sábado, 13 de septiembre de 2008

Capitulo I

CAPITULO I

Aurora Roja
(1848-191)

69 Años de Lucha Incansable.
Los dos Elementos que Formaron el Bolchevismo.
Alemania, Meta Inmediata del Marxismo.
Paréntesis de Guerra.
Factor Secreto en la Derrota Alemana.


69 AÑOS DE LUCHA INCANSABLE
En la segunda mitad del siglo pasado los umbríos bosques y las extremosas este­pas de Rusia guardaban ya tan celosa­ mente como ahora la enigmática mística del alma rusa. Fuera de sus fronteras sólo unas cuantas mentes, moduladas para escuchar el pasó de los siglos por llegar, lograban entrever algo. Entre esas pocas mentes que sobre el hombro de una época vis­lumbraban destellos del futuro político, Nietzsche preveía en 1886: "Es en Francia donde la voluntad está más enferma. La fuerza de voluntad está más acentuada en Alemania y en Inglaterra y en España y Córcega por las duras cabezas de sus habitantes, pero está más desarrollada en Rusia, donde la fuerza del querer por largo tiempo acumulada espera la ocasión de des­cargarse, no se sabe si en afirmaciones o en negaciones. Yo desearía que la amenaza rusa creciera para que Europa se pusiera en defensa y se uniera en una voluntad duradera y terrible para fijarse una meta de milenios. Pasó el tiempo de la política me­nuda: el próximo siglo nos promete la lucha 'por el dominio del mundo". (l)

En ese entonces Rusia se debatía en sangrienta turbulencia, que una extraña mezcla de nihilistas y revolucionarios marxistas trataban de encauzar mediante un secreto Comité Ejecutivo. La espina dorsal de ese audaz movimiento la formaban esforzados e inteligentes is­raelitas, miembros de comunidades que a través de muchas genera­ciones habían soportado severos sufrimientos en el duro ambiente de Rusia. Desde los primeros años de nuestra Era ya se habían instalado' emi­grantes judíos en los territorios que siglos más tarde formarían parte de la Rusia meridional. Dolorosas vicisitudes vivieron desde entonces, pero jamás perdieron su cohesión racial En 1648 los cosacos se lan­zaron furiosamente contra ellos y después de sangrientos choques prohibieron que en Ucrania radicaran comunidades israelitas. En general la población era hostil a huéspedes tan reacios a la fusión de sangre y de costumbres.

Pero las tierras rusas, prometedoras de esplendoroso futuro gracias a sus inexploradas riquezas y enorme extensión, seguían atrayendo incesantemente a comunidades judías emigradas de la Europa occidental. La emperatriz Bisabetha Petrovna se alarmó ante ese fe­nómeno y en 1743 se negó a admitir más inmigrantes. Sin embargo, cincuenta años más tarde la anexión de territorios polacos convirtió a millares de judíos en súbditos de Rusia.

(1) "Más Allá del Bien y del Mal". —Federico Nietzsche.

En esa forma las comunidades israelitas aumentaron considerable­mente, no sin sufrir hostilidades y persecuciones, tal como les había ocurrido a sus ancestros en todos los tiempos y en todos los pueblos. El zar Alejandro I (que gobernó de 1801 a 1825) trató con benevo­lencia a la población judía y sufrió un completo fracaso al pretender que se asimilara a la población rusa.

El siguiente zar, Nicolás I (1825-1855) se impacientó ante la re­nuencia de las comunidades israelitas a fusionarse con la población rusa y redujo sus derechos cívicos, además de que les hizo extensivo el servicio militar obligatorio que ya regía en el Imperio. Esto causó .trastornos y descontento entre los judíos, pero una vez más lograron conservar sus vínculos raciales y sus milenarias costumbres.

Al subir al trono Alejandro II (1855) la situación de los israelitas vol­vió a mejorar y no tardaron en prosperar en el comercio, la litera­tura y el periodismo; varios diarios judíos se publicaron en San Petersburgo y Odessa. Precisamente en ese entonces —girando alre­dedor de la doctrina comunista delineada en 1848 por los israelitas Marx y Engels—, se vigorizó en Rusia la agitación revolucionaria. En 1880 los israelitas Leo Deutsch, P. Axelrod y Vera Zasulich, y el ruso Plejanov, formaron la primera organización comunista rusa. Y un año después varios conspiradores, encabezados por el judío Vera Fignez, asesinaron al zar Alejandro II. El hijo de éste, Alejandro III, tuvo la creencia de que las concesiones hechas por su padre habían sido pa gadas con ingratitud y sangre; en consecuencia, expulsó a los judíos de San Petersburgo, de Moscú y, de otras ciudades, y les redujo más aún sus derechos cívicos. Los crecientes desórdenes y atentados los atribuyó a la influencia dé ¡deas extrañas al pueblo ruso y ordenó enfatizar el nacionalismo y reprimir las actividades políticas de los in­telectuales hebreos. La inteligente población israelita se mantuvo estrechamente unida en esos años de peligro. Sufrida, inflexible en sus creencias, celosa de la pureza de su sangre, ya estaba ancestralmente acostumbrada a sobreponerse a las hostilidades que su peculiar idiosincrasia provo­caba al entrar en conflicto con las ajenas. Ya antes había demostrado con arte magistral que a la larga sabía aprovechar en beneficio de su causa las reacciones desfavorables con que tropezaba en su ca­mino. Es esta habilidad una de sus creaciones más originales y con ella ha demostrado que ningún pueblo está verdaderamente vencido mientras su espíritu se mantenga indómito.

Lo mismo que le había ocurrido en otros países, esa raza vio cómo miles de sus hijos—emigrados a las tierras rusas, prometedoras de esplendoroso futuro debido a sus inexplotadas riquezas y enorme ex­tensión— chocaban con el brusco carácter del pueblo ruso y eran luego objeto de hostilidades y persecuciones. El régimen de Alejandro IIl fue duro con sus huéspedes. Y éstos se protegieron mimetizándose con las nacionalidades de los más variados países de donde procedían, aunque en el fondo seguían siendo una misma raza, una sola religión y un mismo espíritu.

El mismo año en que fue asesinado el zar Alejandro II (1881), el mi­nistro zarista Pobodonosteff calculó en seis millones el número de judíos residentes en Rusia y proyectó una acción enérgica para con­vertirlos forzosamente al cristianismo y expulsar por lo menos a dos millones de ellos. Aunque su plan no llegó a practicarse, hubo muchos detenidos y numerosos exiliados. A estos últimos los auxiliaban sus hermanos de raza radicados en Nueva York, tales como Jacobo Schiff, Félix Adler, Emma Lazarus, Joseph Seligman, Henry Rice y otros mu­chos, según refiere el rabino Stephen Wise en su libro "Años de Lucha". (Algunos de ellos -eran prominentes banqueros).

La población judía de Rusia era ya tan importante que el israelita James Partes afirma: "En lo cultural y en lo religioso, puede decirse que el país de Israel se había transportado a Europa oriental. Los judíos representaban la décima parte de la población. La gran mayoría de los gentiles eran campesinos que habitaban aldeas donde no había judíos, salvo tal vez un hotelero y un comercian­te. Los judíos habitaban en pueblos y ciudades.

En los primeros constituían a veces el 95% de la población y en las segundasmás del 50%”.(1)

La situación se hizo todavía más tirante para los israelitas y sus compañeros rusos revolucionarios cuando Alejandro llitch Ulianóv, hijo de la judía Blanlc, falló en su intento de asesinar al zar Alejandro III. Ulianóv fue detenido y luego ahorcado junto con cuatro de sus cómplices. Pero su hermano Vladimir guardó para sí el odio que alen­taba contra el régimen y sorteó esa época de peligro portándose como estudiante disciplinado y pacífico. (Más tarde se convertía en jefe revolucionario, bajo el nombre de Lenin, en el reivindicador de las minorías israelitas y en el creador de un nuevo régimen).

Por el momento, él y toda la población hebrea pasaron en Rusia años sombríos y difíciles, mas acrecentaron sus fuerzas en el infor­tunio y vigorizaron sus Creencias ante la hostilidad. Por supuesto, noolvidaron su meta revolucionaria, que el rabino Caleb había esbozado así en la tumba de Simeón Ben Jhuda, en Praga:

"Conviene que,en la medida de lo posible, nos ocupemos del proletariado y lo sometamos a aquellos que manejan el dinero. Con este medio, levantaremos a las masas... Las empujaremos a las agitaciones, a las revoluciones,, y cada una de estas catástrofes significará un gran paso para nuestras finalidades".

A la muerte de Alejandro III, en 1894, subió al trono Nicolás II. De tendencias moderadas y escuchando las quejas de los israelitas, ordenó suavizar el trato que se les daba.

Ya para entonces el antisemitismo había cundido tanto en la masa del pueblo que no era fácil extirparlo del todo. De origen ruso es la palabra "progrom", nombre que se dio a los cruentos movimientos populares contra los judíos. De todas maneras, los israelitas disfrutaron de más garantías y libertades. Por ese entonces corrosivas fórmulas ideológicas –no nacidas en Rusia— volvieron a propagarse con renovado impulso para agitar a las masas rusas. Una vez más iba a manifestarse en la historia el gigantesco poder de una idea cuando se la utiliza en el terreno propicio y del modo adecuado. Esa idea era una mezcla de nihilismo y de marxismo que inquietaba aún más a los proletarios.

Hablando de esa época, el historiador judío Simón Dubnow dice que: "El mismo año en qué se fundó en Basilea la Organización Sionista, formóse en Wilno una asociación socialista secreta denominada Bund (1897). Desarrolló él Bund una propaganda revolucionaria entre las masas judías en su lengua, el yidich, lo cual constituyó, en un principio, el único síntoma nacional de ese partido...

(1) Contribución del Cheto Europeo.—Por el Dr. James Parkes. Tri­buna Israelita, marzo de 1956.

Además del Buñd nacieron partidos mixtos de sionistas y socialistas los Polae Sión y los Sionistas Socialistas. Estos partidos libraron una lucha abierta contra el gobierno ruso, particularmente en la revolución dé 1905. Los revolucionarios israelitas "participaron ''asimismo en los partidos socialistas'rusos, en las manifestaciones estudiantiles, en las huelgas obreras y en los actos terroristas contra los gobernantes".(1) La renovada agitación degeneró en graves disturbios obreros en 1899. El Partido Social Revolucionario tenía, una sección, terrorista a cargo del sagaz judío Gershuni, cuyos agentes mataron al ministro ruso Sipyagin, al gobernador Bogdanovich, al premier Plehye, al gran duque Sergey y al general Dubrassov. El zar Nicolás II pensó qué había dado un paso en falso al suavizar el trato para los israelitas y resta­bleció algunas de las limitaciones que años antes les levantara. Numerosos propaladores del marxismo, entre ellos él judío León Dayidovich Bronstein (posteriormente conocido corno León Trotsky) fueron deportados a Siberia. (Trotsky éstaba casado con una hija del financiero judío Giovotovsky). Las turbulencias parecieron amainar. Incluso surgió una escisión entre los mismos agitadores; no en cuánto a su meta síno en cuanto a la mayor o menor impetuosidad para alcanzarla. No era qué unos hebreos se lanzaran contra otros, sino que diferían dé opinión respecto a la táctica de lucha. Así surgieron los bolcheviques (los del programa máximo) y los mencheviques (los del programa mínimo). Vladimir ilich (Lenin) se hizo líder de los primeros.

Aunque la severa represión oficiar alcanzó a rnucnos agitadores judíos que se movían entre los trabajadores, dejó intacta la estructura secreta que gestaba la revolución. Creyendo haber sido ya suficientemente severo, ó buscando una transacción con ellos, en 1904 el régimen suavizó su política hacia los israelitas. Pero éstos inmediatamente, reforzaron su actividad revolucionaria y en 1905 organizaron motines más grandes que los anteriores. Entonces el zar Nicolás II se alarmó e hizo nuevas concesiones al conglomerado judío, pensando tal vez que así se restablecería el orden.

Con esto el marxismo cobró mayor brío. Inútilmente los zares ha­bían querido evitar la agitación reprimiendo a los que directamente alentaban el descontento popular nacido inicialmente de la miseria pero Sin anular a los ocultos conspiradores, que eran los qué dirigían todo el movimiento para subvertir el orden. Además, poco hacía el régimen por aliviar la miseria misma y por destruir la forma capciosa y oropelesca en que explotaban esta circunstancia los agitadores marxistas.
(l)"Manual de Historia Judía". —Simón Dubnow. —Editorial Judaica.

Ante la sutil técnica de la conspiración marxista los zares fueron incapaces de una acción coordinada y firme para liquidarla. Frecuen­temente titubearon y en ocasiones llegaron a concebir el absurdo de que los brotes de desorden podrían conjurarse mediante concesiones. Pero resulta que hacer concesiones a un adversario que busca la vic­toria total es sólo facilitarle su camino.

Lenin y algunos de sus colaboradores emigraron para ponerse a salvo de las redadas de revolucionarios que de tiempo en tiempo hacia el régimen zarista. Por eso en 1908 los israelitas Apfelbaum Z¡novief, Rosenfeld Kamenef (cuñado de Trotsky) y Lenin se reunieron en París a planear una nueva etapa de agitación: "No es un azar que hayan ingresado a las huestes revolucionarias rusas tantos israe­litas —dice Pierre Charles en "La Vida de Lenin"—.

Por lo pron­to, si se hace abstracción de las masas rusas, poco propicias para el reclutamiento de políticos, hay que reconocer que el por­centaje de judíos en Rusia no era tan exiguo como se decía. Y además, ¿no era fatal que su febril actividad, contrastando con la población rusa, debía exagerar enormemente su papel en la revolución? Y su espíritu hereditariamente aguzado por el Talmud ¿no debía sentirse cómodo en las controversias de las escue­las socialistas? En fin, los sufrimientos que les endurecieron bajo el régimen zarista los acercaban a su sueño de palingenesia social”. (Resurgimiento y hegemonía del pueblo judío). Uno de los métodos con que los revolucionarios hebreos trataron de ponerse a cubierto de la represión oficial fue tan sencillo como eficaz. En grupos más o menos numerosos se trasladaban a Estados Unidos, se nacionalizaban norteamericanos, regresaban a Rusia y ha­cían valer su nueva ciudadanía como hijos de una nación poderosa.

En esto eran ayudados por la numerosa colonia israelita radicada en Norteamérica, que en aquel entonces casi llegaba a tres millones y que influía ya en los .círculos financieros y políticos.

"En San Petersburgo —dice Henry Ford en El Judío Internacional— llegó a haber 30,000 judíos de los cuales sólo 1,500 se ostentaban como tales".

Las autoridades rusas no tardaron en tratar de frustrar ese inusitado procedimiento de protección y esto dio origen a que numerosos órganos de la prensa americana protes­taran contra la falta de respeto a las ciudadanías recién concedidas ' por los Estados Unidos. Con esa ejemplar hermandad que los israe­litas practican desde uno al otro confín del mundo, "el 15 de febrero de 191 I, estando Taft en el poder —agrega Henry Ford— los judíos Jacobo Schiff, Jacobo Furt, Luis Marshall, Adolfo Kraus y Enrique Goldfogle le pidieron que como represalia contra Ru­sia fuera denunciado el Tratado de Comercio". Aunque en un principio Taft se rehusó, israelitas de todo el país enviaron cartas a senadores y diputados, gestionaron apoyo de gran parte de la prensa, pusieron en movimiento el Comité Judío Ameri­cano, a la Orden B'irit y a otras muchas, filiales o afines. El influyente político Wilson, que después llegó á ser Presidente de EE. UU., pre­sionó resueltamente en favor de los judíos y durante un discurso en el Carnegie Hall afirmó:


"El gobierno ruso, naturalmente, no espera que la cosa llegue al terreno de la acción; y en consecuencia, sigue actuando a su placer en esta materia, en la confianza de que nuestro gobierno no incluye seriamente a nuestros compa­ñeros de ciudadanía judíos entre-aquellos por cuyos derechos aboga: no se trata de que expresemos nuestra simpatía por nuestros compañeros de ciudadanía judíos, sino de que hagamos evidente nuestra identificación con ellos. Esta no es la causa de ellos; es la causa de Norteamérica".

Finalmente, el Tratado de Comercio suscrito ochenta años atrás, fue denunciado el 13 de diciembre de 1911. Por primera vez un zar—en ese entonces Nicolás II— sintió que los descendientes de aque­llos israelitas que 50 años antes rehuían temerosos la violencia rusa, ya no estaban tan solos! Aunque la inmensa mayoría eran nacidos en las estepas, y_ aunque eran hijos y nietos de otros también nacidosallí, ni el medio ambiente ni la convivencia de siglos los hacían clau­dicar de sus metas políticas ni de sus costumbres. Tal parecía que conservando sin mezcla su sangre conservaba igualmente sin mezcla su espíritu. Cierto, que el Imperio Ruso era aún poderoso y que la lejana represalia de la, denuncia del Tratado de Comercio americano no basta­ba para revocar las limitaciones impuestas a los: israelitas, mas sin embargo, constituía un incómodo incidente que en grado imponde­rable influyó para que se suavizara el trato oficial a los judíos., Y aun­ que ese mismo año de 1911 se estableció que los judíos no podíanser electos concejales, en la práctica se les trató con mayor consi­deración. Entre tanto, el llamado Comité Ejecutivo seguía ocultamente propi­ciando la rebelión.

Las series de huelgas sangrientas que se iniciaron en 1905 adquirieron incontenible impulso en 1910 al estallar doscientos paros obreros. Tres años más tarde las huelgas se contaban por mi­llares. Se agitaba a las masas y su descontento iba siendo crecientemente aprovechado como instrumento revolucionario marxista.

En ese entonces el Imperio Ruso se hallaba ya tan minado que ma­lamente podía afrontar una guerra internacional. Por eso fue tan in­sensato y hasta inexplicable que se lanzara a una aventura de esa índole en 1914, para apoyar a Servía en contra de Austria-Hungría. El zar dio contraorden a fin de que no se realizara la movilización general y evitar el choque con Alemania, pero el Ministro de la Guerra, Sujofinov, y todo el Estado Mayor presionaron al zar y se consumó la movilización. Alemania apoyó entonces a su aliada Austria-Hungría y entró en guerra con Rusia. No obstante que la patria rusa libraba entonces una lucha interna­cional, el movimiento revolucionario no cesó su propaganda para de­bilitar las instituciones. Además, aprovechó la anormalidad de la si­tuación y proclamó que los obreros no tenían patria que defender, según la tesis marxista (comunista) de que la idea de patria debe ex­tirparse de las nuevas generaciones.

El gobierno ruso consideró que los judíos influían poderosamente en esta oposición al régimen y ordenó nuevas medidas de coerción. Mu­chos que por nacimiento o naturalización ostentaban las más diversas nacionalidades, e incluso la rusa, se habían mezclado en el campo y en las fábricas y hacían cundir la agitación.

Poco después de iniciada la contienda, el diario ruso "Ruscoic Sna-mia" abogaba por las más severas represalias contra los israelitas, a quienes se les achacaban los desórdenes internos, y hasta llegó a alen­tar los "progroms". No obstante que el ambiente oficial era propicio a estos extremismos, el régimen no quiso complicar más la situación, prohibió el diario y mantuvo a raya el antisemitismo, aunque sin poder suprimirlo del todo.

En Suiza se encontraba entonces desterrado, junto con otros jefes judíos del movimiento marxiste, Vladimir llitch (Lenin) y desde allí di­rigía la agitación en la retaguardia del ejército ruso que combatía contra Alemania. Sesenta y siete años después de que dos hebreos —Marx y Engels— habían dado a la publicidad por primera vez el manifiesto comunista, otros miembros de la misma raza luchaban de­nodadamente por materializarlo en realidad política. .

Junto con los judíos Apfelbaum y Ronsenfeíd (conocidos bajo los nombres rusos de Zinovief y Kamenef), Lenin alentaba desde el des­tierro a los revolucionarios para que contribuyeran a la derrota de Rusia en la guerra que sostenía contra Alemania y Austria. En su periódico "Social Demócrata" del 27 de julio de 1915 daba la siguien­te consigna: "Los revolucionarios rusos deben contribuir prácticamente a la derrota de Rusia". Proclamaba que esto abriría el camino a la re­volución.

Pierre Charles, biógrafo de Lenin, afirma que en ese entonces "Le­nin se entregó en cuerpo y alma a su odio por todo patriotismo... Toda defensa de la Patria —decía— es chauvinismo". Tanto fue así que los alemanes le permitieron pasar por Berlín para que se internara subrepticiamente en Rusia y aun le ayudaron econó­micamente ya que su labor debilitaba al ejército ruso. Así fue como Lenin pudo llegar a San Petersburgo, donde un núcleo de 30,000 is­raelitas, acaudillados por Trotsky, habían organizado el cuartel general del movimiento marxista revolucionario. Y desde ahí hizo circular esta proclama: "Es necesario, sin demora, educar al pueblo y al ejército en -el sentido derrotista. Soldados, fraternizad en las trincheras con vuestros camarades llamados 'enemigos'” Poco después Lenin celebraba secretos acuerdos con los jefes re­ volucionarios. Charles (I) refiere que asistían "Kamenef, hombre pe­queño, de ojos vivaces bajo el lente; Zinovief, que se había cor­tado completamente el cabello ondulado de su gruesa cabeza; Ouritsky, delgado y nervioso, que mas tarde aterrorizaría a Re­trogrado durante algunas semanas; los tres eran de raza judía". No tardaron en reunírseles Stalin y Trotsky.

La siembra marxista iniciada décadas atrás, halló en 1917 el clima más propicio paré fructificar. La ya minada retaguardia del ejército ruso se debilitó aún más y el desconcierto cundió hasta las líneas avan­zadas del frente de guerra; la propaganda derrotista hallaba cierta­mente coyunturas en la miseria y en las bajas causadas por la contienda. La promesa de que al triunfar la revolución se repartirían tierras a todos los proletarios fue tan halagadora "que las tropas querían dejar de pelear para llegar al reparto".

Coordinadamente las doctrinas bolcheviques agitaban a los militares habiéndoles de. los derechos del sol­dado, según los cuales "los oficiales deberían ser nombrados por se­lección, de entre los soldados, y éstos podían discutir las órdenes deaquéllos". Desde ese momento quedó rota la disciplina, dice el Tte.Corl. Carlos R. Berzunza en su "Resumen Histórico de Rusia". Y así comenzó la última etapa del fin de la Casa Imperial Rusa. Tatiana Botkin (2) dice que acerca de la realeza y particularmente de la Em­peratriz, circulaban versiones que indignaban al pueblo y alentaban al derrotismo.

"Frecuentemente se encontraba uñó con personas que se habían formado un concepto completamente falso sobre la fami­lia real. Entre nosotros sólo se propagaba lo malo y nadie sabía lo bueno que en realidad existió... No podía creer que los mis­mos soldados, soldados rusos, en el momento de una guerra detal magnitud, se amotinaran y mataran a su comandante y ofen­dieran a la familia real... Así era, desgraciadamente. En las callesde Petrogrado sucedía algo increíble. Los soldados, borrachos, sincorreas, con los capotes desabrochados, unos con rifles, otros desarmados, corrían como poseídos saqueando todas las tien­das".





(1) "Vida de Lenin".—Por Fierre Charles.
(2) "Vida, Martirio y Sacrificio.de los Zares". —Por Tatiana Botkin, hija del médico de la familia imperial.

El descrédito de la casa de los Romanof; la consigna leninista de que la derrota en el frente de guerra abriría el camino al triunfo de la revolución; las crecientes bajas y la miseria; la promesa de que un nuevo régimen daría tierras al proletariado; el relajamiento de la disciplina; las doctrinas de igualdad y supresión de las jerarquías, etc., conver­gieron por fin en el estallido de la revolución.

La mecha que encendiera el polvorín podía haber sido cualquier cosa. Como en el conocido fenómeno físico de la sobrefusión, cuando la mente de un pueblo llega a su tensión máxima basta el más insigni­ficante incidente para producir el estallido.

Tatiana Botkin refiere así el principio del fin del imperio: "En Kronstadt —precisamente en las cercanías del cuartel general que los caudillos israelitas del marxismo habían formado secretamente en San Petersburgo— empezó la bestial matanza de oficiales. Una vez muertos, los cubrían con heno, los rociaban con petróleo y les prendían fuego. Metían en los ataúdes personas aún con vida ¡unto a cadáveres, fusilaban a los padres a la vista de sus propios hijos, etc. En el frente, los soldados fraternizaban con los alemanes y retrocedían, a pesar de los enormes contingentes reunidos antes de la revolución... el sepelio de las víctimas de la revolución en Retrogrado, fue una mascarada. Los revolucionarios recogieron cuerpos de desconocidos, muertos de frío o por accidente, in­cluso unos chinos que habían fallecido de tifo, los colocaron en los ataúdes forrados de rojo, los trasladaron al 'Campo de Marte1 y erigieron un gran túmulo". Esto alentaba la agitación y servía de bandera a los revolucionarios.

Por otra parte, en ningún momento los iniciadores del marxismo en Rusia carecieron de solidaridad y aliento de sus hermanos de raza en el extranjero. El 14 de febrero de 1916 se celebró en Nueva York un Congreso de las Organizaciones Revolucionarias Rusas, alentadas e inspiradas por inteligentes israelitas. El magnate judío-americano Ja-cobo Schiff era uno de los que costeaban los gastos de estos trabajos políticos; ayudaba particularmente a León Trotzky, también israelita. Otros banqueros judíos, tales como Kuhn Loeb, Félix Warburg, Otto Kahn, Mortimer Schiff y Olef Asxhberg, daban también su ayuda eco­nómica desde Nueva York.

Pese a todo lo que en apariencia hubiera de inexplicable en esas relaciones entre los marxistas revolucionarios de Rusia y los magna­tes israelitas de América, en el fondo regía la profunda solidaridad de la raza y el anhelo común de la reivindicación hebrea. Unos la buscaban con el instrumento que su compatriota Marx les había heredado en el Manifiesto Comunista de 1848 y otros la procuraban con el instrumento del oro y las finanzas. Dos distintos medios, pero un mismo fin. Y si el destino del mundo iba a jugarse en dos barajas de política inter nacional —el super capitalismo y el marxismo—, tener ases en ambas era asegurar el triunfo de la causa común, cualquiera que fuese el re­sultado de la gran lucha.

Los pacientes esfuerzos de los caudillos marxistas y de quienes los ayudaron desde el extranjero desembocaron el 7 de noviembre de 1917 en el estallido de la revolución comunista.

El zar fue detenido y entre las primeras rectificaciones políticas fi­guró la abolición de las restricciones jurídicas impuestas a los judíos.. El camino a los puestos públicos quedó abierto para ellos. Toda ten­dencia política perjudicial al judaísmo fue declarada fuera de la ley por decreto de julio de 1918. Entre las tropas del general Budieny ocu­rrieron actos violentos contra los judíos y fueron severamente repri­midos. A ese respecto el escritor judío Salomón Resnick dice en su libro "5 Ensayos Sobre Temas Judíos": "Pronto sobrevino una vigorosa reacción contra tales desviaciones: 138 cosacos, entre ellos varios comandantes, fueron condenados a muerte y se impuso a todo soldado rojo la obligación de luchar contra el antisemitismo, esa herencia vergonzosa, criminal y sangrienta.

El jefe revolucionario Sverdlov, judío, ordenó que la familia de los Romanof fuera exterminada. Tatiana Botkin refiere así el final del Zar, de la Zarina, del Zarevich y de las princesas Olga, Tatiana, María y Anastasia: "En la prisión —casa de Ipatiev— de Ekaterimburgo, la familia real sufría mil vejaciones. La situación de todos empeoró al ser nombrado otro comisario; el judío Yurovsky. El trato de los guardias se convirtió en un verdadero martirio, que sus majesta­des soportaban con verdadera resignación cristiana. Por comida les daban las sobras de los guardias, quienes además escupían en los platos. Luego les servían la comida y se las arrebataban cuan­do empezaban a comer. En la noche del 3 de julio de 1918 fueron bárbaramente asesinados. "Cuando penetró Yurovsky con 12 soldados, de los cuales sólo dos eran rusos (los demás judíos y letones), Yurovsky se encaró con el emperador y le dijo: 'Usted se ha negado a aceptar la ayuda de sus familiares (en el extranjero) por lo que tengo que fusilarlo'. El emperador se persignó, abrazó a su hijo con toda serenidad y se arrodilló.

La emperatriz hizo lo mismo,. Sonaron unos disparos. Yurovsky disparó sobre el emperador; los soldados sobre los demás. Dieron vuelta a los cadáveres y los asaetearon con las bayonetas. Después de esta carnicería los cadáveres fue­ron despojados de cuanto llevaban, arrojados a un camino y de ahí conducidos a un bosque cercano, donde fueron incinerados en dos hogueras: una de fuego y la otra de ácidos". Inútilmente Nicolás II, lo mismo que su padre Alejandro III, y su abuelo Alejandro II, se habían empeñado en reprimir a algunos de los que promovían y capitalizaban el descontento de las masas, pero no supieron atraerse a éstas ni disolver la conjura. Sesenta y nueve anos después de que Marx y Engels crearon su fórmula de agitación, sus descendientes raciales lograban que un gran imperio se viniera abajo. Era ése el primero de sus fabulosos triunfos.

Como no. tardaron los rusos en darse cuenta de que habían sido engañados por los rojos, sobrevino una violenta contrarrevolución en­cabezada por los generales Antón Ivanovitch, Deniken, Kolchak, Wrangel y Yudenitch. Llegaron a arrebatarles a bs rojos territorios con más de un millón de kilómetros cuadrados y se aproximaron amenazadora­mente a Leningrado y Moscú. Deniken esperaba ayuda de los gobiernos inglés y francés, pero no la obtuvo.

La opinión pública norteamericana simpatizaba con los rusos anti­bolcheviques y quería que se les ayudara, pero entonces toda la pren­sa influida por judíos se dedicó a "desinformar" al pueblo de Estados Unidos. Así, por ejemplo, Herbert Matthews, del "New York Times", cablegrafiaba desde Moscú (mayo 7 de 1918) que la revolución sovié­tica no era propiamente comunista, que nada había que temer y que una encuesta "indica que Lenin, Trotsky, Stalin y otros son anticornunistas".(l)

Mientras tanto, los rusos anticomunistas no recibían ayuda, los bolcheviques recibían armas y dinero que les enviaban diversos magnates hebreos del extranjero, y finalmente fue vencida la contrarrevolución de Oeniken.

El judío Alejandro Kerensky (originalmente apellidado Adler), que se había infiltrado en el gobierno del zar para ayudar secretamente al triunfo de los comunistas, emigró después al Occidente para presen­tarse como "anticomunista". Bajo ese disfraz mantuvo contacto con los rusos exiliados, auténticamente enemigos del comunismo, y fue un factor decisivo para dividirlos y neutralizarles sus esfuerzos. (Con­trol de la acción y de la reacción).

LOS DOS ELEMENTOS
QUE FORMARON EL BOLCHEVISMO

Es siempre costumbre que el triunfo tenga muchos autores, auténticos o no, y que en cambio todos rehuyen la paternidad de los fracasos: pero el triun­fo de la revolución rusa es una de las excepciones de esa regla. Por lo menos hasta ahora sólo se ha atribuido fragmentaria y tenuemente a la comunidad israelita. Y esto no obstante la evidencia de que la base ideológica de la revolución rusa la crearon los judíos Marx y Engels; la pusieron en movimiento social Lenin, Zinoviev, Kamenev.
(1) El mismo Mathews presentó en 1958 a Castro Ruz como un ab­negado libertador de Cuba.
Bronstein y otros israelitas; la solapó y ejecutó a medias el hebreo Kerensky; la ayudaron económicamente desde EE. UU. los magnates Kuhn Loeb, Félix Warburg, Otto Kahn, Mortimer Schiff y Olef Asxh-berg, y la hicieron posible agitando a las masas proletarias un sin­número de comisarios israelitas, como judíos eran —simbólicamen­te— 10 de los 12 revolucionarios que ejecutaron a la familia real de los Romanof. Uno de los modernos profetas del semitismo, Teodor Herzl, ya había advertido antes del triunfo de la revolución rusa: "Somos una nación, un pueblo... Cuando los judíos nos hundamos, seremos revolucionarios, seremos los suboficiales de los partidos revolu­cionarios. Al elevarnos nosotros subirá también el inmarcesible poder del dinero judío" ("Un Estado judío"). Son numerosísimas las huellas que los israelitas dejaron en la pre­paración y la consumación de la revolución rusa, pero por uno u otro motivo la difusión de estos hechos ha sido tan lenta y fragmentaria que generalmente suenan a inverosímiles o fantásticos cuando se les conoce en toda su magnitud. Ni la universalmente reconocida seriedad de Henry Ford libró a esas revelaciones de las dudas que lógicamente producen:

"Una Rusia Soviética hubiese sido sencillamente imposible —di­ce Henry Ford en El Judío Internacional—, a no ser que un 90% de los comisarios fueran judíos. Otro tanto hubiera ocurrido en Hungría, de no ser judío Bela-Khun ("El Príncipe Rojo") y con él 18 de sus 24 comisarios... El Soviet no es una institución rusa, sino judía".

Agrega que al triunfar la Revolución bolchevique, el nuevo régimen fue integrado preponderantemente con israelitas y cita el siguiente cuadro:
Dependencias Funcionarios Judíos %
Consejo de comisarios populares 22 17 77
Comisión de Guerra 43 33 77
Comisariado de Asuntos Exteriores 16 13 81
Comisariado de Hacienda 30 24 80
Comisariado de Gracia y Justicia 30 24 80
Comisariado de Instrucción Pública 53 42 79
Comisariado de Socorros Sociales 6 6 100
Comisarios de Provincias 23 21 91
Periodistas (Dirigentes) 41 41 100

“Cuando Rusia se hundió –afirma-, inmediatamente surgió el judío Kerensky".

Como sus planes no fueron lo suficientemente radicales, le sucedió Trotsky. Actualmente, en Rusia (1920), en cada comisario hay un judío. De sus escondrijos irrumpen los judíos ru­sos como un ejército bien organizado... Todos los banqueros ju­díos en Rusia permanecieron sin ser molestados, mientras que a los banqueros no judíos se les fusiló... El bolchevismo es antica­pitalista sólo contra la propiedad no judía. Si el bolchevismo hu­biese sido realmente anticapitalista, hubiera matado de un solo tiro" al capitalismo judío. Pero no fue así... Sólo a los judíos se les pueden remitir víveres y auxilios de otros países, en Rusia". El mismo autor hace una cita del Dr. Jorge A. Simons, sacerdote cristiano, que escribió: "Centenares de agitadores salidos de los ba­rrios bajos del Este de Nueva York se encontraron en el séquito de Trotsky... A muchos nos sorprendió desde un principio el ele­mento marcadamente judío de aquél y se comprobó muy pronto que más de la mitad de todos esos agitadores del llamado movi­miento sovietista eran judíos".

Asimismo cita a William Huntington, agregado comercial americano en Retrogrado durante la revolución, quien declaró que "en Rusia todo mundo sabe que tres cuartas partes de los jefes bolcheviques eran ju­díos".

Coincidiendo con todo lo anterior, el periódico ruso "Hacia Moscú", de septiembre de 1919, dijo: "No debe olvidarse que el pueblo judío, reprimido durante siglos por reyes y señores, representa genuinamente el proletariado, la internacional propiamente dicha, lo que no tiene patria".

Y Cohén escribía en "El Comunista", de abril de 1919: "Puede de­cirse sin exageración que la gran revuelta social rusa fue realizada sólo por manos judías. El símbolo del judaísmo, que durante siglos luchó contra el capitalismo, se ha convertido también en el sím­bolo del proletariado ruso, como resulta de la aceptación de la estrella roja de cinco puntas que como es sabido fue antiguamente el símbolo del sionismo y del judaísmo en general". Desde un punto de observación muy distante, el investigador Schu-bart se refiere a este mismo asunto en los siguientes términos: (I) "Tam­bién la nacionalidad de los jefes bolcheviques, entre los cuales hay un gran contingente de judíos, lituanos y grusinios, indica el ca­rácter extraño, no' ruso, de este movimiento.

El marxismo no tiene más que una peculiaridad que encuentra afinidad de sentir en el ruso: es el meollo mesiánico de la doctrina. Lo sintió el alma eslava con fino olfato, y lo tomó por punto de partida... El occidental siente latir más fuerte su corazón al pasar revista a sus bienes; en el ruso está vivo el sentimiento de que las posesiones nos poseen a nosotros. De que el poseer significa ser poseído, de que en medio de la riqueza


(1) "Europa y el Alma del Oriente".—Por Walter Schubart.- Profesor de Sociología y Filosofía de la Universidad de Riga, Letonia.

se ahoga la libertad espiritual". Schubart no es el único en considerar que en la idiosincrasia rusa había propicias coyunturas para que el marxismo teórico y utópico ganara adeptos que luego se convirtieran en instrumento para los organizadores judíos. Oswaldo Spengler apuntó en "Decadencia de Occidente": "El alma rusa, alma cuyo símbolo primario es la planicie infinita, aspira a deshacerse y perderse, sierva anónima, en el mundo de los hermanos... La vida interior del ruso, mística, sien­te como pecado el pensamiento del dinero".

Otro filósofo, el Conde de Keyserling (I) coincide con los dos an­teriores: "Los rusos son tan profundamente religiosos en el alma que incluso el materialismo, el ateísmo, la industrialización y el plan quin­quenal les sirven de iconos".Igualmente, el sacerdote jesuita norteamericano E. A. Walsh, que vivió en la URSS en 1923, opina en su libro "Imperio Total": "El mujik ruso, cuando está impregnado de vodka, revela una sór­dida grosería y una torpe animalidad sólo limitada por la capa­cidad física. Pero, terminada la orgía, llorará con su prójimo en fraterna comprensión, perdonará a los ladrones, cobijará a los asesinos con compasión y manifestará instantánea simpatía hacia todos sus compañeros de peregrinación en este valle de lágrimas, y al arar exclamará: 'Dios, ten piedad1...”

Otto Skorzeny, que como oficial alemán conoció a los rusos duran­te cuatro años de lucha, da el testimonio de que "el soldado que fue a la guerra por el materialismo dialéctico posee, en realidad, un idealismo religioso... Casi puede decirse que el ruso, en cuanto a alcanzar su objetivo ideal, es un enemigo de lo posible: necesita objetivos lejanos y fantásticos". (2)

Son innumerables los investigadores que habiendo estudiado la psi­cología del ruso coinciden en que bajo su dureza acorazada por el su­frimiento de siglos y que bajo su crueldad propia de los caracteres primitivos, late un vigoroso sentimiento místico. Y es precisamente en este sentimiento, espontáneo y de distinta índole que el pensa­miento lógico, donde el marxismo israelita se injertó; donde el mar­xismo encontró un apoyo para erigirse en fuerza gigantesca.

El empuje indiscutible del bolchevismo surgió de dos factores: la fórmula alucinante y utópica de Marx y el sencillo misticismo de las almas rusas. Y fueron judíos quienes combinaron ambos factores como se combinan la glicerina y el ácido nítrico para obtener la dinamita.

El bolchevismo cundió luego con su propia dinámica y no requirió razones para
(1) "Vida Intima". —Conde de Keyserling.
(2) "El Soldado Ruso".—Otto Skorzeny.

subsistir; incluso pudo hacerlo pese a las realidades que lo contradecían. Tal es el mecanismo de los movimientos sociales que llegan a erigirse en creencias místicas o seudomísticas.

Algo de esto señala Max Eastman al afirmar: "El comunismo es una doctrina que no puede ser científica, pues es exactamente lo contra­rio: religión".( I) '

Y algo muy semejante señala Gustavo Le Bon en "Ayer y Mañana": "Las creencias de forma religiosa, como el socialismo, son in­conmovibles porque los argumentos no hacen mella en una con­vicción mística... Todos los dogmas, los políticos sobre todo; se imponen generalmente por las esperanzas que hacen nacer y no ^ por los razonamientos que invocan... La razón no ejerce influencia alguna sobre las fuerzas místicas".

Así se explica que pese a su procedencia extranjera) pues el mar­xismo no era ruso ni sus propagadores tampoco, grandes masas delpueblo lo hicieron entusiastamente suyo, por lo menos en la etapainicial. Lo captaron por una de sus fases, por la fase mística de la reivindicación del indigente, y para esta espontánea adhesión no necesitaban ni investigar orígenes ni razonar; sobre las bases científicas del movimiento.

Durante milenios el hombre ha anhelado barrer el abuso de los poderosos y disfrutar de justicia social. Al prometer la satisfacción de ese viejo anhelo, los creadores israelitas del comunismo lograron un formidable triunfo psicológico y político. Dentro de sus propias filas raciales la minoría judía de Rusia carecía de la fuerza del número, pero la conquistó entre las masas no semitas — e inclusive anti­semitas-— gracias a las promesas populares que el comunismo hacía. Y a fin de garantizar que esta poderosa arma política se mantuviera siempre dirigida por sus creadores, se le dio el dogma de la internacionalización, de tal manera qué se cometía una herejía al querer servir al proletario sin la consigna emanada de Moscú, sede del mar­xismo-israelita.

Todo movimiento social que se atreviera a violar, ese dogma era objeto de la más violenta hostilidad, no porque sirviera mejor o peor los intereses del proletariado, sino porque se sustraía al control de los creadores del marxismo.

Apenas afianzado el nuevo régimen en e) Poder, una súbita lucha antirreligiosa comenzó a realizarse con extraordinaria eficacia. Como si fuera obra de factores no rusos, esa lucha era sistemática y care­cía de la imprevisión y de la desorganización propia del ambiente moscovita. En su implacable eficacia se advertía el sello de una


(1) "La Rusia de Stalin".—Por Max Eastman, Profesor de Filosofía de la Universidad de Columbia.

mano extraña. "En la fachada del Ayuntamiento de Moscú, en vez de laimagen que se veneraba, se inscribió la frase de Lenin: “La religión es el opio del pueblo”.

Frecuentemente se ha visto que un movimiento religioso, nutrién­dose de su propia fe, se lance contra otro movimiento religioso y trate de proscribirlo. Religión contra religión es un fenómeno mu­chas veces presenciado en la historia. Pero que en un medio eminen­temente religioso nazca un movimiento inflexiblemente ateísta, dirigido contra todas las religiones, es un fenómeno nuevo. ¿De dónde un movimiento político, que oficialmente se apoya en masas religiosas, extrae la inspiración y las energías necesarias para constituirse fanática­mente en un movimiento antirreligioso? .

Ha sido, también más o menos frecuente que por conveniencias políticas un régimen hostilice a una religión y se apoye en otras. Peroen Rusia, por primera vez con inconfundible claridad y con extraor­dinario celo, todas las religiones empezaron a ser perseguidas en cuan­to triunfó el bolchevismo.

Lo que el cristianismo padeció en la época antirreligiosa del Imperio'Romano tenía la explicación de que se trataba de una reli­gión nueva sin muchos adeptos en la masa del pueblo. En cambio, en Rusia, los sentimientos religiosos eran ya populares cuando el bol­chevismo comenzó a imperar 929 años antes Rusia se había conver­tido al .cristianismo.

Que en un pueblo sin religión se combata a una nueva religión, parece explicable; pero que en un pueblo religioso surja un régimen intransigentemente antirreligioso, es un fenómeno de orígenes extraños al pueblo mismo. Y tal fue lo que sucedió en Rusia.

El teniente coronel Carlos R. Berzunza dice en su, resumen histó­rico: "Numerosas iglesias fueron convertidas en teatros. La revolu­ción inició luego la lucha contra todas las religiones, por todos los medios... Se prohibió la enseñanza religiosa a menores de 18 años. La iglesia protestó. De 900 conventos fueron arrasa­dos 722".

La resistencia de los fieles fue casi pulverizada y 29 obispos y 1,219 sacerdotes pagaron con sus vidas la oposición al régimen y fue­ron las primeras víctimas de una serie de ejecuciones bolcheviques que más tarde recibieron el nombre de "purgas". Para el 7 de no­viembre de 1923 la primera ola de "purgas" había aniquilado a 6,000 profesores, 9,000 médicos, 54,000 oficiales, 260,000 soldados, 70,000 policías, 12,000 propietarios, 355,000 intelectuales, 193,290 obreros y 815,950 campesinos, en mayor o menor grado culpables de oposición. Esta furia aparentemente ciega tenía por objeto

(I) "Resumen Histórico de Rusia".—Tte. Coronel Ing. Carlos R. Ber­zunza, y Cap. I9 Bruno Galindo. Escuela Superior de Guerra.—México.

aniquilar a la clase pensante y a los núcleos que podían inspirar y organizar la resistencia al nuevo régimen.

En cuanto a los orígenes antirreligiosos del' bolchevismo son evi­dentes. Supuesto que no residían en las masas populares, ni tampoco en ninguna otra religión con predominio en Rusia, se hallaban exclusivamente entre los organizadores israelitas del movimiento revolucionario. El ¡judío A. L. Patkin, miembro del primer consejo de Moscú bajo los rojos, en 1917, dice que "el marxismo es la concha, pero en su interior está la sociología judía". (I) '

En general todos los instauradores del comunismo soviético seguían la sentencia de Marx: "El judaismo es la muerte del cristianismo". (2)

Ciertamente la masonería también fue un factor en esa lucha antirreligiosa, pero en última instancia la masonería es sólo uno de los brazos del judaísmo. Este creó en Egipto las primeras células secre­tas en el siglo XV antes de nuestra era, cuando los judíos necesita­ron protegerse y ayudarse eficazmente bajo el dominio de los farao­nes.

Siglos después esa sociedad se hizo extensiva a los no judíos, con objeto de aprovecharlos para los fines políticos israelitas, y se le dio un aspecto de fraternidad y liberalismo. Persistió, sin embargo, el am­biente de misterio bajo el cual había nacido la masonería, y todavía un enorme número de masones ignora hoy su vinculación con el mo­vimiento político judío, a pesar de que son de origen hebreo todos los nombres de sus grados, sus símbolos y sus palabras de paso, como Jehová, Zabulón, Nelcam, Nelcar, Adonai, etc. Esto puede compro­barlo cualquier' "iniciado"-que conozca a la vez la historia judía. (3)

Por eso es que desde el grado tercero de la masonería se designa con símbolos judíos a Jesucristo, a la Iglesia y a los cristianos, como la "ignorancia", el "fanatismo" y la "superstición", respectivamente (Jubetes, Jubelós, y Jubelum), y se plantea simbólicamente la lucha contra ellos. . .

Ya en 1860 el español Vicente de la Fuente había escrito en "Historia de las Sociedades

(1) "Los Orígenes del Movimiento Laboral Judío Ruso".—A. L. Patkin.

(2) "El Problema Judío". Karl Marx.—Por cierto que Marx recibió avu-da de los banqueros judíos Rothschild y dio forma a la teoría del comu­nismo, pero los principios seudócientíficos de éste ya eran manejados por el judaismo desde muchos años antes. El poeta judío Enrique Heine. so­brino del banquero Salomón Heine, fue el primero en hablar de la "dic­tadura del proletariado", en 1842 (Lutetia) y dijo que el comunismo apa­recería más tarde .poderoso e intrépido. Lenin le levantó a Heine una es­tatua en Moscú, y alguien le levantó otra en Nueva York.

(3) Diccionario Enciclopédico Abreviado de la Masonería.—Por Loren­zo Frau Abrines, Maestro Masón, Grado 33.

El Misterio de la Masonería.—Cardenal José María Caro Rodríguez.— Chile.

Secretas": "Esa sociedad proscrita en to­das partes, y que en todas partes se halla sin patria, que en tal concepto desprecia las ideas de nacionalidad y patria, sustitu­yéndolas con un frío y escéptico cosmopolitismo, ésa tiene la clave de la francmasonería. El calendario, los ritos, los mitos, las denominaciones de varios objetos suyos, todos son tomados pre­cisamente de esa sociedad proscrita: el judaísmo.

"La francmasonería en su principio es una institución pecu­liar de los judíos, hija del estado en que vivían, creada por ellos para reconocerse, apoyarse y entenderse sin ser sorprendidos en sus secretos, buscarse auxiliares poderosos en todos los países, atraer a sí a todos los descontentos políticos, proteger a todos los enemigos del cristianismo.

"Es público que todos los periódicos más revolucionarios e impíos de Europa están comprados por los judíos, o reciben sub­venciones de ellos y de sus poderosos banqueros, los cuales a la vez son francmasones".

Este paralelismo del judaísmo político y de la masonería lo confie­ sa el propio israelita Trotsky en su biografía, al referirse a su encar­celamiento de 1898. "Hasta entonces —dice— no había tenido oca­sión de consultar las obras fundamentales del marxismo. Los es­tudios sobre la masonería me dieron ocasión para contrastar yrevisar mis ¡deas. No había descubierto nada nuevo". ("Mi Vi­da".—León Trotsky).

Todo lo anterior explica el carácter furiosamente antirreligioso de la época actual de la historia rusa. Una época categóricamente ma­terialista y antirreligiosa, tal como la delineó Marx en su "Introduc­ción a la Filosofía del Derecho, de Hegel", al afirmar que sólo existe la materia. Una época tal como la planeó Lenin al afirmar que "el so­cialismo, por medio de la ciencia, combate el humo de la religión".

En 37 diversas dependencias de las primeras fases del Estado So­viético figuraron 459 dirigentes de origen judío y 43 rusos, cuyos nombres y cargos aparecen especificados en el libro "La Gran Cons­piración Judía", dé Traían Romanescu.

ALEMANIA META INMEDIATA

DEL MARXISMO

En la segunda mitad del siglo pasado, mien­tras que en Rusia se abrían paso las doctri­nas revolucionarias marxistas, el Imperio Alemán resurgía en 1871 forjado en la vic­toria de Sedán, bajo Guillermo I. Este segundo Reich era la cúspide de fuerzas cuya inquietud brillaba precisamente entonces en diver­sas ramas del saber: Goethe en la literatura; Beethoven, Mozart y Wagner en la música; Kant y Schopenhauer en la filosofía; Von Moltke en la milicia; Kirchhoff y Bunsen en la física y la química, yNipkow en la mecánica.

Sin embargo, en el campo de la política el alemán no tenía nada nuevo bajo la férrea forma de su imperio, y esto hizo creer a los pro­pulsores israelitas del marxismo que sería fácil asentar en Alemania la primera base de la "revolución mundial".

En efecto, Karl Marx (judío originalmente llamado Kissel Morde-kay) y su compatriota Frederik Engels, quisieron que el marxismo se materializara en régimen político primero en Alemania y después en Rusia. En su"Manifiesto Comunista" de 1848, ambos israelitas es­pecificaron: "A Alemania sobre todo es hacia donde se concentra la atención de los comunistas, porque Alemania se encuentra en vísperas de una revolución burguesa y porque realizará esta re­volución en condiciones más avanzadas de la civilización europea y con un proletariado infinitamente más desarrollado..."-Pero un año después de publicado el Manifiesto Comunista, el mar­xismo sufrió un golpe inesperado en Alemania. Su primer intento para apoderarse de las masas proletarias fracasó en junio de 1849. La dis­ciplina y el nacionalismo inculcados por la milicia eran una barrera ante la revolución internacionalizada del marxismo. El general Helmuth von Moltke señalaba que ese "cólera moral" fascinaba a los demócratas y se extendía por toda Europa reclutando en sus filas "aboga­dos, literatos y tenientes echados del servicio". '

En 1864 Marx fundó la Primera Internacional para impulsar la agi­tación internacional, particularmente en Alemania y Rusia. El comu­nismo anhelaba el control dé Alemania por^sus capacidades industria­les y guerreras y el de Rusia'por sus vastos recursos naturales y hu­manos. Ya en 1776 el judío alemán Adán Weishaupt había creado la secta masónica de los Iluminados de Baviera, que con el señuelo de dar el dominio político .mundial a los germanos pretendió utilizarlos para extender todos los principios que más tarde aprovechó Marx en sus teorías. Pero esta secta fue prohibida y no alcanzó sus metas en Alemania, aunque sí fue uno de los movimientos precursores dé la Revolución Francesa. (I)

Más tarde, Lenin insistía en el sueño de Weishaupt y de Marx y les decía a sus legionarios que la tarea inmediata era "unir el pro­letariado industrial de Alemania, Austria y Checoslovaquia/con el proletariado de Rusia creando así una, poderosa combinación industrial y agraria desde Vladibostock hasta el Rhin". Y varios intentos se realizaron con este objeto. "Lenin dijo un día que si era preciso sacrificar la revolución rusa a la revolución alemana, que representaba muchas más probabilidades de buen
(1) Revolución Mundial.—Nesta H. Webster.

éxito, no dudaría en hacerlo. Las riquezas agrícolas de Rusia y las riquezas industriales de Alemania formarían una potencia gi­gantesca", (I)

El propio Lenin dijo también al general Alí Fuad Bajá, primer em­bajador turco en la URSS: "Si Alemania acepta la doctrina bolche­vique me trasladaré inmediatamente de Moscú a Berlín. Los ale­manes son gente de principios y permanecen fieles a las Ideas una vez que han aceptado su verdad. Proporcionarán un medio mucho más favorable para la propagación de la revolución mun­dial que los rusos, cuya conversión exigirá mucho tiempo". (2)

Pero el arraigado patriotismo del alemán era un obstáculo para eso.Aun abrazando el marxismo, lo privaba de su sello internacionalista.

John Plamenats refiere que Lasalle, judío fundador del Partido Socia­lista Alemán, no pudo llegar a proclamar abiertamente el comunismo. Sin embargo, la doctrina hacía progresos y Plamenats afirma que el "Partido Democrático Socialista Alemán adoptó un programa completamente marxista en espíritu. Entre tanto, la industria ale­mana se desarrollaba rápidamente, y en poco tiempo, este partido se convirtió en el más grande del Estado. Lenin creía que con ayuda de los trabajadores alemanes, los rusos podrían evi­tar los peligros que de otro modo se derivarían de una Revolu­ción prematura". (3)

En vísperas de la primera guerra mundial el marxismo luchaba con igual denuedo en Rusia y en Alemania, si bien con distinta táctica.

En Alemania había mejor información sobre los orígenes de las di­versas tendencias políticas y esto impedía que muchos cayeran en re­des hábilmente tendidas. El periodista Marr, el historiador Treitschke, el pastor Stoecker, el filósofo Duehring y el profesor Rohling llama­ron frecuentemente la atención sobre la secreta influencia del judais­mo y habían gestionado con Bismarck que sé le refrenara. Pero de todas maneras el Partido Democrático Socialista Alemán, con inspi­ración marxista, iba ganando terreno en los sindicatos.

Años más tarde —a principios de 1913—, un joven descendiente de aldeanos, de 20 años de edad, que de peón había ascendido a acuarelista, reflexionaba en Munich que "la nación no era —según los marxistas— otra cosa que una invención de los capitalistas; la patria, un instrumento de la burguesía, destinado a explotar a la clase obrera; la autoridad de la ley, un medio de subyugar al proletariado; la escuela, una institución para educar esclavos y también amos; la religión, un recurso para idiotizar a la masa

(1) "Hitler Contra Stalin".—Víctor Serge, marxista.
(2) "Memorias".—Fránz Von Papen.
(3) "El Marxismo y sus Apóstoles".—John Plamenats.

predestinada a la explotación; la moral, signo de estúpida resig­nación, etc. Nada había, pues, que no fuese arrojado en el lodo más inmundo".

Ese joven artesano, llamado Adolfo Hitler, era partidario del sin­dicalismo, pero no bajo la inspiración intemacionalista de Marx, sino bajo el ideal nacionalista de Patria y de Raza. "Esta necesidad —la de los sindicatos y su lucha— tendrá que considerarse como justificada mientras entre los patrones existen hombres no sólo faltos de todo sentimiento para con los demás, sino carentes de comprensión hasta para los más elementales derechos huma­nos. Él sindicalismo, en sí, no es sinónimo de 'antagonismo so­cial'; es el marxismo quien ha hecho de él un instrumento para la lucha de clases... La huelga es un recurso que puede o que ha de emplearse mientras no exista un Estado racial, encargado de velar por la protección y el bienestar de todos, en lugar de fomentar la lucha entre los dos grandes grupos —patrones y obreros— y cuya consecuencia, en forma de la disminución de la producción, perjudica siempre los intereses dé la comunidad".

Concebía entonces que en el futuro "dejarán de estrellarse los unos contra los otros —obreros y patrones-— en la lucha de sa­larios y tarifas, que daña a ambos, y de común acuerdo arregla­rán sus divergencias ante una instancia superior imbuida en la luminosa divisa del bien de la colectividad y del Estado... Es absurdo y falso afirmar —decía— que el movimiento sindicalis­ta sea en sí contrario al interés patrio. Si la acción sindicalista tiende y logra el mejoramiento de las condiciones de vida de aquella clase y constituye una de las columnas fundamentales de la nación, obra no sólo como no enemiga de la patria o del Es­tado, sino nacionalmente en el más puro sentido de la palabra. Su razón de ser está, por tanto, totalmente fuera de duda". Con la impetuosidad propia de su edad, y además de su carácter, Hitler trataba de persuadir a sus compañeros de que la defensa del proletariado no era la meta del marxismo, ya que si el proletariado lle­gaba a satisfacer sus propias necesidades, desaparecería como ins­trumento de lucha de quienes acaudillaban el marxismo.

Ahondando en esta hipótesis, llegó a un punto que habría de ser elemento básico en la génesis del nacionalsocialismo, sistema político que luego se divulgó Con el apócope de "nazi". Por ese entonces —según posteriormente refirió— creía que los judíos nacidos en Ale­mania sólo se diferenciaban en la religión. "El que por eso se persi­guiese a los judíos como creía yo, hacía que muchas veces mi desagrado frente a exclamaciones deprimentes para ellos subie­se de punto... Tuve una lucha para rectificar mi criterio...

Esta fue sin duda la más trascendental de las transformaciones que experimenté entonces; ella me costó una intensa lucha interior entre la razón y el sentimiento. 'Se trataba de un gran movi­miento que tendía a establecer claramente el carácter racial del judaísmo: el sionismo... Tropecé con él inesperadamente donde menos lo hubiera podido suponer; judíos eran los dirigentes del Partido Social Demócrata. Con esta revelación debió terminar en mí un proceso de larga lucha interior. Examiné casi todos los nombres de los dirigentes del Partido Social Demócrata; en su gran mayoría pertenecían al pueblo elegido; lo mismo si se tra­taba de representantes en el Reichstag que dé los secretarios de , las asociaciones sindicalistas, que de los presidentes de las orga­nizaciones del Partido, que de los agitadores populares... Austerlitz, David, Adler, Allenbogen, etc.

"Un grave cargo más pesó sobre el judaísmo ante mis ojos cuando me di cuenta de sus manejos en la prensa, en el arte, en la literatura y el teatro. Comencé por estudiar detenidamente, los nombres de todos los autores de inmundas producciones en el campo de la actividad artística en general. El resultado de ello fue una creciente animadversión de mi parte hacia los judíos. Era innegable el hecho de que las nueve décimas partes de la lite­ratura sórdida, de la trivialidad en el arte y el disparate en el teatro, gravitaban en el debe de una raza que apenas si constituía una centésima parte de la población total del país.,

"Ahora veía bajo otro aspecto la tendencia liberal de esa pren­sa. El tono moderado de sus réplicas o su silencio de tumba an­te los ataques que se le dirigían debieron reflejárseme como un juego a la par hábil y villano. Sus críticas .glorificantes de teatro estaban siempre destinadas al autor judío y jamás una aprecia­ción negativa recaía sobre otro que no fuese un alemán. El sen­tido de todo era tan visiblemente lesivo al germanismo, que su propósito no podía ser sino deliberado".


PARENTESIS DE GUERRA

Tal fue, en síntesis, el proceso del nacimiento del nacionalsocialismo: frente al carácter internacionalista del marxismo, un categórico nacionalis­mo apoyado en las ideas de patria, de raza; frente al exclusivismo autoritario de la doctrina de Marx; un exclusivismo nacional —igual o mayor que aquél—; frente al origen político-israelita de la doctri­na, un antisemitismo político. (I)
(1) Debe discernirse claramente que una cosa es la lucha política con­tra el movimiento político judío y otra muy distinta es la hostilidad injusta contra el pueblo judío en masa, sólo por ser judío.

Los gérmenes del nuevo movimiento se habían perfilado ya, pero tan sólo en la mente del oscuro acuarelista. El estallido de la guerra de 1914 lo sacó de sus disquisiciones.

La víspera de que el conflicto t-armado se generalizara con la declaración inglesa de guerra contra .1... Alemania, Adolfo Hitler se enroló como voluntario en el 16° regimiento bávaro de infantería, el 3 de agosto de 1914.

Luego combatió en el frente de Flandes y después en el Somme, donde fue ascendido a cabo y ganó la "Cruz de Hierro", que es el máximo orgullo del soldado alemán. El 7 de octubre de 1916 cayó herido y se le trasladó a un hospital cercano a Berlín. Según sus propias palabras, desde allí pudo darse cuenta de que el "frente férreo de los grises cascos de acero; frente inquebrantable, firme monu­mento de inmortalidad", no tenía igual solidez en la retaguardia, donde el creciente marxismo socavaba el espíritu de resistencia.

Esa situación empezó a hacer crisis a principios de 1918 al estallar una huelga de municiones, que aunque prematura y fallida, causó un efecto desastroso en la moral.
"¿Por qué el ejército seguía luchando si es que el pueblo mismo no quería la victoria? ¿A qué conducían entonces los enormes sacrificios y las privaciones? El sol­dado peleaba por la victoria y el país le oponía la huelga. (l)

"Las nuevas reservas arrojadas al frente —añade fracasaron completamente. ¡Venían de la retaguardia!..'. El judío internacional Kurt Eisner comenzó a intrigar en Baviéra contra Prusia. No obraba ni en lo más mínimo animado del propósito de servir intereses de Baviera, sino llanamente, como un ejecutor judaísmo. Explotó los instintos y antipatías, del pueblo bávaro para poder, por ese medio, desmoronar más fácilmente a Alemania".

(1) “Mi Lucha” .- Adolfo Hitler

Y así comenzó a repetirse en Alemania aquella agitación; marxista; que un año antes minó a Rusia y la hizo capitular en la guerra ínternacional para sumirla en la revolución bolchevique. La base naval alemana de Kiel fue el escenario del primer levantamiento, tal como la base naval de Kronstadt había sido el del primer levantamiento for­mal de los soviéticos. "Así —dice la Enciclopedia Espasa—toda re­sistencia resultaba imposible, aunque de haberla podido prolongar unos días hubiera dado a Alemania la posibilidad de una paz mejor... En Baviera proclaman la república... Fórmanse conse­jos de obreros y soldados. Los soldados desarman a los oficiales y, si resisten, los matan... La bandera roja ondea en todos los arsenales alemanes... Alemania toma un aspecto bolchevique. El emperador abdica (día 9 de noviembre de 1918) quedando proclamada la república con un carácter francamente radical y pareciendo un remedo de la república rusa".

Entretanto, el cabo Hitler había vuelto al frente, había sido alcan­zado por el gas británico "cruz amarilla" y casi ciego fue internado en el hospital Pasewallc, de Pomerania» "El 10 de noviembre —refiere en 'Mi Lucha1— vino el pastor del hospital para dirigirnos algunas palabras... parecía temblar intensamente al comunicar­nos que la Casa de los Hohenzollern había dejado de llevar la corona imperial... Pero cuando él siguió informándonos que nos habíamos visto obligados a dar término a la larga contienda, quenuestra patria, por haber perdido la guerra y estar ahora amerced del vencedor, quedaba expuesta en el futuro a graves humillaciones, entonces no pude más. Mis ojos se nublaron y a tientas regresé a la sala de enfermos, donde me dejé caer sobremi lecho, ocultando mi confundida cabeza entre las almohadas."Desde el día en que me vi ante la tumba de mi madre, no había llorado jamás. Cuando en mi juventud el destino me gol­peaba despiadadamente, mi espíritu se reconfortaba; cuando en los largos años de la guerra, la muerte arrebataba de mi lado a compañeros, y camaradas queridos, habría parecido casi un pecado el sollozar. ¡Morían por Alemania! Y cuando finalmente, en los últimos días de la terrible contienda, el gas deslizándoseimperceptiblemente, comenzara a corroer mis ojos, y yo, ante la horrible idea de perder para siempre la vista, estuviera a punto de desesperar, la voz de la conciencia clamó en mí: ¡Infeliz! ¿Llorar mientras miles de camaradas sufren cien veces más que tú? Y mudo soporté el destino. "Pero ahora era diferente porque ¡todo sufrimiento material desaparecía ante la desgracia de la patria! Todo había sido, pues, inútil; en vano todos los sacrificios y todas las privaciones, inútiles los tormentos del hambre y de la sed; durante meses intermina­bles; inútiles también todas aquellas horas en que entre las ga­rras de la muerte, cumplíamos, a pesar de todo, nuestro deber; infructuoso, en fin, el sacrificio de dos millones de vidas. ¿Aca­so habían muerto para eso los soldados de agostó y septiembre de 1914 y luego seguido su ejemplo en aquél otoño, los bravos regimientos de jóvenes voluntarios? ¿Acaso para eso cayeron en la tierra de Flandes aquellos muchachos de 17 años?...

"Guillermo II había sido el primero que, como emperador ale­mán, tendiera la mano conciliadora a los dirigentes del marxis­mo sin darse cuenta de que los villanos no saben de honor; mien­tras en su diestra tenían la mano del Emperador, con la izquier­da buscaban el puñal.
"¡Había decidido dedicarme a la política!"

Como consecuencia del tratado de paz, se privó a Alemania de 70.580 kilómetros cuadrados de territorio metropolitano, con 6.475,000 habitantes; además de 2.952,600 kilómetros cuadrados de colonias, y se le fijaron reparaciones por valor de 90,000 millones de marcos oro. Lo que había sido el II Reich quedó reducido a 472,000 kilómetros cua­drados (poco menos que la cuarta parte de México), con 68 millones de habitantes.

Aprovechando el malestar de la guerra perdida —tal como ocurrió en Rusia— el marxismo hizo un supremo esfuerzo en Alemania por establecer el Estado soviético. Los motines y los paros se utilizaron pródigamente para atemorizar y dominar, pero los revolucionarios tro­pezaron con una oposición nacionalista más poderosa y consciente que la habida en Rusia.

Los agitadores israelitas Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo lucha­ron frenéticamente estableciendo soviets en diversas poblaciones has­ta que fueron muertos por un soldado. En Munich, el israelita Eisner proclamó en 1919 un régimen francamente soviético, pero después de cuatro semanas fue derrocado en sangrientas luchas callejeras. El ejér­cito repudiaba al bolchevismo y como la gran masa del pueblo seguíaqueriendo y respetando al ejército, los marxistas tuvieron que limitar sus ambiciones. En Berlín fueron dominados después de que hubo más de mil muertos.

Friedrich Ebert, que en plena guerra había votado por la conti­nuación de la huelga en las fábricas de municiones, logró escalar la Presidencia de la Nueva República y establecer un régimen que aunque todavía muy distante del radicalismo soviético, le seguía los pasos a prudente distancia. Toda la maquinaria oficial adquirió cier­to matiz anticristiano y benevolente tolerancia hacia el marxismo, actitudes que hasta entonces no había adoptado ningún gobierno alemán.

En 1918 la nueva Constitución alemana fue "delineada por un ju­risconsulto judío, Hugo Preuss", según dice el israelita Salomón Resnick, en "Cinco Ensayos Sobre Temas Judíos".

FACTOR SECRETO EN
LA DERROTA ALEMANA

La revolución marxista soviética de 1917 y la revolución marxista alemana de 1918 tuvieron un mismo ori­gen. Desde 1848 era público que Marx y Engels buscaban la con­quista del proletariado germano; luego Lenin, Trotsky y otros israelitas proclamaron como meta la unificación e internacionalización de las masas rusa y alemana.

Al caer el Emperador Guillermo III, como cuando en Rusia cayó el zar, los israelitas aumentaron su influencia en Alemania: "Al ter­minar la guerra —dice Henry Ford— los gananciosos fueron los judíos... En Alemania (1918) controlaron: Rosenfeld el Ministe­rio de Gracia y Justicia; Hirsch, Gobernación; Simón, Hacienda; Futran, Dirección de Enseñanza; Kastenberg, Dirección del Negociado de Letras y Artes; Wurm, Secretario de Alimentación; r. Hirsch y Dr. Stadhagen, Ministerio de Fomento; Cohén, Pre­sidente del Consejo de Obreros y Soldados, cuyos colaboradores judíos eran Stern, Herz, Loswemberg, Frankel, Israelowitz, Lau-beheim, Seligschen Katzensteirí, Lauffenberg, Heimann, Schlesinger, Merz y Weyl. Nunca la influencia judía había sido mayor en Alemania, y se erigió mediante la ayuda del bolchevismo dis­frazado de socialismo, del control de la prensa, de la industria y de la alimentación.

"Los judíos-alemanes Félix y Paul Warburg cooperaban en Estados Unidos, en el esfuerzo bélico contra Alemania. Su her­mano Máximo Warburg alternaba, entretanto, con el gobierno alemán. Los hermanos se encontraron en París, en 1919, como representantes de "sus" respectivos gobiernos y como delega­dos de la paz. ..(I).—Mediante empréstitos, los judíos se infil­traron en las cortes, lo mismo en Rusia que en Alemania o Ingla­terra. Su táctica recomienda ir derecho al cuartel general.

"Más coincidencias: Walter Rathenau, judío, era el único que poseía la comunicación telefónica directa con el Kaiser. En la Casa Blanca, de Washington influían también varios judíos…

"Al Estado Judío Internacional que vive secretamente entre los demás Estados, le llaman en Alemania 'Pan-Judea*. Sus prin­cipales medios de dominación son capitalismo y prensa. La pri­mera sede de 'Pan-Judea1 fue París; luego pasó a Londres, antes de la Guerra, y ahora parece que se trasladará a Nueva York (1920). Como Tan Judea dispone de las fuentes de información del mundo entero, puede ¡r preparando la opinión pública mun­dial para sus fines más inmediatos... .

"El Berliner Tageblatt y la Munchener Neuste Nachrichten fue­ron durante la guerra órganos oficiosos del gobierno alemán, y sin embargo, defendían decididamente los intereses judíos. La 'Frankfurter Zeitung', de la que dependen muchos otros diarios, es genuinamente judía".
(1) Stephen Wisc (israelita) dice en "Años de Lucha", que como re­presentante 'de la judería norteamericana a la conferencia de paz de Ver-salles fueron el juez Julián Mack, Louis Marshall, el coronel Harry Cutler, Jacobo de Haas, el rabino B. L. Levinthal, Joseph Banrondes Nachman, Syrkin, Leopoldo Benedict, Bernard Richards y el propio Stephen Wise.
Y en la delegación alemana a la misma conferencia de Versallcs figu­raban los israelitas Rathenau, Wassermann, Mendelson, Bartoldy, Max Warburg, Óscar Oppenheimer y Deutsch.

Muy distante del fabricante norteamericano de automóviles que hacía estas observaciones, el general Ludendorff, estratega alemán, "no se explicaba la derrota, de 1918 y presintió que allí actuaban fuerzas ocultas que no encajaban en los cálculos del Estado Mayor". Después de hacer estudios e investigaciones en este sentido, afirmó que las fuerzas responsables de la derrota de Alemania constituían' el poderío secreto del mundo, formado por judíos y masones. Con base en diversos documentos aseguró que éstos habían estorbado la producción de guerra y fomentado la desmoralización en la retaguar­dia. En su testamento recomendaba a los alemanes un esfuerzo su­premo, económico, militar y psicológico, a fin de sacudir la influencia del poderío secreto del mundo. ("La Guerra Total").

Entretanto, con el uniforme de cabo, Adolfo Hitler ya no pensa­ba en la arquitectura—que fue su ambición anterior a la guerra—, sino en la 'política. Le había impresionado sobremanera el triunfo total del marxismo en Rusia y los progresos arrolladores que hacía en Ale­mania. Lenin anunciaba que las dos primeras etapas del movimiento se Habían cumplido ya, dentro de Rusia, y las siguientes se desarro­llarían hacia el exterior mediante el apoyo de la dictadura erigida en la URSS. Polonia, inmediatamente, y Alemania después, eran los ob­jetivos más cercanos.

Hitler argumentaba que las derrotas militares no habían sido la causa de la capitulación, porque eran mucho menores a los triunfos alcanzados. Tampoco creía que la economía fuera la culpable de la rendición, pues el esfuerzo bélico de cuatro años se apoyó más en factores espirituales de heroísmo y organización que en bases econó­micas. Y concluía que todo se había comenzado a minar ya desde años atrás y que la capitulación de 1918 era sólo el primer efecto visible de esa lenta corrosión interior.

Sin duda algo flotaba en el ambiente y era percibido por todos. Lo que Henry Ford denunciaba desde Norteamérica como hegemo­nía israelita, el general Ludendorff lo identificaba entre sus docu­mentos de Estado Mayor como "poderío secreto del mundo", y 'un cabo desconocido lo refería así desde su punto de vista de hombre de la masa del pueblo:

"¿No fue la prensa —decía— la que en constantes agresiones minaba los fundamentos de la autoridad estatal hasta el pun­to de que bastó un simple golpe para derrumbarlo todo? Final­mente, ¿no fue esa misma prensa la que desacreditó al ejército mediante una crítica sistemática, saboteando el servicio militar obligatorio e instigando a negar créditos para el ramo de guerra? "Karl Marx fue, entre millones, realmente el único que con su visión de profeta descubriera en el fango de una humanidad paulatinamente envilecida, los elementos esenciales del veneno social y supo reunirlos cual un genio de la magia negra, en una solución concentrada para poder destruir así con mayor cele­ridad, la vida independiente de las naciones soberanas del orbe. Y todo esto, al servicio de su propia raza.

"Adquiriendo acciones entra el judío en la industria; gracias a la Bolsa crece su poder en el terreno económico... Tiene en la francmasonería, que cayó completamente en sus manos, un magnífico instrumento para cohonestar y lograr la realización de sus fines. Los círculos oficiales, del mismo modo qué las esferas superiores de la burguesía política y económica, se dejan coger insensiblemente en el garlito judío por medio de los lazos ma­sónicos. .. Junto a la francmasonería está la prensa como una segunda arma al servicio del judaísmo. Con rara perseverancia .. y suma habilidad sabe el judío apoderarse de la prensa, mediante cuya ayuda comienza paulatinamente a cercenar y a sofis­ticar, a manejar y g mover el conjunto de la vida pública.

"Políticamente —añadía Hitler— el judío acaba por sustituir la idea de la democracia por la de la dictadura del prole­tariado. El ejemplo más terrible en ese orden lo ofrece Rusia, donde el judío, con un salvajismo realmente fanático, hizo pe­recer de hambre o bajo torturas feroces a treinta millones de personas, con el solo fin dé asegurar de este modo a una ca­terva de judíos, literatos y bandidos de Bolsa, la hegemonía sobre todo un pueblo".

Y el hecho de que el triunfo marxista no fuera tan definitivo en Alemania, se lo explicaba así en 1920: "El pueblo alemán no estaba todavía maduro para ser arrastrado al sangriento fango bolche­vique, como ocurrió con el pueblo ruso. En buena parte se debía esto a la homogeneidad racial existente en Alemania entre la clase intelectual y la clase obrera;, además, a la sistemática pe­netración de las vastas capas del pueblo con elementos de cul­tura, fenómeno que encuentra paralelo sólo en los otros Estados occidentales de Europa y que en Rusia es totalmente descono­cido. Allí, la clase intelectual estaba constituida, en su mayoría, por elementos de nacionalidad extraña al pueblo ruso o por lo menos de raza no eslava. Tan pronto como en Rusia fue posible movilizar la masa ignara y analfabeta en contra de la escasa capa intelectual que no guardaba contacto alguno con aquélla, estuvo echada la suerte de este país y ganada la revolución.

"El analfabeto ruso quedó con ello convertido en el esclavo indefenso de sus dictadores judíos, los cuales eran lo suficiente­mente perspicaces para hacer que su férula llevase el sello de la dictadura del pueblo.

"La bolchevización de Alemania, esto es, el exterminio de la clase pensante nacionalracista, logrando con ello la posibilidad de someter al yugo internacional de las finanzas judía las fuentes de producción alemanas, no es más que el preludio de la propa­gación de la tendencia judía de conquista mundial."

"Como tantas veces en la historia, Alemania constituye tam­bién en este caso el punto central de una lucha gigantesca. Si nuestro pueblo y nuestro Estado sucumben bajo la presión de esos tiranos, ávidos de sangre y de dinero, el orbe entero seré presa de sus tentáculos de pulpo; mas si Alemania alcanza a li­brarse de este atenazamiento, podrá decirse que para todo el mundo quedó anulado uno de los mayores peligros".

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