el ejército rojo y el ejército norteamericano y presenció asombrado cómo se obsequiaban a Moscú secretos atómicos norte­americanos. Dice que uno dé los principales proveedores era Alger Hiss (judío) quien gozaba del apoyo de Roosevelt y era funcionario de la Casa Blanca. Posteriormente se comprobó que Hiss había en­tregado documentos confidenciales al "correo" comunista Whittaker Chambers.(1)

(1)Con anterioridad Hiss influyó para que la educación fuera encau­zada en Estados Unidos hacia el marxismo, aprovechando su puesto clave de Presidente de la Fundación Carnegie.

En México la educación se halla también orientada hacia el marxismo y el Poder Masón se encarga de que esto no se modifique.

Cuando Racey Jordán denunció esa maniobra en el Departamento de Estado, por considerar que la seguridad del país se hallaba en peligro, recibió la sorprendente respuesta de que "los oficiales que llegan a ser demasiado oficiosos corren el peligro de qué se les envíe al Pacífico del Sur".

Cuando en abril de 1945 cesó la resistencia alemana en el frente occidental y las tropas angloamericanas podían haber ocupado casi todos los laboratorios atómicos, una violenta orden de la camarilla de Roosevelt detuvo al general Patton e impidió esa operación. Pese a que los técnicos alemanes preferían rendirse a los occidentales, los comunistas gozaron de facilidades para capturar a muchos de ellos. En septiembre de 1949 el periodista Richard O' Regan escribió:

"Sin la ayuda de los hombres de ciencia alemanes, dijo un alto funcionario norteamericano en Frankfort, los rusos jamás hubie­ran podido descubrir pronto el arma nuclear. Más de 200 peritos alemanes, según se dice aquí, trabajan en la Unión Soviética".

Entre ellos figuraban el profesor Gustav Hertz, quien construyó el ciclotrón alemán para desintegrar el átomo; el Dr. Robert Deopel, fí­sico de Leipzig, y el Dr. Ludwig Beliogua, quien trabajó con Heisenberg en la construcción de la pila atómica alemana.

A su vez el reverendo Edmundo A. Wash, miembro de la Comisión de Adiestramiento Universal, manifestó que 7,000 científicos alemanes habían sido secuestrados por los soviéticos y que en esta forma la URSS logró enormes adelantos en la física nuclear. El perito alemán Werner Kleen declaró en Londres: "Conozco a mis colegas que han ido a Rusia y tengo la certeza de que poseen la bomba atómica. De los 400 profesores, técnicos y especialistas que yo poseía en mi la­boratorio de Berlín, 200 fueron llevados a Rusia". Igual cosa ocurrió a varios de los principales investigadores de proyectiles dirigidos.(1)

(1) Los estudios alemanes dirigidos por el Dr. Eugen Saenger sobre el proyectil T3 y el T4, capaz de volar de Leningrado a Nueva York en 89 minutos, cayeron en poder de la URSS debido a la política prosoviética de Roosevelt. En agosto de 1957 Moscú pudo anunciar que disponía ya de un proyectil trasatlántico para atacar a América.

La investigación del físico Alemán Otto Hahn —que fue el primero en dividir el átomo de uranio y que con eso hizo posible la bomba atómica— cayó en manos de los norteamericanos durante los últimos meses de la guerra. Con esa aportación, los laboratorios de Álamo Gordo, Nuevo México, quedaron a la cabeza del mundo. Meses más tarde las primeras atómicas usadas en combate apresuraban la ren­dición del Japón.

Al parecer en esos momentos el movimiento político judío, protector del marxismo israelita, temió que las fuerzas leales a Occidente logra­ran preponderancia y aprovecharan su ventaja para neutralizar la ex­pansión del marxismo. Numerosos agentes hebreos se movieron enton­ces febrilmente para arrancar a los occidentales los últimos detalles de la bomba nuclear.

Por ejemplo, Bruno Pontecorvo (judío) logró penetrar los más altos círculos británicos de la investigación atómica —como el de Harwell—, se enteró de secretos valiosos acerca de la bomba "H" y lue­go se trasladó a la URSS. Kart Fuchs, también israelita, formaba parte de la banda de espionaje que operaba en Inglaterra y fue descubierto. (En 1959 se le dejó libre y se le permitió ir a trabajar para la URSS a la zona alemana ocupada por los soviéticos).

El diplomático ruso Igor Guzenko se fugó de la embajada soviética en Canadá y reveló que una banda de espías estaba llevando secre­tos atómicos a la URSS. Sus informes condujeron (septiembre 5 de 1945) a la identificación de los espías Echmil Kogan, Gordon Lunan, Israel Halperin, F. W. Poland, Eric Adams, Katheleen Villsher, Matt S. Nightingale, David Shugar, H. S. Gerson, Samuel Sol Burman, Ray-mond Boyer, Alian Nunn May, Agatha Chapman, Emma Voikin, Ger­mina Rabinovich y William Helbein. TODOS ELLOS JUDÍOS. Siguiéndoles la pista a estos espías se localizó a David Greenglas (igualmente hebreo) que trabajaba en la planta atómica de Los Alamos. Estados Unidos. Su hermana Ruth Greenglas servía de enlace entre los espías de Los Alamos y los de Nueva York.


Otro israelita, Harry Gold, bio­químico de Filadelfia, mantenía enlace entre los judíos de Estados Unidos y los espías que operaban en Inglaterra, incluyendo a Fúchs. (El espía David Greenglas fue perdonado y puesto en libertad en oc­tubre de 1960).

Los Greenglas sirvieron de pista para localizar a Julius y Ethel Rosemberg, norteamericanos sólo por nacimiento, pero tan extranjeros de alma como la mayoría de los judíos en cualquier país del mundo. El juicio de los Rosemberg fue un ejemplo admirable de la sutileza del movimiento político judío. La mayoría de los jurados eran israelitas, lo mismo que el juez federal Irving R. Kaufman y el proóurador Irving H. Saypol. Estos últimos estuvieron luchando varios días consigo mis­mos, visitaron sus sinagogas para implorar "luces" y acabaron por sentenciar a muerte a los reos. El diario "New York Post", propiedad de la judía Dorothy Schiff y dirigido por el judío James A. Weshler, fue el que más duramente atacó a los espías israelitas.

La expansión del comunismo, las denuncias de MacCarthy y el es­pionaje acerca de la atómica habían alarmado e indignado tanto al pueblo norteamericano que indudablemente la protección a los espías hubiera causado más daño que beneficio al movimiento político judío. Los Rosemberg, vivos, habrían desbordado la desconfianza y la sos­pecha; muertos seguirían sirviendo a su causa. Su condena sería un símbolo aparente de rectitud y de lealtad por parte de sus jueces. Aisladamente hubo israelitas, como Einstein, que intervinieron en su favor, pero las poderosas organizaciones sionistas dejaron que los reos corrieran su suerte. En todos los países y en todas las épocas los espías descubiertos deben proteger con su muerte el secreto de quie­nes los mandan. En cierta forma los Rosemberg fueron una magna coar­tada de la conjura que desde 1942 estaba entregando secretos ató­micos al Kremlin. David Greenglas confesó que los Rosemberg ha­bían entregado a la URSS una descripción del mecanismo disparador de la bomba atómica, así como un diagrama de su corte transversal. Y sin embargo, ya comienza un tenue movimiento propagandístico para reivindicarlos como ¡nocentes, de la misma manera que se hizo con Dreyfus, el famoso espía judío-francés.

Otra espía israelita, Judith Coplón, empleada del Departamento de Justicia, fue denunciada por el FBI. Durante las diligencias se puso en -claro que en 1947 —cuando no quedaba ya ninguna duda de la ame­naza bolchevique— las altas esferas procomunistas de la Casa Blanca enviaron equipo atómico a la URSS. Un cargamento de este tipo fue conducido a Moscú en agosto de 1947 a bordo del "Mikhail Kutuzov". Según el senador Joseph R. MacCarthy, la persecución de los es pías atómicos fue más activa en Canadá que en los Estados Unidos, y hubo muchos indicios de que el extinto Primer Ministro canadiense Macfcenzie King entregó al Presidente Truman una lista de todos los personajes inmiscuidos en tales actividades, pero esta lista "no llegó hasta los funcionarios que normalmente hubieran investigado el asun­to". El hecho es que cuando en Estados Unidos se iniciaron las inves­tigaciones ya habían logrado huir muchos de los principales inmis­cuidos, tales como Anatolio Yakolev.

Junto a los cabecillas hebreos de esas conspiraciones contra Oc­cidente, un enjambre de traidores, gente culta pero ciega en asuntos políticos, aportó también su cooperación. Entre ellos figuraron Joseph W. Weimberg, catedrático de la Universidad de Minnesota; Fran-klin Renno, científico del campo nuclear del ejército norteamericano; Donald McLean, Secretario del Comité Mixto encargado de los asun­tos atómicos ante la -Gran Bretaña, los Estados Unidos y el Canadá; Guy Burgess, hombre de confianza del Ministerio Británico de Nego­cios Extranjeros, y otros muchos de menor importancia. Los dos últimos huyeron de Inglaterra a Rusia y se llevaron informes secretos sobre actividades atómicas de la Gran Bretaña y Canadá. Dos años después la señora Melinda MacLean, esposa de Donald MacLean, desapareció ¡unto con sus dos hijos. El servicio británico de inteligencia le perdió la pista en Austria, cerca de un "canal secreto" que conduce más allá de la Cortina de Hierro.

Y gracias a que a Rusia se le permitió que se apoderara de equipo y técnicos alemanes, y gracias a que numerosos israelitas en los centros atómicos norteamericanos y británicos fungieron como espías, y gra­cias a que otros funcionarios brindaron secretos a los soviéticos y les concedieron tiempo para realizar sus propias investigaciones, la URSS pudo anunciar triunfalmente el 25 de septiembre de 1949 que ya tenía la bomba nuclear.

El diputado Velde, ex agente de la Oficina Federal de Investigación, y en 1949 miembro de la Comisión de la Cámara que investigaba los actos antinorteamericanos, hizo una dramática exhortación el 25 de septiembre de ese año a fin de que se revisara todo el sistema na­cional de seguridad: 'Los rojos dispusieron indudablemente de tres a cinco años para fabricar la bomba atómica, sólo porque el Gobierno norteamericano, de la Casa Blanca para abajo, asumió durante los últimos 15 años la actitud oficial de tolerar comple­tamente, y a veces hasta de fomentar, las opiniones de los co­munistas y simpatizadores de éstos. A consecuencia de ello existe una red de espías en el Gobierno Federal. ..

"En estos momentos —dijo— se sigue dando a Rusia una can­tidad sorprendente de informes que podrían ser de alto valor militar en un ataque contra los Estados Unidos...
"La negligencia y flaqueza del Gobierno, han permitido emigrar a muchos agentes con secretos valiosos. Esto es prueba de que el Poder Ejecutivo no tiene la intención de dar los pasos ne­cesarios que corrijan sus yerros pasados".

Es extraño que la "negligencia y flaqueza" señaladas por Velde coincidan durante tantos años, con Roosevelt, con Truman, con Eisenhower, con Kennedy y con Johnson, siempre en beneficio del mar­xismo israelita. Que la administración no estaba integrada ni por ne­gligentes ni por débiles se evidenció durante la guerra con Alemania. Esos hombres aptos y resueltos cuando se luchaba contra Hitler no se transformaron súbitamente en todo lo contrario cuando se trataba de frenar al marxismo. Simplemente eran cómplices de éste. Y tal co­sa sólo se explica siguiendo el hilo casi invisible, y más que invisible increíble, de la conspiración más extraordinaria de la historia.

El diputado Velde y el senador MacCarthy tropezaron con grandes obstáculos para investigar los actos antinorteamericanos. Encumbra­dos personajes les dificultaban su labor y hasta el propio Truman les negó que examinaran los archivos y antecedentes de los funcionarios en entredicho. La viuda de Roosevelt (prima en 6o. grado del propio Roosevelt y fanática del movimiento político judío), declaró el 23 de junio de 1953 que "la Comisión de la Cámara para investigar las ac­tividades antiamericanas destruye nuestra reputación en el mundo entero" y pidió que fuera abolida. El sabio israelita Einstein aconsejó a los intelectuales que se negaran a contestar los interrogatorios de los investigadores. El senador judío Herbert H. Lehman acusó a Mac­Carthy de estar levantando el "horripilante símbolo del antisemitis­mo". El Congreso Nacional de la Asociación de Rabinos, de los Es­tados Unidos, se reunió en Atlantic City, el 25 de junio de 1953, y con­denó enérgicamente "las tácticas del senador MacCarthy". Simul­táneamente los monopolios informativos internacionales realizaban una tenue campaña periodística para ridiculizar y desprestigiar a Mac­Carthy presentándolo como ridículo "cazador de brujas".

El movimiento judío, lo mismo que su auxiliar, el masónico, se in­filtra hasta en los organismos que le son hostiles y trabaja secreta­mente para minarlos. En la propia comisión del senador MacCarthy ingresaron los israelitas David Schine, Julius Kahn y Roy M. Cohn.

El 7 de abril de 1954 MacCarthy denunció que comunistas "encum­brados y ocultos" habían demorado la fabricación de la bomba de hidrógeno, en beneficio de Rusia, y prometió revelar más datos. In­mediatamente después el Presidente Eisenhower se vio forzado a re­tirar al israelita Dr. J. Robert Oppenheimer, encargado de las investi­gaciones de la bomba "H". La acusación sobre su criminal sabotaje se vio reforzada por el hecho de que tenía numerosos antecedentes de ser procomunista, lo mismo que su hermano Frank, también físico nuclear.

Poderosas influencias se movieron inmediatamente en favor del judio Oppenheimer y no se llegó ni siquiera a procesarlo. Truman se apresuró a decir que Oppenheimer era "un buen hombre". Por obra de ese "buen hombre", el bolchevismo obtuvo la bomba "H" cuatro meses antes que Estados Unidos. El sustituto de Oppenheimer durante varios años fue el almirante Lewis Straus, también judío, que por lo menos en apariencia había militado en el bando de MacCarthy. (Por insospechados conductos la depuración fue frustrada).


Pero si Oppenheimer no fue castigado, en cambio sí se recrudeció la campaña contra MacCarthy. En vez de acreditársele el servicio que había prestado a su país desenmascarando a un traidor encumbrado, todos los sectores masónicos, israelitas y publicitarios se movieron para combatirlo. El judío Einstein declaró que "el temor" al comunismo en los Estados Unidos ha conducido a prácticas incomprensibles". Meses más tarde se le restó autoridad a MacCarthy aprobando un voto de censura contra él. (La John Birch Society denunció que la campaña contra MacCarthy fue planeada en la propia Casa Blanca).

Investigar los actos antinorteamericanos va convirtiéndose también en "crímenes contra la humanidad".

STALIN ROMPE CON EL JUDAISMO
Y MUERE SÚBITAMENTE

En el primer semestre de 1952 el Mundo Occiden­tal comenzó a ser espo­rádicamente informado acerca de actos "antisemitas" tras la Cortina de Hierro. Los mismos informes mostraban desconcierto y eran poco enfáticos. El régimen bolchevique había sido obra de israelitas en 1917; había contado con la ayuda internacional judía en su crisis económica de 1926; había recibido la ayuda armada más formidable de la historia durante su desesperada situación militar de 1941-1945 y muchos he­breos formaban parte de su estructura básica. Por tanto, parecía in­concebible que en el seno de la URSS el movimiento político judío estuviera sufriendo tropiezos. Increíble y todo, algo muy grave ocurría porque iban en aumento las quejas de que había brotado súbitamente un bárbaro "antisemitismo" ruso. (1)

(1) Ya es una costumbre que cuando el judaísmo político encuentra resistencia a sus planes clama mundialmente que es víctima de persecucio­nes "antisemitas". Del conflicto político no habla jamás y se concreta a pre­sentarse como una víctima de fanatismos raciales o religiosos, con lo cual encubre su propia naturaleza y desprestigia la defensa de sus victimas.

Para los puestos clave dentro del engranaje oficial ya no se daba la misma preferencia a los israelitas, aunque todavía figuraban eminente­mente Lazar Kaganovitch (magnate de toda la industria pesada y de las comunicaciones); Lev Makhlis, ex Ministro de Control del Estado So­viético; María Kaganovitcha, presidenta de la Unión Textil de los Sin­dicatos de la URSS; Moisés Bass, director de Explotación de los Tran­vías de Moscú; losif Malitski, director de Construcciones y de la Industria Pesada de la URSS; losif Gobervman, jefe de la Dirección de los Transportes Automovilísticos de Moscú, y otros muchos que como "representantes" de grandes núcleos obreros tenían incalculable influen­cia política.

Los informes de actos "antisemitas" detrás de la Cortina de Hierro fueron haciéndose más frecuentes y su tono más alarmante. Poco des­pués un hecho extraordinario sorprendió al mundo: el régimen stalinista de Klement Gottwald anunció en Checoslovaquia que acababa de ser descubierta una vasta conjura judía; 14 dirigentes comunistas fueron procesados en Praga y 11 de ellos condenados a muerte. De estos 11, ocho eran judíos y se les ejecutó, con la evidente aprobación de Stalin y de la prensa oficial soviética. A las ejecuciones siguió una insólita purga de israelitas. La posición política de Gottwald como leal colaborador de Stalin fue exaltada profusamente tras la Cortina» de Hierro.

En Rumania fue destituida y encarcelada la judía Ana Pauker, Pri­mer Ministro del país y verdugo del pueblo rumano en su sometimiento al régimen marxista.
La remoción de hebreos se extendió a Hungría, bajo la influencia de Moscú, y en la redada no se escapó ni siquiera el influyente judío Gyla Becsi, Ministro de Justicia, que tan decisivo papel había jugado en el proceso contra el Cardenal Mindszenty.

Las extrañas remociones ocurrieron también en la zona austríaca ocupada por el ejército rojo. El doctor Heinrich Nagler fue removido del Partido Comunista junto con otros funcionarios de su propia ra­za. (1) Igual fenómeno ocurrió en la Alemania Oriental, donde nume­rosos judíos ocupaban puestos públicos. En Rusia misma fueron en­carcelados 26 escritores judíos de lengua yiddish y varios de ellos ejecutados, o sean David Bergelson, Peretz Markish, Itzik Fefer y Da­vid Fefer.

(1) Estos cambios dejaron al descubierto la circunstancia significativa de que la mayoría de los dirigentes que bolchevizaron a los países ocupados por la URSS eran judíos.

¿Acaso Stalin estaba sintiéndose ya lo suficientemente fuerte para deshacerse del Poder Judío bajo cuyo patrocinio se estableció la URSS en 1917 y se salvó de la derrota en 1942? ¿Acaso la posesión del poderío atómico había embriagado a Stalin y se sentía capaz de sacudirse la influencia hebrea? ...

Más desconcertante resultaba la conducta de Stalin porque siempre había dado enfática protección a los judíos, de quienes a su vez re­cibía apoyo político. Sus tres mujeres fueron israelitas: Katy Schwanitz, Allelujah y Nadja Kaganovitch. Hasta se decía que Stalin había hecho valer ante sus protectores hebreos un remoto antepasado judío de su familia.

La alarma de las comunidades israelitas alcanzó su clímax cuando el 13 de enero de 1953 el Kremlin anunció oficialmente que había sido descubierta una conjura de judíos en el más alto instituto médico de la URSS, o sea en la Dirección Sanitaria del Kremlin. Según el anuncio, esos médicos formaban parte de la organización secreta "Joint Committee", la cual operaba bajo el disfraz de una "Agencia de Ayuda Humanitaria" fundada en 1914 por un grupo de hebreos.

El anuncio oficial agregaba que dichos médicos judíos venían trabajando desde muchos años antes en acortar la vida de altas perso­nalidades rusas, mediante diagnósticos y tratamientos sutilmente pla­neados, de lo cual se hallaban convictos y confesos. En concreto, se les acusó de haber envenenado en 1948 a Andrei A. Zhadanov, miem­bro del Politburó y probable sucesor de Stalin; y al general Alexander Sergeivitch, jefe político del ejército rojo, internado en 1945 en dicho Instituto para curarse un mal relativamente leve, el cual fue compli­cándose hasta costarle la vida. También se afirmó oficialmente que en el momento de su captura los médicos israelitas estaban tratando de eliminar al Ministro de Guerra, mariscal A. Vassilevsky, al mariscal Ivan Koniev, comandante de las tropas de tierra, y a otros funcionarios que no eran propicios para sus planes.

El sensacional anuncio aplicaba a los médicos judíos los insólitos calificativos de "viles espías, asesinos y monstruos humanos". Jamás en la URSS se habían proferido calificativos semejantes contra los judíos: allí donde estaba prohibida la palabra "zhidi", por considerarla despectiva y debía utilizarse la de "ivrai" para referirse afectuosa­mente a ellos.

La sensacional denuncia del Kremlin acentuó la remoción de israe­litas. A la vez se glorificó a la doctora Lydia Timashuk por haber dado la pista para descubrir las maniobras de los conjurados y en una so­lemne ceremonia nacional le fue otorgada la máxima condecoración de la Orden de Lenin. Conjuntamente se le rindieron honores a Ryumin, jefe del servicio de investigaciones.

Todos estos sucesos fueron objeto .de amplísimos y alarmados men­sajes transmitidos por el monopolio informativo internacional. No de­jaba de ser significativo que ese monopolio israelita —disfrazado de imparcial objetividad— diera mayor importancia a las penalidades padecidas por un puñado de hebreos que a las espantosas matanzas que sufrían los pueblos ruso, polaco, rumano, etc., etc.

En esos momentos era ya seguro que Stalin había roto su vieja alianza con los padres y protectores del marxismo. El Congreso de Palestina se reunió apresuradamente, lo mismo que todas las orga­nizaciones judías del Mundo Occidental. Se dijo que la situación era sumamente grave y se acordó proceder con suma cautela. En Estados Unidos eminentes personalidades hebreas y la viuda de Roosevelt, poco antes tan entusiastas de la política prosoviética, pidieron públicamente que se adoptaran medidas drásticas "con el fin de impedir —dijeron— una verdadera catástrofe, que sería la consecuencia de la campaña an­tisemita rusa".

Los bolcheviques estaban comenzando a cometer "¡crímenes contra la humanidad!"

Pero mes y medio después de que Moscú había denunciado la con­jura judía, el Kremlin dio la sensacional noticia de que José Stalin ago­nizaba. El 5 de marzo se anunció que había muerto. Según el dictamen facultativo, Stalin había sufrido repentinamente diversas afecciones mortales del corazón, del hígado y de los riñones, e incluso una he­morragia cerebral.

Un agente secreto ruso, Kapanadse, que logró escapar de la matan­za de los leales a Stalin y huir al Occidente, refirió parte de lo acon­tecido. El 28 de febrero Stalin se veía saludable y optimista en su casa de campo de Moscú. En el Kremlin lo aguardaba Krushchev, para celebrar acuerdo. Cuando Stalin llegó a su oficina, se encontró a la Plana Mayor del Partido Comunista. Voroshilov lo increpó sobre el proceso a los médicos judíos y le dijo: "Has deshonrado al Partido de Lenin". Stalin pretendió llamar telefónicamente a su ayudante, gene­ral Alejandro Proslcrebiech, pero el teléfono estaba ya cortado. "¡El Kremlin está tomado!" le gritó Malenkov. Y así, inverosímilmente, con la rapidez con que se desploma la grandeza humana, Stalin vio que era ya un cautivo. Después fue encerrado y encamado y muy pocos co­nocieron su horrendo final.

El agente Kapanadse supo que a veces se levantaba de la cama y caminaba a tropezones, mientras lo insulta­ban y se burlaban de él y que tras penosa agonía murió el 2 de marzo, no el 5 como decía el boletín oficial.

Apenas inhumado Stalin, el 14 de ese mismo mes la radio de Praga (precisamente en la ciudad donde habían descubierto la conjura judía y donde se inició asimismo la purga antisemita) anunció la súbita muerte de Klement Gottwald, de 56 años de edad. Gottwald también había muerto a consecuencia de diversos males: bronconeumonía, pleuresía y hemorragia torácica. No hacía ni 72 horas que había regresado bueno y sano de Moscú...

Simultáneamente con la repentina desaparición de Stalin y de Gott­wald —primer ejecutor de la naciente política rusa contra la conspi­ración judía— ocurrió en la URSS un violento cambio de política. Los médicos judíos fueron inmediatamente sacados de la cárcel y res­tituidos en sus puestos; dejó de llamárseles por sus nombres israelitas y se les aludió con sus postizos nombres típicamente rusos; profesores Vassilenko, Zelenyi, Preobrajenski, Zacussov, Cherechevski, etc.


(1) Públicamente se les desagravió y se dijo que habían sido víctimas de una injusticia. A título postumo "Pravda" hizo a rehabilitación de Salomón Mikhoels, ¡udío fallecido en 1947, a quien durante la investigación de los médicos se le encontró culpable de haber formado parte del com­plot.

(2) Sus verdaderos nombres son Feldman, Gristein, Egorov, Vorsi, Vinogradov, R. Kogan, B. Kogan, Zelin y Stinger. En los censos de la URSS aparecen oficialmente dos millones 250,000 judíos, pero el número real es muy superior, pues la mayoría ostenta la nacionalidad soviética.

El jefe del Departamento de Investigaciones para Casos Especiales, magistrado Ryumin —días antes glorificado como héroe por haber puesto al descubierto gran parte de la trama política israelita— fue destituido y posteriormente ejecutado. Se le acusó de haber hecho "arrestos injustificados de numerosos ciudadanos soviéticos, inclusive figuras sobresalientes en la medicina".

A la doctora Lydia Timashuk, en vida de Stalin homenajeada por haber aportado la pista de la conspiración de los médicos judíos, se la destituyó también de su cargo y no se volvió a decir nada de su suerte. Todos los funcionarios rusos que intervinieron en el proceso de los médicos israelitas fueron acusados de "ceguera política" y de in­famar "injustamente a ciudadanos soviéticos".

En la gigantesca "purga" contra todo el que había osado poner la mano sobre el oculto Poder Judío no se escapó ni el temible ¡efe de la Policía Secreta, Lavrenty P. Beria, quien fue ejecutado junto con seis de sus colaboradores. Beria aparecía también como responsable ¿e las investigaciones practicadas contra la conjura de los médicos. Las destituciones y los fusilamientos cimbraban toda la MVD (Policía Secreta rusa) y evidenciaron que existía otra superpolicía capaz de ahogar en sangre cualquier intento de rectificación política.

El coronel general V. S. Abakumov, Ministro de Seguridad de la URSS; A. G. Leonov, ¡efe de los servicios de instrucción del Ministerio; V. I. Komarov y L. I. Tatchev, funcionarios de la misma dependencia, fueron igualmente destituidos y después ejecutados. También se les acusó de "inventar complots para acusar a elementos del Partido, del gobierno y de los intelectuales".

Tan sólo en la provincia natal de Stalin (Georgia) fueron "purga­dos" del Partido Comunista 3,011 stalinistas.

Ante el drástico cambio operado con la muerte repentina de Stalin y Gottwald, el periodista Jean Danés, de la "France Press", cablegra­fió desde Viena el 4 de abril de 1953: "Lo que retiene la atención de los observadores vieneses es el carácter publicitario dado a la noticia, la insistencia con la que los servicios de información de la URSS y de los países satélites anuncian al mundo entero casi sin interrupción desde hoy por la mañana, que los médicos judíos habían sido injustamente denunciados, detenidos, convictos y condenados. Se tiene la impresión de que en Moscú se ha querido que esta noticia de la rehabilitación sea tan sensacional como la de la acusación. Pues bien, una se produjo antes de la muerte de Stalin. La otra después. Esto aumenta su carácter extraordinario".

A la rehabilitación de los médicos y de otros funcionarios judíos siguió una intensa campaña en la URSS para borrar todo vestigio de desconfianza hacia los israelitas, y en esta tarea se entremezclaron la propaganda, las destituciones y los fusilamientos.


Pero estas matanzas, en que las víctimas eran funcionarios rusos dejaban ya de ser "crímenes contra la humanidad", y el doctor Israel Goldstein, Presidente del Congreso Judío Norteamericano, declaró satisfecho en Nueva York: "El informe de que la acusación contra los médicos ha sido retirada es una magnífica señal de que el Krem­lin está respondiendo a léP presión hecha desde el exterior.. . La campaña antisemita tras la Cortina de Hierro parece estar ter­minando".

Al hijo de Stalin, general Vasiiy, se le retiró de la Fuerza Aérea y oficialmente no volvió a hablarse de su paradero. (El 4 de enero de 1955 se publicaron en Viena informaciones de que había muerto en un campo de trabajos forzados).

Apenas muerto José Stalin, el "Pravda" publicó: "Ha empezado el proceso en contra de Stalin, un proceso de antideificación". Pos­teriormente la Gran Enciclopedia Soviética (tomo 22) publicó un relato muy frío sobre la vida de Stalin y su muerte. (1)

(1) En Nov. de 1961 el Presidium Soviético condenó la memoria de Stalin, mandó sacar su momia del mausoleo de honor en la Plaza Roja, quitó su nombre a calles y ciudades y retiró los libros de Stalin y los de quienes lo elogiaban. A la ciudad de Stalingrado se le puso el nombre de Volgogrado.

Entretanto, todavía no marchitas las flores sobre la tumba de Gottwald (el director checo que inició los procesos contra los jefes judíos), la política de Checoeslovaquia dio una media vuelta semejante a la ocurrida en Rusia al morir Stalin: los acusadores de los judíos fueron acusados de "ceguera" y los israelitas presos quedaron en libertad y fueron rehabilitados. Esto se repitió en Hungría, en Alemania Orien­tal, en Polonia y en Rumania.

En pocos días, después de la súbita muer­te de Stalin y de Gottwald, los altos dirigentes marxistas judíos re­cuperaron todo el terreno que habían perdido tras la Cortina de Hierro.
El monopolio informativo internacional (judío), que días antes había sacudido al mundo cuando la purga de Stalin afectaba a los israelitas, se volvió luego extremadamente discreto para anunciar la persecu­ción o matanza de los rusos acusados de "ceguera política". Y es que en este último caso ya no se trataba de "crímenes contra la huma­nidad". ..

El Vaticano comentó el 13 de abril (1953) que la nueva política del Kremlin era observada con "amargura" porque los nuevos amos del Kremlin "odian a la Iglesia Católica aún más intensamente que José Stalin". "El desarrollo reciente de la política del Kremlin —dijo el Osservatore Romano el 2 de abril, 28 días después de la muerte de Stalin— permite creer que está por abrirse un nuevo capítulo de persecuciones religiosas. Sin duda será este el preámbulo de las peores persecuciones religiosas en toda Rusia".

Los acontecimientos comenzaron poco después a justificar esos te­mores. El 27 de septiembre el periodista Robert Grandmougin infor­mó desde París acerca de las persecuciones, matanzas y encarcela­mientos de religiosos, que estaban ocurriendo en la URSS y en todos los países satélites. "La Iglesia del Silencio —decía— es hoy el tér­mino consagrado para designar la parte de la Iglesia que sufre al otro lado de la Cortina de Hierro". En efecto, en 1957 el cris­tianismo fue definido oficialmente por el Kremlin de la siguiente ma­nera: "El cristianismo empezó, como cualquiera otra ideología, por ser una fantástica refracción de la vida social, y por ello, es histó­ricamente de naturaleza transitoria... Con la liquidación en la URSS y en los países de las democracias populares del sistema explotador, las raíces sociales del cristianismo han sido destruidas al igual que las de toda religión". (Vol. 46 de la Gran Enciclopedia Soviética, II Edición).

Y en el veintidoseno congreso del Partido Comunista, celebrado del 17 al 31 de octubre de 1961, Krushchev dijo: "La educación co­munista presupone el libertar a las conciencias de las supersti­ciones religiosas... Necesitamos, pues, un sistema orgánico y sistemático de educación científico-ateísta, que se extienda a to­dos los sectores". Luego el Congreso aprobó: "Conducir una lu­cha decidida contra todas las manifestaciones de la ideología burguesa, contra los residuos de la sicología de propiedad pri­vada, los prejuicios religiosos y los demás residuos del pasado". Pero en este caso no hubo protestas de los políticos occidentales, n¡ el monopolio informativo internacional mostró alarma y sensación, ni la viuda de Roosevelt (nuevamente simpatizadora de la URSS) pidió que se hiciera "algo" drástico, como lo había pedido cuando la de­tención de los médicos judíos. Y es que ya no se trataba de "crí­menes contra la humanidad"...

Stalin y sus íntimos leales fracasaron mortalmente en su tardío in­tento de sacudirse el patrocinio político judío.

Tras el efímero régimen de transición de Malenkov, se asentó fir­memente en el poder el judío Nikita Sergievich Krushchev (original­mente Nikita Salomón Pearlmutter) y llevó consigo a sus hermanos ra­ciales Nicolás Bulganin, como primer ministro; Lazar Kaganovich, como ¡efe de la comisión atómica y de la industria pesada; Davidovich Ber-man, ¡efe de los campos penitenciarios de la MVD; Kruglov, jefe de la MVD, y más tarde puso como jefe de los ejidos colectivos a llia Yagulín y como director del poderoso consejo económico (de la indus­tria y la construcción) a Benjamín Dymshits, además de otros muchos en puestos clave, incluso en el ejército.

La publicación "Trud", órgano de los sindicatos soviéticos, reveló que 7,500 judío-rusos formaban parte del Soviet Supremo, de los soviets regionales o de los consejos municipales (enero 6 de 1961). El diario judío-americano "New York Times" y la revista judío-soviética "Sovietist Heimland" publicaron in­formaciones semejantes, coincidiendo en que había 7,500 funciona­rios judíos en puestos importantes. La revista agregó que los judíos tienen mayoría en la educación superior en la URSS y que doscientas obras de escritores hebreos habían tenido un tiraje de doce millones de ejemplares (Nov. 23 de 1962).

La prohibición de algunas publicaciones en Yidish —que dio lugar a intencionadas versiones de que se persigue al judaismo en la URSS— es sólo una maniobra para encubrir la verdadera situación.

Al morir el judío David Reiser, ex ministro de construcciones (25 de Dic. de 1962) Krushchev le rindió homenaje como "uno de los más eminentes constructores de la URSS". Tan sólo en Moscú la población judía asciende a seiscientas mil personas y ocupa buenos puestos en la organización oficial. (Entre los peritos de enseñanza superior figuran 427,000 israelitas, además de 36,173 científicos. También manejan la Academia de Ciencias, el Teatro Bolshoi, el Teatro Mali de Leningrado; encabezan la delegación soviética a la conferencia del desarme de Gi­nebra y la misión soviética en la ONU, con Tsarapkin y Mendelevich, respectivamente. En el Ejército rojo tienen cien congéneres, tan sólo en la jerarquía de general).

Krushchev hizo su carrera política como verdugo del pueblo ruso. Cuando en 1924 el jefe judío Kaganovich llegó a Ucrania a reprimir la oposición anticomunista, Krushchev se distinguió como colaborador suyo. En 1929 Krushchev fue llevado a Moscú, donde sus labores de represión costaron la vida a 500 hombres. En 1937 se le comisionó a Rostov, también para sojuzgar a la población descontenta, y ahí hizo ejecutar hasta al jefe local, Shebaldaiev. Ese mismo año recibió el en­cargo de aplacar a los ucranianos que seguían oponiéndose al bolche­vismo y entonces realizó la llamada "gran purga ucraniana", en la que perecieron incontables personajes. Durante la invasión alemana fue comisario para reforzar la resistencia y finalmente participó en el de­rrocamiento secreto de Stalin.

En julio de 1957 Krushchev cambió a puestos menos importantes a Malenkov y al eminente Kaganovich, pero no se trataba de un rompi­miento ideológico, sino de diferencias en cuanto a la táctica. Ante los frecuentes brotes de rebeldía Krushchev quería frenar algo la in­dustria pesada, en favor de la producción de víveres.

Sin embargo, Krushchev fracasó rotundamente en la producción agrí­cola, tuvo que recurrir a la ayuda de Occidente para cubrir el consumo interno de trigo, y no logró que China y Rumania se disciplinaran ca­balmente a su táctica internacional marxista. Esto provocó descontento en los altos mandos y se formó un grupo que deseaba derrocar a Krushchev. En mayo de 1963 falló un complot, el coronel Oleg Penkovsky fue capturado y fusilado y hubo una purga de cuando menos doscientos políticos y militares. La censura no dejó trascender nada de esto, pero un grupo de los conjurados logró escapar en una barcaza, a través del Mar Negro, llegó a Turquía e hizo revelaciones al Servicio de Inteli­gencia americano.


De todos modos, el malestar continuó dentro de la URSS y Krush-chev fue derrocado y encarcelado en octubre de 1964. El poder quedó, sin embargo, dentro de la misma familia marxiste, bajo Leonid Brejnev y Alexei N. Kosygin. El periódico judío "The Canadian Jewish News" (13 de Nov. de 1964) y un informe de "Newsweek" revelaron que Brejnev se halla casado con judía y que sus hijos se educan como miembros de la comunidad judía-soviética

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