viernes, 24 de julio de 2009

Capítulo IX 3ª Parte

TRANSFORMACIÓN DE LA FLOTA SUBMARINA

Mientras que en los bombardeados astilleros se trabajaba afanosamente en la construcción de una nueva flota submarina con naves de inusitada eficacia, los modelos antiguos se consumían en el Atlántico luchando contra las flotas aliadas.

Las armas antisubmarinas se habían perfeccionado, entretanto, y los aliados pusieron en acción los siguientes recursos: I) Detectores que flotaban en las olas y delataban la proximidad de los sumergibles para que los bombarderos se dirigieran contra ellos. 2) Minas a di­versas profundidades, cerca de la costa inglesa, que estallaban al aproximarse el sumergible. 3) Cargas de profundidad más potentes, cuya explosión podía causar graves daños a 50 metros de distancia. 4) Boyas acústicas que emitían ruidos de hélices y ondas de detecto­res para que los submarinos creyeran que se aproximaban muchos barcos (esto como guerra de nervios). Todo esto a la vez que mil quinientos aviones y tres mil embarca­ciones continuaban a caza de sumergibles.

Las pérdidas de submarinos alemanes fueron en 1944 más altas que el año anterior. Definitivamente había pasado ya la época de las na­ves lentas bajo el agua que en poco tiempo necesitaban subir a la superficie para que trabajaran sus motores diesel y se volvieran a car­gar sus acumuladores eléctricos.

La Batalla del Atlántico se volvió tan difícil para los sumergibles que en abril se dio el siguiente hecho: el U-66 del subcapitán Seehausen buscaba al petrolero-submarino U-488 para ser abastecido, pero en ese momento éste era bombardeado y hundido; el Mando Naval ordenó entonces al U-515 del comandante Henke que acudiera a dar­le petróleo al U-66, pero en el camino fue destrozado por otro bom­bardee cerca de las islas Azores. Luego se radiaron órdenes al U-68 del capitán Lauzemis a fin de que diera petróleo al U-66, pero Lauzemis ya no contestaba. Por último, se hizo contacto con el U-188 del comandante Luedden a efecto de que auxiliara al submarino sin combustible del subcapitán Seehausen, pero para entonces éste ya había, sido hundido por el enemigo... Entretanto el comandante Hen­ke, del U-515 hundido cerca de las Azores portador de la Cruz de Hierro y de las Hojas de Encina, fue hecho prisionero y luego ejecuta­do, bajo la acusación de haber intentado fugarse.

Inexorablemente iba descendiendo el número de barcos aliados hun­didos y aumentando el de submarinos que no regresaban.

Para agravar las cosas, la invasión aliada de Francia privó a la flota submarina de sus bases en el Golfo de Vizcaya y en el Canal de la Mancha y la obligó a retroceder a los lejanos puertos alemanes. Al­gunos tipos .de sumergibles unipersonales, de corto radio de acción, ya no pudieron ponerse en servicio.

La invasión aliada de Francia se realizó con poderosísima escolta y Doenitz pidió a sus hombres que corrieran los más graves riesgos pero que trataran de hundir naves de desembarco. "El submarino que con­tribuya a aumentar las pérdida», del enemigo en el desembarco ha cumplido su misión más alta y justificado su existencia aunque él también haya de quedarse allí". Y en efecto, de 45 sumergi­bles empeñados en esa desigual batalla en las costas francesas se perdieron 20, a cambio de la destrucción de 21 barcos aliados.

Según el instructivo de la aviación americana, cada nave de desembarco podía llevar en promedio 14 tanques, 3 obuses, 42 cañones, 8 carros de combate, 18 ametralladoras pesadas, 142 toneladas de re­facciones, 670 toneladas de víveres y 33 recipientes de gasolina.

A mediados de año se probó con éxito el "Schnorchel" o "ronca­dor", mediante el cual el submarino ya no necesitaría salir a la superficie para cargar acumuladores. Premiosamente se comenzó a ins­talar este "roncador" o pulmón acuático en los sumergibles que re­gresaban, y se le agregó una .capa de caucho espumoso que absorbía los rayos detectores enemigos y un receptor que brindaba al submarino —durante la carga de la batería;— la seguridad de bajar a gran profundidad antes de que se acercara el enemigo. Un nuevo torpedo, acústico, que seguía a los barcos por el ruido de sus hélices, comenzó a probarse y hundió muchas corbetas y destructores de escolta. Con estos adelantos se vio desde luego que se reducían vertiginosamente las pérdidas de sumergibles. La aporreada arma de Doenitz estaba ya resucitando.

Y algo más decisivo, o sea la renovación total de la flota subma­rina, estaba realizándose penosa y angustiosamente en los bombar­deados astilleros. En medio de ruinas, en túneles o en refugios sub­terráneos, la organización del ministro Speer empezó anhelosamente en mayo de 1944 la construcción de los nuevos sumergibles tipo XXI, XXjll y XXVI. Los tipo XXVI desplazaban 850 toneladas y desarrolla-rí^n 32 kilómetros por hora bajo el agua, en vez de 10 que desarrolla­ban los modelos en uso; podían ir de Europa a Asia sin emerger; ten­drían motores eléctricos silenciosos; hélices sin ruido; un ojo eléctrico para disparar a 40 metros bajo el agua, con 100% de exactitud, y 20 torpedos. Asimismo se les estaba equipando con un nuevo receptor lla­mado "mosquito", que detectaba los silbidos de las detecciones ene­migas de alta frecuencia y las gamas más bajas de las ondas decimétricas. (I)

(1) Los submarinos atómicos de 1960 apenas superaron en 6 kilómetros por hora la velocidad del tipo XXVI.

Mancha y la obligó a retroceder a los lejanos puertos alemanes. Al­gunos tipos .de sumergibles unipersonales, de corto radio de acción, ya no pudieron ponerse en servicio.

La invasión aliada de Francia se realizó con poderosísima escolta y Doenitz pidió a sus hombres que corrieran los más graves riesgos pero que trataran de hundir naves de desembarco. "El submarino que con­tribuya a aumentar las pérdida», del enemigo en el desembarco ha cumplido su misión más alta y justificado su existencia aunque él también haya de quedarse allí". Y en efecto, de 45 sumergi­bles empeñados en esa desigual batalla en las costas francesas se perdieron 20, a cambio de la destrucción de 21 barcos aliados.

Según el instructivo de la aviación americana, cada nave de desembarco podía llevar en promedio 14 tanques, 3 obuses, 42 cañones, 8 carros de combate, 18 ametralladoras pesadas, 142 toneladas de re­facciones, 670 toneladas de víveres y 33 recipientes de gasolina.

A mediados de año se probó con' éxito el "Schnorchel" o "ronca­dor", mediante el cual el submarino ya no necesitaría salir a la superficie para cargar acumuladores. Premiosamente se comenzó a ins­talar este "roncador" o pulmón acuático en los sumergibles que re­gresaban, y se le agregó una .capa de caucho espumoso que absorbía los rayos detectores enemigos y un receptor que brindaba al submarino —durante la carga de la batería;— la seguridad de bajar a gran profundidad antes de que se acercara el enemigo. Un nuevo torpedo, acústico, que seguía a los barcos por el ruido de sus hélices, comenzó a probarse y hundió muchas corbetas y destructores de escolta. Con estos adelantos se vio desde luego que se reducían vertiginosamente las pérdidas de sumergibles. La aporreada arma de Doenitz estaba ya resucitando.

Y algo más decisivo, o sea la renovación total de la flota subma­rina, estaba realizándose penosa y angustiosamente en los bombar­deados astilleros. En medio de ruinas, en túneles o en refugios sub­terráneos, la organización del ministro Speer empezó anhelosamente en mayo de 1944 la construcción de los nuevos sumergibles tipo XXI, XXIll y XXVI. Los tipo XXVI desplazaban 850 toneladas y desarrollarían 32 kilómetros por hora bajo el agua, en vez de 10 que desarrolla­ban los modelos en uso; podían ir de Europa a Asia sin emerger; ten­drían motores eléctricos silenciosos; hélices sin ruido; un ojo eléctrico para disparar a 40 metros bajo el agua, con 100% de exactitud, y 20 torpedos. Asimismo se les estaba equipando con un nuevo receptor lla­mado "mosquito", que detectaba los silbidos de las detecciones ene­migas de alta frecuencia y las gamas más bajas de las ondas decimétricas. (I)

(1) Los submarinos atómicos de 1960 apenas superaron en 6 kilómetros por hora la velocidad del tipo XXVI.

Mediante esos adelantos los nuevos sumergibles iban a revolucionar la guerra en el mar. Se podría conocer la proximidad de barcos a 80 kilómetros de distancia y precisar si se trataba de destructores, cru­ceros o mercantes. Con marcaciones acústicas el submarino podría acercarse a los barcos y hacer funcionar su equipo electrónico "S", que aportaría datos sobre el rumbo y velocidad del objetivo. Y esos datos se transmitían al nuevo dispositivo "Tek" para graduar auto­máticamente el disparo de los torpedos. Por último, los torpedos mo­dernizados "Lut" zigzaguearían para alcanzar el objetivo con una exac­titud del 95 al 99%.

Los comandantes del submarino que visitaban las nuevas construc­ciones quedaban maravillados. Los más optimistas no habían soñado nunca con algo tan perfecto. Y ante sus graves pérdidas no cesaban nunca de exclamar: "¡Cuando tengamos los XXVI!...

Pero mientras éstos eran terminados, 243 sumergibles de la vieja guardia y sus nueve mil tripulantes se inmolaban durante 1944. (El total de bajas ascendía a 617 naves y 24,000 submarineros en los 5 años de guerra).

Por su parte, las flotas aliadas llevaban perdidas 20 millones 527,000 toneladas de barcos. Un equivalente a 3,421 naves de seis mil tone­ladas cada una. De ese total, los submarinos habían hundido más de 14 millones de toneladas y el resto los aviones y las minas.

Las bajas submarinas de 1944 fueron afrontadas con la esperanza de un devastador desquite para 1945. Los constructores de los nue­vos sumergibles habían dicho que terminarían trescientos de ellos para el otoño de J 945, pero el ministro Speer aceleró los trabajos y aseguró que los entregaría para la primavera. En los astilleros se trabajaba con desesperado empeño en la seguridad de que la nueva arma cau­saría un cataclismo jamás visto en las flotas aliadas. Doenitz armaba lobos más feroces para 1945.


SUPREMO ESFUERZO DE SOVIÉTICOS Y ALEMANES

Reafirmando a Berdiaeff, el filóso­fo Walter Schubart dice que el gozo de quemarse a sí mismo es una característica nacional rusa, y cita el casó de los "propios incen­diarios" moscovitas que en el siglo XVII buscaban la muerte por medio del fuego como un acto de consagración religiosa. "Igual placer de quemarse a sí mismos surgió en 1812 —dice— y en 1918 se desmandó orgiásticamente. El ruso se complace en ver perecer, incluso a sí mismo. Se goza con las ruinas y añicos. Conocida es la costumbre rusa de arrojar en las orgías copas contra la pa­red".
Algo semejante observó también el ex Secretario de Defensa de Estados Unidos, James V. Forrestal, quien anotó en su Diario que para limpiar los campos de minas los rusos utilizaban hombres en vez de máquinas. "En su conducta de guerra —afirmó— los guiaba una total y despiadada falta de respeto a la vida de sus soldados".

Coincidiendo con todo lo anterior el periodista americano William L White relata el azoro y temor de varios pilotos compatriotas suyos cuando los aviadores rusos que los conducían se elevaron sin ninguna ,: precaución, sin haber calentado siquiera los motores y haciendo es­calofriantes piruetas. Dice que el piloto ruso les preguntó sorprendido: "¿Qué les pasa? ¿Tienen miedo de morir?"...

En fin, sería interminable la relación de hechos históricos y anéc­dotas que pintan la ancestral indiferencia del ruso hacia la muerta Esta característica tuvo una amplia y macabra comprobación durante la última guerra. Ya por el otoño de 1943 las bajas soviéticas ascen­dían a 16 millones de hombres, entre muertos, prisioneros y heridos.

En 1944 Moscú hizo un supremo esfuerzo para extraer más reservas de todos los confínes del país y echó mano de todo el que pudiera cargar un fusil. El general español Valentín González presenció hasta la movilización de niños de las escuelas para sustituir a los adultos que eran reclamados por el ejército.

Pese a que entonces el, frente alemán iba retrocediendo y esto daba una apariencia de desahogo para las armas soviéticas, la situación de la URSS era desesperada. Nunca nación alguna había sufrido bajas tan enormes. Sólo la firme mano de Stalin, la implacabilidad de la NKVD y la insólita capacidad de sufrimiento del pueblo ruso podían realizar el milagro de mantener a la nación en pie de guerra.

El propio periodista White refiere al respecto que las mujeres cubrían del 50 al 65% de las plazas en las fábricas, y el resto era desem­peñado por ancianos, muchachitos o enfermos. "En el avance hacia Prusia y Varsovia (1944) ninguno puede afirmar—agrega— que ellos no hayan mantenido la fe, arañando hasta el fondo del barril de su potencial humano, arrojando a sus mutilados de guerra, semi-inválidos y niños casi, a la batalla. Su sacrificio, desde el punto de vista del potencial humano, fue fantástico. En la re­taguardia no se ve ningún joven que no lleve uniforme con señales evidentes de haber participado en la lucha. Y, absolutamente, es imposible ver hombres de 16 a 40 años en los bancos de las fá­bricas...
Cuando la invasión en Francia, de los angloamericanos, los rusos cumplieron su compromiso de lanzar una ofensiva en el Este, y estuvieron enviando hombres que previamente habían sido retirados por heridas, y otros previamente rehusados por defec­tos físicos: la escoria del material humano de cualquier nación".(l) El doctor y capitán Dimitri Konstantinov da una versión que con­cuerda con la anterior. Dice que las unidades soviéticas sufrían enor­mes bajas en 1944 debido a su deficiente entrenamiento, al grado de que numerosas divisiones tuvieron que ser totalmente reequipadas y entonces se les hizo la siguiente exhortación:

(1) "Mi Informe Sobre los Rusos".—Por William L. White.

"Constituyen ustedes las últimas reservas disponibles en el país a las cuales corresponderá poner término a la guerra victoriosa izando la bandera de la Unión Soviética sobre la Gudadela del fascismo alemán en Berlín... Pero, camaradas, con la termina­ción de la guerra no se habrán resuelto, ni mucho menos, algunos problemas de orden internacional derivados del presente conflicto. El tratado de paz que habremos de firmar juntamente con Inglaterra y los Estados Unidos llevará en sí el germen de una nueva guerra... Estamos luchando por la victoria del comunis­mo en el mundo entero y, en consecuencia, por la total aboli­ción del sistema capitalista". (I)

(1) "Yo Combatí en el Ejército Rojo"—Por Dimitri Konstantinov.

Los comisarios que hacían esa excitativa desempeñaban una fun­ción vital. Eran los encargados de apuntalar la moral de las tropas de exterminar cualquier-brote de rebeldía y de conminar a las unidades a que entraran en batalla 'aun ba]o las condiciones más difíciles. , Durante el primer año de lucha la gran mayoría de estos comisarios eran judíos. Luego fueron relevados por jóvenes fanáticos del movi­miento ateísta "komsomol" y pasaron a ocupar otros puestos a reta­guardia del frente. Hasta el primero de octubre de 1944 Stalin había concedido condecoraciones a 55,767 judíos que se distinguieron en el, ejército rojo. Este ejército había sido creado por los hebreos bolche­viques de 1917 (entre cuyos caudillos figuró Bronstein) y era natural que los judíos de" 1941 lucharan desesperadamente por salvarlo.

Mediante la ayuda de Roosevelt y Churchill los soviéticos conta­ban en 1944 con una superioridad de 6 a I en tanques y de 10 a I en artillería, y 500 divisiones soviéticas embestían sangrientamente a 176 divisiones alemanas. Sin embargo, lo mejor del ejército rojo había perecido y las nuevas y heterogéneas reservas no explotaban al má­ximo su abrumadora superioridad. En algunos sectores los rojos conta­ban hasta con 300 piezas de artillería por kilómetro de frente. En la primera guerra se consideraba que 160 cañones por kilómetro era ya algo formidable.

El desplome de Italia en 1943 y la invasión de Europa Occidental en 1944 forzaron a Alemania a disminuir sus efectivos en el frente antibolchevique. Tres millones y medio de hombres —que podían haber dado el tiró de gracia a la URSS— luchaban lejos del frente ruso (1.995,000 en el ejército y 1.500,000 en las defensas antiaéreas y otros servicios).

El 22 de junio 146 divisiones de infantería y 43 brigadas blindadas soviéticas embistieron sobre el grupo de ejercitas alemanes del ma­riscal Busch, en el sector central del frente. Cuando una ola de ata­cantes era diezmada y quedaba exhausta, otra marchaba inmediata­mente atrás y la ofensiva no se interrumpía ni de día ni de noche. El mando bolchevique pagó un elevado precio de sangre, pero abrió grandes boquetes y penetró hasta los vastos bosques del oriente de Minsk, donde los alemanes habían copado a varios ejércitos rusos al iniciar su ofensiva de 1941.

Al avanzar profundamente las cuñas soviéticas, parte de los ejér­citos alemanes 4° y 3* se mantuvieron firmes en Bobruisk, Orscha y Witebsk tratando de desarticular la ofensiva soviética. Seis divisiones, quedaron cercadas, rechazaron frecuentes intimaciones de rendición y causaron crecidas bajas a los rojos. Cuando al fin capitularon, su suerte fue particularmente desventurada porque los bolcheviques se hallaban frenéticos por las bajas padecidas y celebraron su triunfo eje­cutando a millares de prisioneros. Los restantes fueron destinados a jor­nadas de trabajo tan duras que no podrían sobrevivir por mucho tiempo.

Todo el sector central del frente alemán fue prácticamente destrui­do. Veinticinco divisiones (cerca de 300,000 hombres) se consumieron arraigadas al terreno que ocupaban. Hitler echó mano de unidades en formación y de restos de divisiones, que puso en manos del ma­riscal Walter Model, sucesor del mariscal Busch. Model tenía fama de irradiar "energía y valentía". Desde que era comandante de división se le veía en los sitios más peligrosos. "Ahí donde hacía acto de pre­sencia actuaba como una batería que cargaba de energía a los ago­tados comandantes". Era uno de los pocos generales adictos a Hitler y en el invierno de 1941 ya había salvado al 9o. ejército de ser cercado por los soviéticos. La comisión que se le encomendó en 1944 era todavía más grave. Se trataba de salvar todo el sector central del frente anticomunista. Model hizo filigranas de combinaciones tácticas y logró suturar el frente, aunque sacrificando el terreno que práctica­mente ya se había perdido.

Esa fue una de las más venturosas ofensivas bolcheviques durante 1944. En otras ocasiones los soviéticos abrían brechas y sus coman­dantes se lanzaban entusiasmados a intentar el copamiento de fuerzas enemigas, pero sufrían costosos descalabros. La hazaña que habían logrado en Stalingrado no pudieron volverla a repetir.

En enero (1944), cuando los rusos penetraron profundamente entre los ejércitos 4° y I°, del sector sur, no tardó en caer sobre ellos un medido contraataque en el que perdieron 8,000 hombres, muertos; 5,500 prisioneros, 700 tanques, 200 cañones y 500 antitanques. Ca­torce divisiones bolcheviques de infantería y 5 cuerpos blindados omotorizados quedaron deshechos y. sus restos huyeron por la brecha donde habían penetrado.

En los dos primeros meses de 1944 los bolcheviques perdieron en el sector sur del frente 25,353 prisioneros, 3,928 tanques, 788 cañones y 3,336 armas antitanque. 'Este era un índice de la gran cantidad de pertrechos que el Ejército 'Rojo seguía recibiendo de Roosevelt, de Churchill y de las fábricas soviéticas.

Muchos de los combates librados en el frente ruso durante 1944 han quedado como ejemplo en la ciencia militar. El teniente coronel Henry D. Lond, instructor de artillería del Ejército Americano, cita algunos de ellos en "La Ruptura del Envolvimiento". Estudia el caso de dos cuerpos de ejército alemán que por no ceder terreno fueron copados en Tscherkassy, en el sector sur del frente. Ambos cuerpos, integrados por 7 divisiones, eran mandados por los generales Stem-mermann y Lieb. Una fuerza de rescate alemana trató de liberarlos y en su embestida destruyó 700 tanques, 150 piezas de artillería y 600 cañones antitanque, pero la resistencia enemiga y la nieve la dejaron paralizada a 13 kilómetros de los copados.

El general Von Seydlitz, que junto con Von Paulus había sido cap­turado por los rusos en Stalingrado, exhortó por radio al general Sternmermann para que capitulara, haciéndole ver que lo sitiaban 35 di­visiones soviéticas y que no tendría salvación. Stemmermann se negó a rendirse, informó a sus tropas de la gravedad de la situación y pla- neo el rompimiento del cerco sin fuego de artillería, para no delatar la dirección del ataque.

La noche del 16 de febrero, durante una tormenta de nieve que cu­bría el suelo en más de un metro, y con una temperatura de 10° a 20° bajo cero, se inició el ataque a bayoneta calada, con objeto de hacer el menor ruido posible. En la madrugada del día siguiente los alema­nes consiguieron romper el cerco y reintegrarse al frente común. En Ia acción pereció el general Stemmermann y fue inevitable abandonar a todos los heridos al desventurado destinó que les esperaba en manos de los bolcheviques. Estos no tenían compasión para los enemigos heridos, ni la pedían para los propios.

Aunque retrocediendo, cayendo y levantando, el frente alemán en Rusia seguía en pie. Y aun era frecuente que se defendiera con duros zarpazos. El poder ofensivo de las fuerzas soviéticas había descendido visiblemente, en particular el de su ya improvisada infantería, y sólo así se explicaba que no hiciera trizas al frente alemán. Tan sólo en el sector sur operaban 206 divisiones bolcheviques contra 60 divisiones de-los ejércitos alemanes 6o., 8o., lo., y 4o., que desde 1942 lucha­ban sin descanso y que iban dejando jirones de sí mismo en sus obli­gados repliegues de río en río. Del Don al Donetz; del Donetz al Dnié­per, y del Dniéper al Bug.

Hitler reunió a los comandantes del frénate oriental y les habló de la necesidad de inculcar en el ejército la doctrina nacionalsocialista y de la importancia de acerar la fe en la victoria. En una parte de su discurso lanzó una indirecta a los más altos jefes, diciéndoles: "Porque si hubiera de suceder que un día nos viésemos en el último ex­tremo,, parece que en rigor deberían ser los mariscales y los ge­nerales los que al instante supremo formasen el cuadro en torno a la bandera".
Entretanto, continuaban las perturbaciones en el Alto Mando Ale­mán. Hitler se quejaba de que Von Manstein no sacaba todo el pro­vecho debido a los 221, 893 soldados de refuerzo que le había enviado, en tanto que aquél respondía que los refuerzos le llegaban a gotas. Von Manstein proponía un repliegue muy profundo para ahorrar tro­pas y Hitler alegaba que eso alentaría a Turquía y a Bulgaria a aliarse con la URSS. Von Manstein se entrevistó con Hitler y le insinuó que la dirección de la guerra era errónea y que dejara las operaciones en manos de un Jefe de Estado Mayor responsable. Refiriéndose a esa entrevista dice textualmente:

"Los rasgos faciales de Hitler se endurecieron súbitamente y sus ojos se clavaron en los míos con tan enérgica expresión, que en mi fuero interno me dije: ahora pretende aherrojar tu volun­tad y anular tu decisión de seguir por este camino. Porque yo no recuerdo haber observado en mi vida, mirada más penetrada del poder de la propia voluntad... Como un relámpago cruzó por mi mente la evocación del hindú domador de serpientes..Fue la nuestra una lucha sorda de sólo unos segundos; pero yo compren­dí que aquellos ojos estaban acostumbrados a quebrantar resis­tencias, a "meter en cintura" a muchos discrepantes. Con todo, seguí mi exhortación".

Sin embargo, no llegaron a ninguna conclusión. Posteriormente Von Manstein volvió a quejarse de que Hitler quería clavar a las, tropas como rocas, en vez de acceder a que operaran, y Hitler alegó que sus generales tenían "la manía de operar", y que siempre que lo hacían era para retirarse. Finalmente, el 30 de marzo Hitler relevó a Von Manstein y a Von Kleist del sector sur, poniendo en su lugar al mariscal Model y al general Schoerner. A los relevados les dio la ex­plicación de que ellos eran aptos para grandes operaciones de es­trategia, pero que dada la fase actual de la guerra se'requerían co­mandantes que se afianzaran1 al terreno. Model lo había hecho así en el sector norte. (I)

(1) Erich von Manstein llevaba este apellido por su padre adoptivo; su verdadero nombre era Lewinski. Al terminar la guerra fue procesado por los aliados, pero Churchill dio dinero para defenderlo y logró que fuera absuelto. Entre los veteranos rumanos de la guerra se le hacen graves cargos por su dirección de las operaciones en el sector sur.

Durante todo 1944 el frente alemán en Rusia siguió siendo desga­rrado y suturado. La actividad de los saboteadpres alcanzó su auge detrás de las líneas alemanas. Llegaron a operar grupos hasta de diez mil guerrilleros y hubo una noche en que se consumaron 10,500 actos de sabotaje a espaldas de los combatientes. (I)

(1) Muchos viejos combatientes están acordes en que las autoridades alemanas de ocupación de los territorios soviéticos fueron las causantes, por su falta de tacto y su torpe racismo, de que "cambiáramos en irreductible hos­tilidad la innegable germanofilia que nuestras tropas habían encontrado en el país", según palabras del mariscal Kesselring. En su libro "Gobierno Ale­mán en Rusia". Alexander Dallin dice que el aumento de los guerrilleros "pue­de ser más atribuido al odio contra Erich Koch —comisario del Reich en Ucrania— que el amor hacia José Stalin".

Ya muy tarde se vio que hubiera sido %n acierto diferenciar entre mar­xismo judío y rusos tiranizados, pues éstos habrían ayudado entusiastamen­te en la lucha anticomunista.

Hasta el 30 de noviembre de 1944 las bajas alemanas en todos los frentes ascendían a 4.836,000 combatientes. Esta cantidad se des­componía de la siguiente manera: muertos, 1.911,000; perdidos o in­ternados (o muertos en poder del enemigo), 1.435,000; prisioneros, .278.000; mutilados que no podían volver a combatir, 438,000; hospitalizados, 774,000.

Para reponer parte de las grandes bajas, 300,000 obreros fueron retirados de la industria, con gran disgusto del Ministro Speer, que en esas caóticas circunstancias seguía aumentando la producción de armamento. Hitler hacía malabarismos para llevar fuerzas de uno a otro punto crítico de la batalla. El teniente corone Skorzeny refiere que el 10 de septiembre (1944) lo vio en su Cuartel General durante uno de sus acuerdos y se quedó profundamente alarmado porque el Fueh­rer daba muestras de un terrible cansancio.

"¿Era una consecuencia del atentado del 20 de julio? ¿O era que el Fuehrer estaba hundido bajo el peso terrible de las responsabilidades que había asumido y que prácticamente guardaba él solo desde hacía años?... Desfilaban interminables divisiones, cuerpos de ejército, regimientos acorazados. Aquí, los rusos han atacado, pero hemos podido contestarles. Allí, han conseguido formar una profunda bolsa que tratamos de reducir por contra­ataques. Yo estaba asombrado de ver cuántos detalles sabía el Fuehrer de memoria: el número de carros disponibles en tal o cual lugar, las reservas de carburantes, la importancia de los refuerzos enviados, etc. Sin cesar citaba nuevas cifras y ordenaba, sobre el mapa, los movimientos de tropas". Dentro de todos los desfavo­rables informes sólo había para él la buena noticia de que acababa de iniciarse la construcción de los nuevos aviones de propulsión a chorro, que daban la posibilidad de reconquistar el dominio del aire.

La firmeza del Fuehrer era insensiblemente transmitida a las más remotas posiciones de combate. Por ejemplo, en Monguilev el general Tippelsldrch rechazó durante mucho tiempo el empuje de 1O divisiones que atacaban un sector defendido por 3 divisiones. En los bosques al norte de Minsk el teniente coronel Sherhorn, con dos mil hombres, quedó aislado del frente, y con precario abastecimiento por aire luchó durante un año tratando de alcanzar a las fuerzas alemanas que combatían en Lifuania, hasta que finalmente sucumbió. Cerca de la población rumana de Jassy la división panzer "Gross Deutschland", comandada por el general Manteuffel derrotó a una masa de 500 tanques soviéticos de los tipos más pesados, que trataban de capturar los pozos petroleros.

La creencia de que el comunismo judío y el pueblo ruso se hallaban tan mezclados que no podía negociarse con éste separadamente, frustro la oportunidad de que la invasión alemana de la URSS contara en 1941 con el apoyo de grandes masas rusas. Fue hasta finales de 1944 cuando se hicieron algunos intentos de formar gobiernos estonianos y letones, y de llevar al frente pequeños contingentes de rusos antibolcheviques. En los servicios auxiliares de sanidad y abastecimien­to trabajaban cientos de miles de voluntarios rusos, llamados "hiwis", y su lealtad fue una prueba de lo bien dispuestos que se hallaban a cooperar contra el comunismo. A finales de la guerra un batallón ruso lanzado contra el Ejército Rojo logró que dos regimientos se pasaran a su lado. Pero ya era demasiado tarde. Esos experimentos sólo demos­traron lo mucho que habría podido lograrse por ese camino, de haberse seguido desde 1941.

En agosto de 1944, cuando las masas bolcheviques golpearon sangrientamente a las puertas de la Europa Central, ocurrió un hecho que favoreció incalculablemente a la URSS. El rey Miguel de Rumania se comprometió en secreto a traicionar la alianza que su país tenía con Alemania. El Primer Ministro Ion Antonescu, fue advertido por los alemanes de que algo se gestaba y trató de impedirlo, pero cándidamentee se presentó en el Palacio Real a solicitar facultades especiales y el rey lo hizo aprehender.

(Hitler tenía una gran estimación por. Antonescu y sólo le reprocha­ba que no obrara con mayor energía para dirigir los asuntos inte­riores de su país. En una ocasión le pidió que los judíos que vivían en Rumania fueran conducidos al Reich, donde se ejercería mayor vigi­lancia sobre ellos, pero Antonescu se negó. Posteriormente, cuando los rojos entraron en Rumania, llevando como lideresa a la judía Ana Pauker, los israelitas rumanos pasaron a ocupar los principales puestos de gobierno, desde los cuales pudieran ejecutar, encarcelar y de­portar a Siberia a los rumanos anticomunistas. El propio Antonescu fue ejecutado en la prisión de Jilava, en Bucarest).

Con el derrocamiento de Antonescu, 385,000 soldados rumanos fue­ron puestos bajo el control de comisarios judíos y lanzados contra los alemanes. La primera misión que se encorsendó a estos, contingentes fue la de interceptar los abastecimientos de los ejércitos alemanes 6o. y 8o., que luchando aún en suelo ruso impedían el desbordamiento de los soviéticos sobre Rumania.

Aunque varias divisiones rumanas se negaron a atacar a su antiguo aliado, e\ grueso del Ejército Rumano abrió las puertas de su país a los soviéticos (por orden del Rey) bloqueó la retaguardia de los ejér­citos alemanes 8o. y 6o. (Este último había sido formado nuevamente después del desastre de Stalingrado) La situación de esos dos ejércitos empeoró 17 días más tarde debido a que Bulgaria rompió su neu­tralidad, le declaró la guerra al Reich y envió su ejército a reforzar la traición del rey rumano.

En un alarde de sangre fría el mando alemán y sus soldados mantu­vieron el frente. Fue una lucha casi sin esperanza contra los bolche­viques procedentes de Ucrania y contra los nuevos enemigos que ha­bían brotado por la espalda. Algunas unidades lograron abrirse paso a través de una retaguardia hostil y reintegrarse al frente general, en tanto que otras quedaron totalmente incomunicadas. Estas fuer­zas se batieron viendo cómo escaseaban más y más sus granadas, su combustible, sus víveres y hasta sus cartuchos de fusil. De cuando en cuando, algunos aviones de la Luftwaffe se aventuraban profunda­mente en territorio enemigo para ayudar momentáneamente a los co­pados. Uno de los supervivientes de tales incursiones aéreas, el coro­nel Rudel, refiere así aquellos momentos:

"Es un aspecto que inspira desolación al ver cómo estos com­batientes experimentados del frente ruso se defienden con un desinterés y un valor indescriptible, ofreciendo frente a las arre­metidas de los soviets que atacan con una mayoría impresionan­te en hombres y material, estos últimos focos de la resistencia europea en suelo ruso... En cada incursión que realizo hacia esos parajes tengo que obligarme a no pensar más allá. El único narcótico es atacar y atacar. Un pequeño Stalingrado se está desarrollando ante nuestros ojos..."

Y lentamente los contingentes sitiados iban extinguiéndose sobre los últimos palmos de tierra soviética ocupada. La defección de Ru- manía determinó que Bulgaria se aliara con la URSS, que el sector sur del frente alemán en Rusia quedara cortado en su retaguardia por sus antiguos aliados y que se perdieran total o parcialmente 16 divisiones alemanas, o sea todo el 6o. ejército (número que desde Stalingrado parecía llevar un maleficio) y parte del 8o. Asimismo se perdió la flotilla de submarinos del Mar Negro y como 200 embar­caciones auxiliares que quedaron privadas de sus bajes. En ese mar los soviéticos tenían un acorazado, 6 cruceros, 12 destructores, 56 cañoneros, 30 submarinos y 3 flotillas de lanchas rápidas.

Pero sobre todo, se perdieron los pozos petroleros rumanos y se agravó la crisis de combustible. Gran parte del equipo blindado y de la Luftwaffe1 fue paralizándose. La traición del rey rumano, que torpemente creyó tal vez que así salvaría a su país, fue un cataclismo para el Reich. (Posteriormente los bolcheviques no tuvieron contemplaciones con Rumania y la sometieron a su dominio).

Mientras esa emergencia desgarraba el extremo sur del frente alemán contra el comunismo, Roosevelt lograba que Finlandia hiciera la paz con la URSS, y en esta forma se abría también un boquete en el extremo norte de ese frente.

El gobierno húngaro resolvió traicionar a su aliada Alemania y el 11 de octubre concertó con Moscú una alianza secreta, pero las tropas húngaras de los Cárpatos se negaron a atacar a. los alemanes y éstos pudieron dominar la situación. Sin embargo, parte del primer ejército húngaro sí fue puesto al servicio de la URSS. Desde 1942 los gobernantes de Hungría se negaban a que su ejército combatiera contra los soviéticos y sólo prestaba servicios de policía en la retaguardia. Al aproximarse los rojos a suelo húngaro, los alemanes pidie­ron una cooperación más directa, pero el general Lakatos dio la fútil excusa de que los soldados húngaros aún no se hallaban suficientemen­te entrenados. Y es que en Hungría también se pensaba que podía haber transacciones con el marxismo, tanto que al aproximarse los soviéticos no faltaron quienes salieran a darles las bienvenida, muy ajenos a lo que esperaba al país. (I)

(1) El pueblo húngaro tuvo que conocer el bolchevismo cara a cara para que 12 años después, desesperado, tratara ilusoriamente de liberarse con su levantamiento de Budapest en 1956. El temor o el egoísmo de los jefes húngaros que durante la campaña alemana contra la URSS no quisie­ron prestar decidida ayuda, ha costado á Hungría más lágrimas y sangre —ahora sin fruto alguno— que el sacrificio que hubiera hecho en el frente cuando era más factible la victoria.

El segundo semestre de 1944 fue particularmente desastroso para los alemanes en Rusia, debido a la traición del rey rumano y a la en­trada de Bulgaria en la guerra, a favor del bolchevismo. Los cre­cientes ataques angloamericanos en Italia y Francia impidieron el envio de refuerzos al este y Hitler tuvo que acceder a un amplio replie­gue. El Ejército Rojo pudo entonces recuperar todo el territorio que había perdido tres años antes, aunque no le cupo la gloria de lograr­lo por sí solo, sino mediante la conjunción de abrumadoras fuerzas extranjeras que acudían en su auxilio.
En esa gran retirada de 1944 las fuerzas alemanas del frente ruso realizaron repliegues al parecer imposibles. La retirada de Jenofonte y sus 10,000 guerreros tuvo muchos ignorados parangones.


MÁS FUERTE QUE NUNCA, LA LUFTWAFFE AGONIZA

Durante 1944 y principios de 1945 las fuerzas aéreas aliadas alcanzaron el epogeo de su poderío. Tan sólo los bombarderos norteamericanos hicieron un total de 1.440,000 salidas y los cazas 2.680,000. Durante todas las operaciones arrojaron sobre metas alemanas 2.700,000 toneladas de bombas. Sus pérdidas totales ascendían a 18,000 aviones y 79,265 tripulantes. En 1944 la aviación de Roosevelt consumió 23,700 millones de dólares, o sea un equivalente de 296,250 millones dé pesos. (El presupuesto de México en 50 años). En un segundo lugar, la aviación inglesa arrojó un total de 995,000 toneladas de bombas. En 1944 las aviaciones aliadas, hicieron su más titánico esfuerzo por destrozar la resistencia alemana.

La Luftwaffe combatió ese año con desesperada obstinación. El Ministro Speer, de producción de armamentos, logró el milagro de producir más aviones, pese a los devastadores bombardeos y a la escasez de mano de obra. En 1939 se produjeron 8,295 aviones en Alemania, en tanto que en 1944 la suma ascendió a 38,000.

Durante el primer semestre de 1944 las aviaciones aliadas trataron de aniquilar a la aviación alemana, tanto en combates aéreos como arrasándole sus veinte principales fábricas. La ofensiva produjo mu­chas bajas, pero la Luftwaffe volvía una y otra vez como el ave Fé­nix, a resurgir de sus cenizas. Speer dispersó la fabricación de aviones en 729 pequeñas plantas en las aldeas, en. los bosques, en las minas, en los desfiladeros, y la producción aumentó pese al huracán de fuego. Al descargarse la invasión aliada en Normandía, sólo cien cazas ale­manes guarnecían esa región, contra 12,837 aviones angloamericanos. Pero en los siguientes días comenzaron a salir de las fábricas cientos de nuevos cazas, que se empeñaron inmediatamente en la lucha. En un mes de rabiosos combates cayeron 1,000 aviones alemanes, que una semana más tarde habían sido ya repuestos.

En el frente soviético, una parte de la Luftwaffe luchaba tan re­sueltamente en el .aire como el ejército lo hacía en tierra. Hubo pilotos que alcanzaron marcas increíbles de victorias, como el teniente Har-mann, comandante de Ala de una Escuadra de Cazas, que en agosto completó su victoria 301. El capitán Barkhorn llegó a 300. El récord más alto de la primera guerra mundial correspondió a Von Richthofen con 81 aviones derribados.

En el segundo semestre de 1944 la aviación soviética contaba ya con impresionantes cantidades de aviones norteamericanos, rusos e ingleses, pero su capacidad operativa seguía siendo deficiente. En realidad nunca pudo recobrarse cabalmente de la mortal herida que la aviación alemana le infirió en el primer año de lucha, al destruirle 20,058 aviones y eliminar a miles de peritos. También los labora­torios en que los soviéticos experimentaban la construcción de equipos de radar, en Leningrado, fueron volados en 1941 por la Luftwaffe. Posteriormente llegaron radares norteamericanos e ingleses, pero la desorganización era ya tan grande en las fuerzas aéreas rusas que no mejoró considerablemente la situación. La superioridad cualita­tiva de la aviación alemana se mantuvo casí hasta el final. Así, porejemplo, pudo dar uno de sus últimos golpes en el frente ruso el 22 de junio de 1944.

El día 21 una gran flota de 69 tetramotores de Roosevelt atravesó Europa volando a gran altura y aterrizó en la base soviética de Poltava, en Ucrania. La base aérea alemana más próxima se hallaba a mil kilómetros de distancia, en el aeródromo de Brest Litovks. El 4o. Cuerpo Aéreo Alemán recibió entonces instrucciones de llevar inme­diatamente aviones a Minsk para cargar bombas y lanzar un ataque* a las 12 de la noche. La estación alemana de radar en Minsk y la estación giratoria de gran alcance de Varsovia dirigían la operación. Doscientos aviones, con mayor carga de gasolina que de bombas, se elevaron a las 9 de la noche. Lo que ocurrió entonces en Poltava, visto desde el lado soviético por el periodista americano William L. Whists, testigo de la escena, fue narrado así:

"Llegaron 69 tetramotores. Se consideraban ahí seguros, a 640 kilómetros de las líneas alemanas. Ningún bombardero germano podrá llegar hasta aquí... Por la noche oímos ruido de moto­res; creíamos que eran cazas soviéticos. De pronto, se iluminó el cielo. Corrimos a los refugios. Luego empezó el bombardeo. .Pa­recía una página arrancada de un .libro de texto diciendo cómo se debía bombardear. Dudo que algo pueda ser más parecido a esa lección. Los alemanes parecían no prestar la menor atención al fuego antiaéreo. Muchos de los que después trataban de sofocar el incendio de las fortalezas perecieron al pisar 'mariposas'. Los alemanes habían arrojado pequeñas minas suspendidas por dos alas de metal. No explotaban al tocar tierra, sino al ser pisadas. Los aviones que no ardieron quedaron inutilizados.

"No pude menos que admirar el extraordinario trabajo que los alemanes habían cumplido. El comandante de escuadrilla había primero iluminado el campo y tomado fotografías. Las bombas incendiarias fueron lanzadas sobre las fortalezas agrupadas. Don­de los aviones no se hallaban muy ¡untos dejaron caer bombas de fragmentación. Sobre las pistas de despegue bombas de mil libras, para abrir grandes agujeros e inutilizarlas. Y para hacer difícil combatir los incendios o poder entrar en el aeródromo al día siguiente, arrojaron 'mariposas'. Después de este preciso y cuidadoso trabajo nocturno habían tomado la fotografía final y regresado a su campo. Sólo dos aparatos soviéticos quedaron utilizables". Pero este fue el último bombardeo de largo alcance realizado por la Luftwaffe en el frente oriental. Las reservas de combustible tocaban a su fin y los cuerpos de bombardeo tuvieron que ser disueltos. En los restantes diez meses de guerra los aviones se utilizaron sólo como apo­yo directo en los sectores más amenazados.

Alemania producía anualmente seis millones de toneladas, de com­bustible sintético. Obtenía otros dos millones de toneladas de los pozos petroleros de Rumania. Pero el mes de junio de 1944 (aprovechando un debilitamiento de los cazas alemanes, así como la concentración de éstos en el frente de la invasión) los aliados lanzaron 4,400 tetra­motores contra las plantas alemanas de gasolina sintética y contra la planta atómica de Leuna. Esa operación fue desastrosa para la Luft­waffe porque la privó de combustible precisamente cuando más aviones iba a recibir de manos de Speer, ministro de la producción de armamento.

De 91 plantas de gasolina sintética, sólo 3 siguieron trabajando a toda capacidad y 28 parcialmente. Speer movilizó 300,000 obreros para restaurar los daños y montar nuevas plantas pequeñas en sitie; poco visibles desde el aire. Inmediatamente, olas de bombarderos alia­dos se dirigían a los puntos clave, como si estuvieran siendo informados de los lugares en donde tales obras iban más adelantadas. Y en efecto, así era. Los judíos que bajo la apariencia de alemanes se habían infil­trado en la industria alemana eran más eficaces que los espías y que la observación aérea. El rabino Stephen Wise refiere en su libro "Años de Lucha" que en Estados Unidos recibía informes de un industrial "que ocupaba una de las más importantes posiciones en la industria de guerra alemana".

En septiembre de 1944 la Luftwaffe sólo recibió 30,000 toneladas de combustible, o sea la sexta parte de su consumo normal. Los bom­barderos dejaron prácticamente de volar y los cazas comenzaron a quedarse en sus aeródromos. En agosto Speer ordenó que cesara la construcción de bombarderos, en tanto que muchos de los ya cons­truidos fueron convertidos en chatarra.' Entre los nuevos modelos fi­guraba el Me-109-K, de 720 kilómetros por hora, que subía 7,000 metros en 6 minutos, y el bombardero de chorro Arado 234, que des­arrollaba 756 kilómetros por hora.

De junio a octubre de 1944, la Luftwaffe vivió un doble drama: lu­chaba en el aire por detener la aviación aliada, cosa que le costó 13,000 hombres durante ese período, y al mismo tiempo sufría en tierra el desesperante racionamiento de combustible. Muchas veces tenía que quedarse en sus aeródromos viendo pasar los bombarderos ene­migos. Hasta entonces el total de sus bajas en 5 años de guerra, as­cendía a 44,000 tripulantes.
En septiembre, Speer había entregado 3,013 aviones de caza y 1,090 bombarderos. Era la máxima producción alemana de un mes durante toda la guerra, pero ya no se podía aprovechar íntegramente.

Sin embargo, todavía fueron abatidas 105 superfortalezas aéreas en dos incursiones aliadas. El general norteamericano Doolittle se alarmó.

La moral de los pilotos aliados había descendido considerablemente en el segundo semestre de 1944 al ver que la Luftwaffe no podía ser aniquilada definitivamente. La 8a. Fuerza Aérea Norteamericana tuvo que formar dos tripulaciones por cada avión, a fin de turnarlas, y a los que habían realizado 25 vuelos los enviaba a estancias de descanso. El panorama era muy distinto para los pilotos alemanes, que en oca­siones tenían hasta tres y cuatro combates al día. Los heridos regre­saban a filas no repuestos del todo.

El jefe del departamento técnico de la 8a. Fuerza Aérea Norteame­ricana, Samuel W. Taylor, rindió un informe diciendo que posiblemente la Luftwaffe había perdido desde 1939 el 99% de sus mejores pilotos," pero que seguía siendo "un adversario muy peligroso y técnicamente superior".

En agosto se había formado una reserva de 800 cazas diurnos y Hitler ordenó emplearlos desde luego en el frente occidental, en tanto que Speer y.Galland se empeñaban en que protegieran al Reich. Esto último hubiera sido lo mejor, pues en el frente ocurría entonces un re­pliegue general y más de 400 aparatos se perdieron en los aeródromos o en ataques de apoyo a la infantería.

Sin embargo, a costa de sacrificios indecibles, para noviembre ya se había formado otra reserva de 18 regimientos de caza, con 3,700 aviones y pilotos. Era la mayor fuerza operativa que había tenido la Luftwaffe. El general Galiana, inspector de cazas, soñaba con el "gran golpe" contra la aviación aliada. Muchos pilotos veteranos contaban con dar una sangrienta sorpresa a las flotas aliadas derribándoles más de cuatrocientos aviones de un solo golpe. Ávidamente estuvo aho­rrándose gasolina, de la poca que salía de la maltrecha industria de combustibles sintéticos.

Pero en diciembre la Luftwaffe recibió órdenes de apoyar la ofen­siva de las Ardenas, que fue la última embestida del Ejército Alemán. El "gran golpe" contra los bombarderos aliados, tal como había sido soñado por los pilotos de caza, no iba a ser posible. La reserva se utilizaría como arma de apoyo de la infantería y de los tanques. Ahí comenzó nuevamente otra sangría de la Luftwaffe, que habría de cul­minar con la Operación Baldosa del primero de enero de 1945.

Ese día 750 aviones alemanes se lanzaron contra 26 aeródromos poderosamente protegidos de la aviación aliada en Francia y Bél­gica. Los pilotos alemanes habían visto cosas espantosas en sus ciu­dades bombardeadas: civiles convertidos en antorchas vivientes por­que los aviones aliados arrojaban fósforo líquido para extender los incendios; mujeres y niños que se escondían en las alcantarillas y que morían materialmente asados por el recalentamiento de la atmósfera, o bien, asfixiados porque las llamaradas consumían el oxígeno. Y con estas escenas en la mente, los pilotos alemanes de caza se decían al iniciar la Operación Baldosa: "No tenemos derecho a errar contra un bombardero"... Fue un ataque furioso. Guenther Bloemertz refiere así la acción de su grupo de cazas sobre el aeropuerto de Bruselas:

"Nuestras ráfagas estallaron en medio de los aviones. Algunos Spitfíres trataban de elevarse en el mismo instante, pero pasaron bajo la lluvia de fuego y cayeron envueltos en llamas. Nuestros obuses y balas estallaban en las pistas de cemento. La torre de control tenía un cañón de tiro rápido en el techo y escupía fuego. Uno de los nuestros no tardó en caer. Al cabo de algunos segun­dos yo había recorrido toda la longitud del campo y cuando di vuelta vi a un piloto que con loca temeridad se lanzaba sobre el cañón de la torre. Disparaba al mismo tiempo que el adver­sario. Nunca había visto un ataque semejante, tan furioso. Las ráfagas saltaron en medio de los sirvientes del cañón hasta que el arma fue silenciada... Los primeros incendios estallaron luego entre los aviones de tierra. Los soldados corrían a través del aeródromo nevado en busca de un abrigo... Sin descanso nos lanzábamos sobre los bombarderos. Espesas nubes de humo se ele­vaban de una cuarentena de aviones en llamas...

Repentina­mente surgieron las insignias británicas en el aire; eran Spitfires que debían haberse elevado de otros aeródromos. Una confusión se produjo. Por pequeños grupos o por escuadrillas los aviones se lanzaban sobre el agresor, y fue el comienzo de una caza in­fernal. Las balas trazadoras se cruzaban, en todos los sentidos, los aviones caían arrastrando un negro penacho o una fulgurante cola de cometa, y chocaban contra el suelo haciendo saltar enor­mes columnas de humo”.

Además del violento fuego antiaéreo, los aliados respondieron ese día atacando con 4,200 aviones. En la descomunal pelea sé inmolaron 200 pilotos alemanes y los aliados perdieron 500 aviones, la mayor parte en tierra. Pero relativamente las bajas resultaron más sensibles para la Luftwaffe debido a su carencia de reemplazos. En esa batalla cayeron 59 comandantes alemanes veteranos de las campañas de Francia, del Mediterráneo y de Rusia.

Los pilotos aliados quedaron sorprendidos del alto espíritu de com­bate que todavía mostraba la aviación alemana. Pero era aquello la agonía, porque a la pérdida de pilotos experimentados se unía la escasez de combustible. Sólo esporádicamente se disponía de exiguas raciones. Ya no podía haber continuidad en ningún plan ofensivo o defensivo.

Entretanto, después de incontables tropiezos, entraba por fin en producción en serie el avión de chorro Me-262. Posteriormente el avia­dor francés Closterman declaró que ese aparato era el más sensacional, "el rey de los aviones de caza... era el avión que hubiese podido revolucionar la guerra en tierra". (I)

Pero en cierto sentido esta joya de la industria aeronáutica alemana, que llevaba una ventaja de año y medio a la industria de los aliados, nació con mala suerte. Cuando en 1940 ya iba muy adelantada su planeación, el Alto Mando ordenó suspender los ensayos de armas que no pudieran ser empleadas dentro del término de doce meses. Dos años después se permitió reanudar las investigaciones, en 1943 el Me-262 realizó sus primeros vuelos de prueba. Hitler se empeñó entonces en que los primeros aparatos se adaptaran como bombar­deros, a fin de rechazar la invasión angloamericana. El Me-262 había-sido diseñado como caza y su conversión ocasionó gran pérdida de tiempo. Luego sobrevinieron los bombardeos aliados a la industria aeronáutica y la producción se interrumpió temporalmente. Fue así como llegó la invasión aliada en Normandía y el Me-262 no estaba listo ni como caza ni como bombardero.

(1) El teniente Pierre Clostermann fue uno de los más notables pilotos aliados. Combatió en la Real Fuerza Aérea Británica y se le acreditaron 33 aviones alemanes derribados. En su libro "El Gran Circo" dice -acerca del Me-262: "Era una máquina espléndida cuyas cualidades aerodinámicas aún no han sido igualadas, ni siquiera en los productos más recientes de la téc­nica anglo-amencana de 1946-1947".

Por fin en octubre Hitler accedió de mala gana a que se formara un grupo de cazas con el Me-262..EI capitán Walter Nowotny, con 250 vic­torias aéreas, se puso al frente de la naciente unidad, que inmediata-mente demostró sus grandes posibilidades ofensivas. El general Spaatz, comandante de las fuerzas aéreas estratégicas americanas, informó a Washington que tanto él como el general Eisénhower coincidían en que "los mortales cazas o reacción alemanes, en un futuro inmediato, podrán convertir en intolerables las pérdidas que las formaciones de bombarderos aliados sufren en sus ataques". Simultáneamente con los esfuerzos para aumentar la producción de los Me-262, en dos meses y medio se construyó el primer Heinkél 162, también de propulsión de chorro. Y como requería menos materiales y menos mano de obra, se planeó darle preferencia sobre aquél. Existía la idea de que este avión "popular' podría ser tripulado " por pilotos novicios y que en tres meses (para marzo de 1945 se cons­truirían varios miles, que desquiciarían la ofensiva aérea aliada.

En la práctica, el apresurado cambio de planes debilitó la incipiente producción del Me-262, sin que por otra parte se lograra aumentar la del Heinkél-162 como se había pensado. En total se construyeron 1,041 aviones de chorro a finales de 1944 y 947 más a principios de 1945, pero la mayoría no pudo usarse ya porque se perdían aeropuer­tos o faltaba combustible o tripulaciones. Con las posibilidades más brillantes de su historia —que por estrecho margen no llegaban a cris­talizar— la Luftwaffe se precipitaba en un crepúsculo de esfuerzo y sangre.