viernes, 27 de febrero de 2009

Capítulo VI 2° Parte

ORGIA DE SANGRE EN
LENINGRADO (FRENTE NORTE)

En esos días la moral de los soviéticos descendió vertigino­samente y el régimen trató de apuntalarla mediante fanáticos comisarios rusos y judíos que en todos los escalones del mando imponían la más ciega obediencia.

El general español Valentín González se hallaba entonces en Rusia y refiere que al ser perforado el frente soviético "la sorpresa y la desilusión fueron enormes en el pueblo. Nadie tuvo la osadía de decir nada, pero las caras y los ojos hablaban un lenguaje muy elocuente". Para atraerse al pueblo el régimen arrojó por la borda sus patrañas de internacionalismo y recurrió a los estímulos patrióti­cos e incluso evocó los viejos himnos zaristas, resucitó los antiguos distintivos y hasta prometió restablecer la pequeña propiedad agrí­cola. El canto de "La Internacional" fue substituido por un himno nacional. Eran días de aflictivo apremio y el régimen fingía concesio­nes para granjearse la voluntad de los muchos reacios al comunismo.

Mientras tanto la hornaza de la guerra devoraba hombres y armas en un frente sin paralelo de 2,500 kilómetros.

En el sector norte del frente la meta era Leningrado. El Plan Bar-barroja de Hitler disponía que ésa era la primera meta de la campaña, y Moscú la segunda. Sin embargo, en la práctica no estaba ocurriendo así. El Estado Mayor General había concentrado más fuerzas en el sector central y daba preferencia a la captura de Moscú. Al sector norte, encomendado al mariscal Ritter Von Léeb, se le asignaron los ejércitos regulares 16o. y 18o. y el 4o. blindado, respectivamente al mando de los generales Busch, Von Küchler y Hoepner. En total, 30 divisiones, o sea 450,000 combatientes. Tenían el apoyo de la primera flota aérea del general Koller.
El viejo mariscal Rundstedt opinaba que en el sector norte debería acentuarse la presión y que la captura de Leningrado era correctamen­te señalada por Hitler como el primer objetivo de la campaña. Con la captura de Leningrado y el enlace con los finlandeses, práctica- mente se lograría el dominio absoluto del sector norte del frente, de tal manera que entonces los contingentes del sector norte y del sector central, podían concentrarse en un movimiento envolvente hacia Moscú, que era el segundo objetivo.

El general Guderian también opinaba que esa era el mejor plan, supuesto que aseguraría "para siempre el flanco izquierdo de la to­talidad de las fuerzas de combate alemanas reunidas en Rusia". Pero el general Von Brauchitsch, comandante del Ejército, y el general Franz Halder, jefe del Estado Mayor General, no tomaban muy en serio el Plan Barbarroja "del cabo" Hitler. Esto provocó interferencias en el Alto Mando que llegaron a hacerse sentir en el frente, a través deórdenes contradictorias.

El grupo de Ejércitos de Von Leeb (dos ejércitos regulares y uno blindado) se abrió paso por la Rusia noroccidental, arrebató a los so­viéticos los Estados bálticos de Lituania, Letonia y Estonia, en cincuenta» días de lucha aniquiló gran parte de las tropas de Voroshilov y arrolló a otras en un avance de 900 kilómetros, hasta situarse en las goteras de Leningrado.

(1) Muchos detalles sobre esos terribles sucesos quedaron de mani­fiesto en septiembre de 1960 al culminar una investigación iniciada en Ale­mania por la Asociación de Víctimas del Nazismo.

Fue una larga marcha combatiendo contra grandes contingentes soviéticos y abriéndose paso a través de campos sembrados de minas. En pequeños sectores había hasta 1,500 minas de madera, no detectables, de tal manera que los zapadores alemanes sufrían muchas bajas para abrir estrechos caminos, señalados con rayas blancas, por los que luego avanzaban la infantería y los tanques.

En una vasta zona al poniente de Leningrado, poderosos contin­gentes bolcheviques se hicieron fuertes en la costa y recibieron el apoyo de una cortina de fuego que la flota soviética del Báltico tendió sobre ellos desde el mar. En esta batalla los Stukas alemanes desempeña­ron un papel decisivo al lanzarse sobre los barcos. El fuego antiaéreo era particularmente violento —más de mil cañones en cien kilómetros cua­drados— y una nube de granadas cubría el espacio. No sin grandes bajas la Luftwaffe logró al fin hundir los acorazados "Marat" y "Revo­lución de Octubre", así como varios cruceros y destructores. La in­fantería alemana pudo entonces arrollar al adversario. En un período de dos meses las tropas de Von Leeb hicieron 216,000 prisioneros.

Del 10 de agosto al 8 de septiembre el 4o. ejército blindado del general Hoeppner, que era la punta de lanza de Von Leeb, libró una encarnizada batalla para perforar las fortificaciones al sur y sureste de Leningrado y cercar la plaza. Voroshilov movilizó a toda la pobla­ción civil para evitar que la ciudad cayera.

Dos factores se conjugaron entonces para salvar a la antigua metró­poli: por una parte Hitler toleró las modificaciones que a su Plan Barba­rroja habían hecho los general Von Brauchitsch y Halder; por otra parte, el mando ruso obró con implacable frialdad y decidió sostener la plaza aunque perecieran centenares de millares de civiles. Es de justicia reco­nocer que la fanática defensa de Leningrado constituye un extraordina­rio ejemplo de sacrificio que quizá sólo el pueblo soviético —endurecido-por siglos de sufrimiento y privaciones— es capaz de realizar.

Oficialmente nunca se revelaron las bajas soviéticas en Leningrado, pero diversos conocedores de los asuntos rusos —entre ellos el perio­dista norteamericano William L. White— coinciden en que los cálculos varían entre medio millón y millón y medio de muertos.

El capitán ruso doctor Dimitri Constantinov refiere así el estado psicológico que imperaba en Leningrado al iniciarse la guerra germanosoviética: (I)

"¿Obtendrían con la guerra su libertad los 20 millones de seres que se consumían en los campos de concentración soviéticos? ¿No señalaría este día el principio del renacimiento de Rusia? Me imaginé a mi patria de nuevo libre y nacional; otra vez Rusia y no la URSS. ¿Sería ésta una guerra de liberación o de conquista? Si el enemigo venía en son de conquista y sin otro propósito que avasallar nuestra patria,
(1) Yo combatí en el Ejército Rojo.—Dr. Dimito Constantinov.

había que defenderse por todos los me­dios, relegando para más tarde el arreglo de cuentas con los amos del Soviet. Así pensaba la gran mayoría del pueblo". Agrega que cuando los alemanes llegaron a orillas de Leningrado, masas de milicianos rusos sacados de los talleres y las fábricas fueron lanzadas a detenerlos. "Aquellos desdichados perecieron ametrallados y aplastados por los tanques alemanes; muchos se rindieron al enemigo y el sobrante fue muy pronto disuelto y distribuido en las unidades regulares del ejército rojo. El bluff de la Milicia ¡Na­cional costó centenares de miles de vidas".

Los bombardeos aéreos principiaron el 7 de septiembre y fueron destruidos los "Depósitos de Bodeff", donde se hallaban almacena­dos los víveres. "Aumentaban los enfermos y hospitalizados —dice el Dr. Constantinov—; mas a nadie se le ocurrió dar de baja a aquellos hombres... Nunca pude comprender, ni lo comprendo hoy, por qué el ejército alemán no entró en Leningrado, pues la ciudad hubiera podido ser ocupada sin disparar un tiro. En la línea de fuego que en algunos de sus sectores coincidía con Ja periferia de la ciudad, combatían los desmoralizados restos de un ejército en retirada.

"La ración era de 125 gramos de pan por persona y por día. Ya en el mes de noviembre comenzaron a venderse chuletas de carne humana. La ciudad padecía hambre en proporciones incomprensi­bles para quienes no han pasado por idéntico trance. En la calle se veía gente de cara amoratada por falta de nutrición. La tempera­tura era de 25 grados bajo cero... Era suficiente con que rodara por tierra un animal para que de todas partes acudiera corriendo la gente, ávida de hacer literalmente pedazos de la pobre bestia". Refiriéndose a las iniciales esperanzas de que la invasión de Rusia produjera una favorable modificación de la tiranía bolchevique, el doc­tor Constantinov dice: "Ese estado de ánimo no era solamente el mío, sino el de casi todos al estallar la guerra. Nadie experimentaba odio por los alemanes. Al contrario, la actitud hacia ellos habría podido concretarse en la siguiente reflexión:'en cualquiera de los casos, peores que éstos no han de ser...

Con todo, la dominación comunista de tantos años producía sus efectos; aunque a desgano, los hombres marchaban al frente y se hacían matar, acallando por temor cualquier manifestación de descontento o protesta. Aquella dominación y el hábito de una obediencia mecánica y ciega, como si se tratara de fieras domesticadas, fue siempre y seguirá siendo un factor consustancial del ejército rojo, particularidad que no deben olvidar quienes deban entrar en contacto con él". Afirma Constantinov que los prisioneros y la población rusa eran tratados bien por las tropas alemanas del frente, pero la cosa cambiaba fundamentalmente cuando pasaban al control de las autoridades ale­manas de ocupación. "En mala hora —comenta— el régimen de Hitler no quiso aceptar al pueblo ruso como aliado suyo en la guerra contra la URSS y, en lugar de buscar dicha colaboración, optó por la Ostopolitik, de Rosemberg; con dicha actitud se declararon ios alemanes enemigos de toda la población de la URSS...

"Si los alemanes, una vez posesionados de parte del territorio ruso, hubiesen constituido de inmediato un gobierno nacional ruso y echado mano de los prisioneros para organizar un ejército li­bertador, es muy posible que sus tropas habrían sido recibidas con los brazos abiertos... (I) El ejército libertador ruso hubiera crecido como una bola de nieve, al convertirse el conflicto inter­nacional en guerra civil y la lucha habría terminado con un triunfo poco menos que sin la intervención del ejército alemán. El país entero hubiese estallado como un barril de pólvora. Hacia fines de 1941 cesaron las rendiciones en masa, disminuyó también el número de los que se pasaban al enemigo individualmente. Te­niendo en su favor todas las probabilidades de ganar, Alemania las perdió .por su falta de sentido político".

En efecto, en los altos círculos alemanes, y particularmente en Hitler, privaba la idea de que el bolchevismo y el pueblo ruso "se hallaban tan mezclados que no era posible tratar separadamente con este último. También se creía que una guerra contra la URSS sólo podía decidirse con medios militares, sin aprovechar para nada los recursos políticos. No hubo, en este punto, la menor flexibilidad para tratar de aprove­char el profundo descontento de grandes masas rusas contra el régimen bolchevique.

En Estonia, Letonia y Lituania la población aclamó a los alemanes y muchos hombres de edad militar se ofrecieron a combatir contra el Ejército Rojo, pero su ofrecimiento no fue aceptado. Al principio ni siquiera se les aprovechó en funciones de policía. El general ruso Wlassov, capturado por los alemanes, se ofreció a formar un "ejército de liberación" con voluntarios rusos. Hitler tardó dos años en aceptar ese ofrecimiento, con recelo y limitaciones, pero ya entonces las cir­cunstancias favorables habían cambiado.

El diplomático alemán Peter Kleist refiere que en muchos lugares de la URSS las tropas alemanas fueron entusiastamente recibidas. "La posibilidad de ganar para nuestra causa a los pueblos soviéticos —dice en su libro 'Entre Hitler y Stalin'— estaba tan cercana y era tan positiva y convincente, que en modo alguno podía ser pa­sada por alto y arrumbada a un lado". Sin embargo, este error se cometió.

(1) En el siglo pasado el estratega alemán Clausewitz concebía pro­cedimientos muy parecidos para combatir a Rusia.

Los ucranianos de Lemberg quisieron unirse al ejército ale­mán en su lucha contra el bolchevismo, pero no se les aceptó como aliados y se les envió a un campo de concentración.

Coincidiendo con todo lo anterior, el historiador militar norteameri­cano teniente coronel Lloyd M. Marr, instructor de la Escuela de Co­mando y Estado mayor (EE. UU.), habla de la inicial buena disposición del pueblo ruso hacia las tropas alemanas.

"Los habitantes locales —di­ce en La Seguridad de la Zona de Retaguardia— por lo general cooperaban con los alemanes y los recibieron como sus libertadores, deseando con fervor volver a sus actividades normales y pa­cíficas. Esta actitud se demostró en distintas formas... Se infor­mó en diferentes ocasiones que divisiones de combate, que por una u otra razón permanecieron en una región .por algún tiempo, lograron con gran éxito la pacificación de la zona bajo su control. Se restablecieron muchas libertades; se reabrieron todas las igle­sias, y las tropas alemanas y los habitantes locales se reunían en reverencia común. Las noticias se propagaron Tapidamente por toda la zona y, desde, lejos, los padres rusos traían sus niños para bautizarlos en la iglesia reabierta".

Añade el teniente coronel Marr que cuando las zonas conquistadas por las tropas pasaron al dominio de las autoridades- alemanes de ocupación, ;el control administrativo fue tan rígido y tan severas las penas a los infractores que "los elementos sinceros de la población que habían demostrado su buena voluntad de cooperar, totalmente, estaban ahora amargamente decepcionados".

El Teniente Coronel F. O. Miksche ("Revista de.la Defensa Nacio­nal", París, diciembre de 1952) afirma que "no es un secreto que en los países balcánicos, en la Ucrania y en muchas otras regiones, las tropas alemanas fueron aclamadas como libertadoras", aunque luego ese sen­timiento fue modificándose debido a la dureza de la ocupación.

Acerca de esa buena acogida de gran parte del pueblo ruso a las fuerzas alemanas, da también testimonio el general Guderian. "En Ucrania y en Rusia Blanca —dice— nuestros soldados fueron acogidos, con los brazos abiertos". Otros muchos comandantes rindieron infor­mes similares y añadieron que el odio a los judíos marxistas era palpa­ble en muchas poblaciones rusas. Esta coyuntura de entendimiento germanorruso no fue aprovechada debido a la dureza de las autorida­des alemanas de ocupación. Al parecer esto se debió a varios facto­res: primero, a que Hitler no quería contemporizaciones con Rusia; segundo, a que se negaba a hacer promesas de benignidad que no es­tuviera dispuesto a cumplir después de la victoria; tercero, a que el comunismo organizó millares de saboteadores a retaguardia de las líneas alemanas y era muy difícil hacer distingos entre la población pacífica y los saboteadores emboscados.

Stalin proclamó que la guerra no era únicamente entre dos ejércitos, sino al mismo tiempo una guerra de todo el pueblo soviético contra las tropas alemanas. Cual­quier civil ruso que mantuviese su condición de civil, podía ser ejecu­tado por sus propios conciudadanos como un traidor. Incluso el mando soviético formó "batallones de exterminio" que operaban detrás de las líneas alemanas para matar a rusos que no combatían, para man­tener un estado dfe anarquía y para incitar rebeliones. Algunos de es­tos grupos operaban con traje de civil y otros con uniforme alemán. En consecuencia, las zonas que el ejército alemán iba ocupando, que­daron sujetas a un durísimo régimen de emergencia y el pueblo ruso vio que se encontraba entre la espada y la pared. De un lado el terro­rismo bolchevique que lo empujaba a defender un régimen de opre­sión; y del otro, un invasor implacable.
Esa disyuntiva ayudó en Leningrado a conservar la moral de los de­fensores. La temperatura descendió hasta 30 grados bajo cero y "en las fábricas los obreros comían grasa de los cañones. Muchas familias enterraban a sus muertos en su casa, para seguir usando sus tar­jetas de racionamiento". (I)

Constantinov dice que "el vapor expirado posábase en las gorras, en los cabellos y en las pestañas y las cejas, en forma de blanca escarcha, que muy luego se transformaba en trocitos de hielo. En Leningrado alcanzaba la mortandad proporciones aterradoras; ya no era posible dar sepultura a los cadáveres, que se amonto­naban como leña en las calles'.

Contra lo que entonces parecía, los alemanes no hicieron un esfuerzo .final por capturar Leningrado, que ya tenían cercado. Después de seis semanas de forcejeo con casi todos los generales del Alto Mando, Hi-tler accedió a que su Plan Barbarroja fuera modificado. Eso constituyó una infortunada decisión, según se puso de manifiesto más tarde. La intuición de Hitler había estado más cerca de la realidad, pero se. dejó desviar por la opinión de generales de sólida preparación académica como Halder, Brauchitsch, Von Kluge, Von Bock y Guderian.

A esto se agregaba que el comandante del sector norte, mariscal Von Leeb, no tenía mucho entusiasmo en la empresa y había desaprovechado al­gunas oportunidades de penetrar a Leningrado mediante golpes de sorpresa. Rectificado, pues, el Plan Barbarroja, el 4o. ejército blindado de Hoeppner fue retirado del sector norte y enviado al sector central a reforzar la embestida de Von Bock hacia Moscú/Numerosas escua­drillas aéreas del general Keller también fueron transferidas.

Con la llegada del invierno y la congelación del Lago Ladoga, los soviéticos pudieron llevar algunos víveres y refuerzos a través del hie­lo. La situación de Leningrado mejoró ligeramente, pero el acoso iba a persistir todavía durante 17 meses.

LA DUREZA DEL
SOLDADO RUSO
En los tres primeros meses de la campaña en Rusia la extraordinaria fuerza de choque del soldado alemán arrolló al Ejército Rojo y pe­netró un promedio de 750 kilómetros en un sector gigantesco de 1,500. El total del frente de operaciones cubría 2,500 kilómetros. Era una lucha sin paralelo en la historia. Se extendía desde la tundra, sobre el Círculo Polar Ártico (zona del sol de media noche, sin caminos y casi sin vegetación), hasta las costas calurosas del Mar Negro, en el sur.

La invasión napoleónica se había desarrollado en un estrecho frente de 250 kilómetros y el número de contendientes era aproximadamente de 700,000 hombres, en tanto que el
(1) Mi Informe Sobre los Rusos.—William L. White, periodista amencano.
frente germanorruso de 1941 era de 2,500 kilómetros y en la lucha participaban cerca de nueve millones de soldados. Además, en 1812 el ejército ruso.se replegó hasta las cercanías de Moscú casi sin combatir, en tanto que los ejércitos de Stalin lucharon encarnizadamente por cada centímetro de suelo.

Las 145 divisiones de la ofensiva alemana se desangraron copiosa­mente. Pero la sangría de las 360 (I) divisiones soviéticas lanzadas contra la invasión era algo inconcebible. El soldado ruso combatía con asombrosa determinación, aunque no con igual destreza que sus ata­cantes. En' lo físico y en lo moral era extraordinariamente duro.

Cuando el grupo de ejércitos de Von Bock (sector central) cedió parte de sus contingentes para la batalla de Kiev (sector sur), sus debilitadas fuerzas cavaron trincheras y durante agosto y septiembre hicieron frente a incesantes y cruentos contraataques del mariscal ruso Timoshenko. El oficial alemán Otto Skorzeny se hallaba en ese frente y da el siguiente testimonio ("El Soldado Ruso"):

"Sin reparar en los destrozos causados por la metralla pene­traban continuamente más compañías, como empujadas por una fuerza invisible, en la zona prácticamente infranqueable. Nuestros ojos, ccn el auxilio de los prismáticos, se resistían a contemplar escenas tan espantosas... Este cuadro horrible nos hizo tal impre­sión que sólo con la'ayuda del vodka nos pudimos sobreponer a ella. Aquello no era luchar; era, simplemente, una matanza. Sin culpa por nuestra parte, porque el enemigo atacaba ciegamente...

El ruso, fatalista, jamás considera importante su personali­dad. Carece completamente de autocrítica y de compasión para consigo mismo. Los reveses que sufre los acepta como destino natural, y en esta forma los sobrelleva más fácilmente". En muchas ocasiones, dice Skorzeny, los prisioneros rusos utilizados como enterradores arrojaban con los muertos a sus propios carneradas heridos, y era necesario que los vigilantes alemanes intervinieran para salvar a esos desventurados.

"En el aspecto físico del soldado ruso —añade— tropezamos igualmente con muchos fenómenos inex­plicables e incomprensibles para el mundo occidental. ¿Qué ex­plicación hay para la casi sobrehumana fortaleza y resistencia .del hombre ruso? Aunque parezca paradójico, el soldado ruso saca la fuerza para su disposición de combatiente, de su condi­ción profunda y casi mística... En cuatro años de lucha dura y terrible en Rusia supimos los alemanes de lo que son capaces los rusos en virtud de esta tendencia mística. En julio de 1941 alcan­zó mi división la localidad de Nelie, al sureste de Smolensk. Ahí aparecieron los tanques rusos T-34 (con coraza de 7 centímetros).
(1) Aproximadamente 15,000 hombres por división.

Sus ocupantes jamás se rendían aunque quedaran aislados. El soldado ruso luchaba dentro de las líneas enemigas,, sin pensaren la posibilidad de retirarse. Cuando el tanque en llamas loobligaba a salir de él, seguía luchando con pistola-ametralladora y bombas de mano hasta su inevitable fin".
Asimismo hace notar Slcorzeny que el ruso no sólo combate fieramente en masa, sino también aislado, y la muerte no le causa ningún horror; casi está exento de individualismo y ante su fin personal confía en el porvenir de todos. Su vida ha sido tan dura bajo los zares y bajo el bolchevismo, que la muerte es vista en muchos casos como una liberación.

"En Gshatsk, sobre la autopista Smolensk-Moscú, dos hombres viejos y tres mujeres fueron heridos por una bomba- soviética. Sus compañeros del pueblo —sigue diciendo Skorzeny— sé echaron sobre ellos después del primer susto, y nosotros creíamos que que­rían recoger a los heridos. Sin embargo, los despojaron de sus cha­quetas de lana, grises y sucias; les quitaron las bofas de¡ fieltro, casi' rotas, y, se alejaron con su botín. Nadie pensó en ayudar a los heridos, y tampoco se oyó ninguna queja por parte de éstos.

"En el último pueblo que tuvimos que tomar para cerrarla gran bolsa de Kiev, nuestra división halló un hospital ruso. Vimos cómo uno de los soldados rusos, al que acababan de amputar los dos brazos desde los hombros, se dejó ayudar para levantarse de su lecho de paja. Después, él solo salió tambaleándose un poco, para utilizar una letrina que había al lado del edificio, y todos los médicos y enfermeras lo encontraban muy natural. Sólo nosotros nos asombramos.

"En febrero de 1945, en la cabeza de puente de Shwedt, so­bre el Oder, vi cerca de uno de mis puestos de mando de ba­tallón a una brigada rusa prisionera. En un sótano; de pie, apo­yado en un rincón, se hallaba un soldado ruso. Le dirigi por medio del intérprete algunas preguntas. Entonces noté que su guerre­ra estaba roja de sangre y un reconocimiento demostró que estaba gravemente herido. Un tiro le había atravesado el pecho muy cerca del corazón. Sin embargo, este hombre se encontraba de pie y quizá hubiera seguido así".

El mismo oficial alemán relata que el soldado ruso realiza marchas increíbles; es capaz de dormir con la ropa mojada y empuja jarros de municiones kilómetros y kilómetros.

"También su estómago —añade— aguanta lo inaguantable. Yo mismo he visto a prisioneros soviéticos arrancando y devorándolos crudos, trozos de carne de los cadáveres de caballos, caídos hacía ya tiempo. Asimismo pueden alimentarse durante muchos días de nabos crudos, sin enfermar de disentería. Un día hasta llegamos a conocer de un caso comprobado de canibalismo.

El general Dittmar refrenda esa rudeza del combatiente ruso y dice: "Yo pondría en primer lugar lo que podría llamar lo desalmado de las tropas; esto era más que fatalismo". Y el general Blumentritt agre­ga: "Los comandantes rusos pueden exigir de sus tropas cosas increí­bles en todos sentidos y no hay murmuraciones ni quejas". Las mujeres rusas fueron utilizadas en las fábricas, en él servicio de abastecimiento, en los hospitales e incluso como soldados de línea y como tanquistas. El general alemán Menteuffel dice que eran "bravas, recias y fanáticas". Ya muy avanzada la campaña de Rusia, después de las gigantescas batallas de Smolensk y Kiev, Hitler reveló en su Cuartel General:

"Me hizo falta una gran fuerza de espíritu para tomar la decisión de atacar al bolchevismo. Debía prever que Stalin atacaría el año de 1941. Había pues que ponerse en marcha cuanto antes... He querido contar .incluso con él peligro de que quedaran aún en las filas de la Wehrmacht algunos elementos contaminados por el comunismo. Si los había supongo que aquellos que han podido ver lo que pasa en Rusia, estarán ya curados... Cuando el ataque aéreo sobre París, nos limitamos a actuar sobré los aeródromos, para preservar a una ciudad de glorioso pasado.

Es cierto, tomándolo en conjunto, que los, franceses se conducen de un modo feo, pero están sin embargo cerca de nosotros y me :hubiera hecho daño tener que; atacar una ciudad como Láon con su catedral... El 22 de junio (cuando la invasión de Rusia) una puerta se abrió ante nosotros y no sabíamos lo que había detrás. Podía/nos temer la guerra de gases, la guerra bacteriológica. Esta incertidumbre que pesaba sobre nosotros me estre­chaba la garganta. Estábamos allí, frente a" seres que nos eran " completamente desconocidos. Todo lo que se parece a la civilización, los bolcheviques lo han suprimido, y no sentiré la menor emoción si arraso Kiev, Moscú, o San Petersburgo". (Conversaciones sobre la Guerra y la Paz).

Las terribles bajas sufridas por el ejército rojo en los primeros meses de la lucha no fueron estériles porque también ocasionaron bajas a los atacantes alemanes, si bien no tan desproporcionadas, y porque die­ron tiempo a la URSS para aprovechar la enorme corriente' de ar­mamento que le enviaron sus aliados. Sin embargo, el precio de sangre que el soldado ruso pagó por ganar tiempo fue tan extraordinario y lo soportó con tal resignación que seguramente ningún otro ejército del mundo podría haber hecho lo mismo.

Roosevelt y Churchill se hallaban al tanto de las enormes bajas del ejército rojo y temían su colapso. Desde que se iniciaron las opera­ciones en Rusia Mr. Churchill puso incondicionalmente todos los re- cursos del Imperio Británico al servicio de la URSS, y Roosevelt hizo lo propio a pesar de que Estados Unidos no se hallaba en guerra. Es más, Roosevelt envió inmediatamente a Moscú a su consejero Harry Hopkins (discípulo del judío Dr. Steiner), para que Stalin le dijera qué era lo que más necesitaba.

Y detrás de Hopkins se inició ininterrumpido envío de víveres, ma­quinaria y armamento. En esta forma el ejército .rojo iba a recibir de-Roosevelt un total de 427,000 camiones, 5,000 carros blindados, 7,000 tanques, 5,000 tractores de artillería, 2,000 talleres autopropulsados, 14,000 aviones, 2,000 locomotoras, 11,000 vagones de ferrocarril, 500,000 teléfonos de campaña, 2.670,000 toneladas de productos pe­trolíferos, 4.478,000 toneladas de alimentos, seis refinerías de petró­leo completas, una enorme fábrica de llantas, grandes cantidades de armas portátiles, medicinas, materias primas, repuestos, máquinas, tor­nos y otras, herramientas en gran cantidad. Y de Churchill, no tardó Stalin en comenzar a recibir parte de un total de 5,031 tanques, 6,800 aviones, 4,600 armas antitanque y 150 millones de proyectiles.

Es evidente que sin esta gigantesca ayuda directa el ejército rojo habría sucumbido, pese a su indiscutible superioridad numérica sobre el ejército alemán.

Además de esos envíos de material bélico, la URSS disfrutó de la ventaja de que 63 divisiones alemanas (cerca de un millón de solda­dos) se encontraban inmovilizados fuera del frente ruso debido a la política pro soviética de Roosevelt y Churchill. Con esas 63 divisio­nes Alemania guarnecía la Europa occidental y los Balcanes.

LA QUE PARECÍA SER
LA ÚLTIMA BATALLA

Una vez concluida la batalla de Kiev, el 2o. ejército blindado de Suderian y el 2o. motorizado de Von Weichs se rein­corporaron a fines de septiembre a las fuerzas mermadas de Von Bock en el sector central. Desde principios de agosto la infantería de Von Bock luchaba a duras penas para sostenerse en sus improvisadas trin­cheras al oriente de Smolensk y rechazar los crecientes contraataques de una segunda ola de reservas soviéticas. Todo un nuevo y poderoso grupo de ejércitos —el tercero que se confiaba a Timoshenko— iba concentrándose amenazadoramente a 300 kilómetros al suroeste de Moscú. El gigante bolchevique aún no perdía la cabeza, mas parecía que esos recursos, aunque formidables y de primer orden, eran ya el fondo de su arsenal.
Von Bock se hallaba impaciente por reanudar la ofensiva sobre la capital soviética. "Insistía más que Hitler arguyendo que ambos lados se encontraban exhaustos y que sólo la superior fuerza de voluntad de­cidiría la lucha", según refiere el general Blumentritt. Los mariscales Von Rundstedt y Von Leeb no compartían ese punto de vista. Sin embargo, había muchas probabilidades de que Von Bock estuviera en o justo porque más de 200 divisiones soviéticas habían sido ya totalmente puestas fuera de combate por las 145 divisiones alemanas; otras 100 divisiones rusas se hallaban gravemente diezmadas y algunas de ellas hasta en franco proceso de disolución.

El Estado Mayor General Ale­mán había calculado antes de la invasión que Rusia no dispondría en 1941 de más de 300 divisiones. En agosto fue evidente que esa cantidad era errónea, pues 360 habían sido identificadas ya. Pero aun así —con 360 divisiones enemigas— la victoria alemana se hallaba dentro de lo posible.

El mariscal ruso Timoshenko había perdido gran parte de su grupo de ejércitos en las batallas gemelas de Bialystok y Minsk; reforzado con una primera ola de reservas y aprovechando la experiencia adquirida, dio en Smolensk una encarnizada pelea, aunque al final fue nuevamente derro­tado. La calma que luego hubo en ese sector le permitió recibir y orga­nizar una segunda ola de reservas, o sea ocho ejércitos con 70 divisiones, cuyas bases se hallaban cerca de Moscú. Era ése el contingente más po­deroso de todo el frente ruso y abundaban los indicios de que se tra­taba de la última reserva (movilizada y armada) del ejército rojo.

En ese momento se abrían dos caminos: o la meta numero uno era la captura de Leningrado, conforme al Plan Barbarroja de Hitler, o bien, debería ser la captura de Moscú, como lo querían Von Bock (coman­dante del Grupo de Ejércitos del centro), Von Brauchitsch (comandante del Ejército) y Halder (Jefe del Estado Mayor).

Según el Plan Barbarroja, los ejércitos blindados 3o. y 2o., de Hoth y Guderian, deberían capturar ^Smolensk y a continuación ser transferidos al sector norte para ocupar Leningrado. Y luego, eliminado ya el frente norte, concentrar todas las fuerzas del norte y del centro para flanquear y capturar Moscú, que era la meta número dos. Guderian dice que "hubiera sido el mejor plan, pero desgraciadamente nunca volví a oír hablar de él".

La captura de Leningrado hubiera aligerado enormemente el abastecimiento de las tropas alemanas y permitido una mayor concentración hacia Moscú.

Desde un principio Von Brauchitsch y Halder se habían opuesto a ese plan de Hitler. A fines de septiembre insistieron en que Moscú debería ser la meta número -uno, y al parecer lo persuadieron, pues no sólo no se reforzó el asedio de Leningrado, sino que se retiró de sus alrededores al 4o. ejército blindado, para la ofensiva hacia Moscú. En el Alto Mando Alemán privó entonces la creencia de que una nueva batalla de cerco y aniquilamiento que eliminara a las 70 divisiones situadas frente a Mos­cú, sería la derrota definitiva de la URSS.

Se hicieron febriles preparativos a fin de trasladar a través de 800 kilómetros la enorme masa de abastecimiento para esa nueva batalla que parecía ser la última, y el 2 de octubre se dio la orden que puso otra vez en marcha al sector central del frente, en una extensión de 600 kilómetros.
"Mis camaradas —dijo Hitler a sus tropas en una proclama de esa fecha—, habréis reconocido dos cosas: Primero, que este enemigo se había pertrechado militarmente para un ataque en medida tan inmensa, que aun nuestras peores aprensiones se vieron sobre­ pujadas; segundo, ¡que Dios se apiadara de nuestro pueblo y de todo el mundo europeo si este enemigo hubiese lanzado sus decenas de miles de tanques contra nosotros! Hubiera sido la perdi­ción de toda Europa. Ahora, mis carneradas, habéis visto perso­nalmente, con vuestros propios ojos, ese "paraíso de obreros y campesinos". En ese país que en razón de su extensión y su fera­cidad podría alimentar al mundo entero, impera una pobreza in­concebible para nosotros los alemanes. Este es el resultado de 25 años de dominación judaica, ya que el bolchevismo es básicamente una variante del capitalismo, pues los dirigentes son, en ambos ca­sos, los mismos: judíos y sólo judíos.

"Habéis tomado más de 2.400,000 prisioneros, destruido o tomado más de 17,500 tanques, más de 21,600 cañones; derri­bado o destruido en tierra 14,200 aeroplanos. ¡El mundo jamás vio nada semejante! El territorio que las tropas alemanas y aliadas han ocupado abarca una superficie más de dos veces que la del Reich alemán en 1933... (La superficie ocupada de Rusia equi­valía a más de la mitad de México).

"Gigantesca es asimismo la labor que se ha realizado detrás de nuestro inmenso frente de combate. Se han construido casi 2,000 puentes y reactivado 25,500 kilómetros de vías férreas (tres mil kilómetros más que toda la red ferroviaria de México). Otros. 15,000 kilómetros de líneas ferroviarias fueron adaptados a la trocha normal europea.

"En esos tres meses y medio, mis soldados, se han sentado las bases para el último y. gigantesco esfuerzo destinado a aplastar al enemigo antes de que sobrevenga el invierno... Comienza hoy la-última gran batalla decisiva de este año. Será un golpe aniquilador para este enemigo.

"De esta manera libraremos al Reich alemán y a toda Europa de un peligro como jamás se cernió otro igual sobre el Continente desde los tiempos de los hunos, y más tarde, de las tribus mon­goles. El pueblo alemán, por lo tanto, estará en las próximas se­manas más que nunca a vuestro lado... Reteniendo el aliento, la Patria toda os acompañará con sus bendiciones en los graves .días por venir". En la creencia de que las últimas reservas del ejército rojo se hallaban en capilla ante la lucha que estruendosamente se libraba a 380 kilómetros de Moscú, y dada la evidencia de que la maniobra para , coparlas progresaba firmemente Hitler anunció el 3 de octubre:
''Esto puedo decirlo hoy, lo digo hoy solamente porque estoy en condiciones de afirmar que este enemigo ha sido aplastado-y que ¡amas se recobrará... Nadie tuvo jamás idea ni siquiera aproximada del poderío ruso; hubiera sido otra invasión mongólica de Gengis Khan". Y rindiendo un homenaje a la Infantería Alemana que había soportado la lucha más extraordinaria 'contra oleadas su­cesivas de reservas al parecer inagotables, Hitler agregó: "Nues­tras divisiones de tanques, nuestras divisiones motorizadas, nues­tra artillería, nuestros exploradores, nuestros cazas, nuestros stukas, nuestros pilotos de combate, nuestra marina, nuestros sub­marinos, nuestros cazadores del norte, nuestras tropas de asalto son todos idénticos.
Pero lo mejor de lo mejor es el soldado ale­mán de infantería. Tenemos ahí divisiones que desde la prima­vera han marchado a pie de 2,500 a 3,000 kilómetros. Numerosas otras han recorrido 1,000. 1,500 y 2,000 kilómetros". Ese mismo día. Hitler hizo una alusión a la guerra con los países oc­cidentales y volvió a recordar: "yo no lo quise. Después del primer encuentro tendí la mano…"

Stalin y su alto mando se hallaban optimistas respecto a la posibili­dad de frustrar la nueva ofensiva alemana, pues conocían todo el plan de ataque y habían tenido tiempo de concentrar ocho ejércitos en los sitios más apropiados. Resulta que el Estado Mayor General alemán trazó el plan de la1 operación "Taifun" y lo presentó a Hitler el 18 de agosto, pero ya desde el día 1° lo conocía Stalin, debido a los infil­trados que trabajaban en Berlín y que tenían comunicación con la red de espionaje de Alejandro Rado, con sede en Ginebra, Suiza.

No obstante, los 5 ejércitos alemanes de Von Kluge, Strauss, Hoepp-ner, Guderian y Hoth, al mando de Von Bock, volvieron a hendir las lí­neas rusas, penetraron 180 kilómetros y su mejor capacidad operativa se impuso en la batalla contra fuerzas superiores, que fueron cercadas en las regiones de Vyazma y Bryansk. Ochocientos mil hombres de Timoshenko —del total de un millón— se vieron atacados por los flancos y la retaguardia. Sus desesperados intentos de abrir una ruta de es­cape se desplomaron una y otra vez bajo un huracán de fuego y los bombardeos de 900 aviones de la Luftwaffe. Torrenciales lluvias hi­cieron más penoso el combate en esos días.

La sangre volvió a correr en las frías tierras rusas, en los bosques a 200 kilómetros de Moscú. Entre cadáveres de ambos bandos, exhaus­tas divisiones alemanas mantuvieron y estrecharon el cerco alrededor de los 8 ejércitos de Timoshenko. En el mando alemán, el optimismo era ya irrefrenable.

El 9 de octubre, a la vista del triunfo de Bryansk y Vyazma, Otto Dietrich. jefe de la prensa de Alemania, anunció: "Con la destrucción del grupo de ejércitos de Timoshenko se ha decidido la campaña en el este. La decisión militar es terminante... Desde el punto de vista militar estos golpes han terminado con la Unión Soviéti­ca. No dispone ya de unidades que tengan suficiente libertad de acción. Las divisiones arrojadas contra los alemanes, que ahora se encuentran cercadas, fueron las últimas de que disponía". Al día siguiente la prensa alemana anunciaba: "Lo increíble y casi inconcebible ha sucedido. El enemigo ha sido derrotado aun an­tes de la llegada del invierno".

Después de 16 días de agotadora lucha contra los 8 ejércitos de Timoshenko, la gran batalla de cerco terminó el 18 de octubre. Se hicieron 648,198 prisioneros y fueron destruidos 1,197 tanques y 5,229 cañones. Es esta la más grande batalla de aniquilamiento de to­dos los tiempos; superior en más de seis veces a la clásica batalla de Cannas, y fue la mayor de las realizadas por el ejército alemán en Rusia. En ninguna otra parte ejército alguno ha superado esa marca; quedará en la historia militar como la mayor hazaña de las operaciones de envolvimiento y exterminio. Aun cuando en la captura de Kiev se hicieron 15,000 prisioneros más que en Bryansk y Vyazma, los 8 ejér­citos destrozados en estas dos plazas eran muy superiores en artillería y blindaje. (Constaban de 70 divisiones y varias brigadas).

La operación de Vyazma y Bryansk fue la sexta de las batallas de envolvimiento realizadas en Rusia por el ejército alemán durante 1941, después de las de Byalistock-Minsk, Smolensk, Umán, Somel y Kiev. Tan sólo la tarea de levantar el campo ocupó a veintenas de millares de hombres. El oficial alemán Skorzeny refiere a este respecto: "Cuan­do en octubre de 1941 cayó la gran bolsa de Vyazma, después de intentar en vano durante días la evasión, hubo que enterrar verdaderas montañas de cadáveres en muchos sitios. Para ello empleamos prisioneros de guerra rusos. Vi con mis propios ojos cómo éstos arrojaban a las fosas comunes no sólo muertos, sino también heridos. Los sargentos alemanes que vigilaban este tra­bajo tuvieron que intervenir severamente para que los rusos sa­caran a sus camaradas que aún estaban heridos para llevarlos al botiquín de urgencia. El soldado ruso herido, y muchas veces tam­bién el prisionero, ya no cuenta en absoluto ni para sus camaradas ni para el Mando".

El total de bajas del ejército rojo al terminar el envolvimiento de Vyazma-Bryansk, incluyendo las habidas en otras batallas menores y a lo largo de todo el frente de 2,500 kilómetros, ascendía a las siguien­tes cifras:

3.048,000 prisioneros (873,000 más que el total de los atacantes). 18,697 tanques (casi ocho veces más que las fuerzas blindadas alemanas).

26,829 cañones (el triple de toda la artillería que produjo Fran­cia antes de la guerra).
Agregando los heridos y los muertos, el gran total correspondía a más de 300 divisiones. Hasta entonces, 700,000 soldados alemanes ha­bían caído en Rusia. (I)

35 divisiones blindadas soviéticas, compuestas cada una de 400 tan­ques, fueron totalmente aniquiladas del 22 da junio al 18 de octubre, y otras 30 quedaron gravemente mermadas y desorganizadas.

Lo que se creía que era el Ejército Rojo había sido ya vencido por la fuerza numérica inferior de 178 divisiones alemanas y del Eje. En 2,600 años de historia de las armas, nunca una contienda había sido tan dramáticamente gigantesca y desproporcionada como la campaña alemana de la URSS. Todo lo que exageradamente podía exigirse del ejército alemán fue exigido hasta octubre de 1941, cuando aproxi­madamente 325 divisiones soviéticas, integradas por cerca de 5 millo­nes de combatientes, habían sido ya destrozadas. El Alto Mando Ale­mán, que originalmente concibió al Ejército Rojo Integrado por 300 divisiones, tuvo entonces la certeza de que la victoria era ya ineludible­mente suya.

De otra manera Hitler no habría proclamado la victoria, ni hubiera dicho que la batalla de Vyazma era la última de la campaña en Rusia, ni hubiera afirmado que el enemigó había sido aplastado y que ya ja­más se recobraría. Si el ejército rojo no hubiera perdido más de 300 divisiones en los primeros tres meses y medio de lucha, y si la propa­ganda aliada hubiera estado en lo cierto al afirmar que los soviéticos se habían retirado intactos para atraer a los alemanes a una trampa, el Mando Alemán no habría proclamado la victoria para ponerse de­liberadamente en ridículo. Era tal su certeza de que ya tenía asegurada la victoria, que en noviembre comenzó a desmovilizar algunas divisio­nes, en la creencia de que ya no serían necesarias.

Fue absolutamente falso que el ejército rojo hubiera cambiado te­rritorio por tiempo y rehuido el combate para presentar batalla cerca de Moscú. Todos los ejércitos que lanzó a la lucha se afianzaron firmemento a su terreno y fueron destrozados.

(1) "Mi suerte — confesaba Hitler en esos días— es que puedo sose­garme. Antes de ir a la cama me ocupo de arquitectura, contemplo los cua­dros, me intereso por cosas completamente diferentes a las que han ocupado mi espíritu durante el día. De otro modo no podría dormir". Y hablando con Himmler, le decía: "El poderío de que hoy disponemos sólo puede justificarse a mis ojos por el establecimiento y expansión de una gran cul­tura. Llegar a ella debe ser la ley de nuestra existencia".

Si la suerte de la campaña cambió al entrar el invierno, fue exclusivamente porque ejércitos so­viéticos de refresco, con los que nunca soñó el mando alemán, entra­ron en acción inesperadamente. Lo que entonces hizo el agotado ejér­cito de Hitler para sostenerse rebasó los linderos de lo previsible y tuvo características de milagro militar.
MOSCU TREPIDA
BAJO EL CAÑONEO

Concluida la batalla de envolvimiento en Bryansk-Vyazma, los alemanes quedaron firmemente situados a 200 kilómetros de Moscú. Hubo entonces una ¡unta de Hitler y sus generales. Muchos recomendaban una retirada en el sector central para enderezar las líneas y vigorizar las comunicaciones. El problema logístico de abaste­cer ejércitos a través de mil kilómetros de territorio devastado y hostil era espantoso y el invierno iba a agravarlo todavía más. Las primeras nevadas habían-caído ya.

Una minoría de generales, encabezados por Jodl, aconsejaba un esfuerzo más para capturar Moscú. No se creía ya que hubiera ejér­citos soviéticos organizados y solo se contaba con una fanática re­sistencia en las defensas periféricas de la ciudad. Dar un momento de reposo al enemigo parecía- dejar escapar una brillante oportunidad. Hitler también pensaba de este modo. Al final de las discusiones se tomó la decisión de atacar.

13 divisiones de tanques, 33 de infantería y 5 motorizadas, o sea un total de 51, fueron reagrupadas en el sector central, y este grupo de ejércitos se puso en manos del general Von Kluge porque el mariscal Von Bock sufría dolores de estómago y había llegado al límite de su resistencia física. Von Kluge se exponía con frecuencia en los puestos avanzados del frente, se levantaba al amanecer y fuere cual fuere la gravedad de la situación se acostaba temprano. No confiaba mucho en la nueva operación, pero se fue alentando al ver el entusiasmo de las tropas, y entonces se quejaba de que el general Hoeppner (coman­dante del 4o. ejército blindado y encubierto enemigo de Hitler) no tuviera entusiasmo por la acción que iba a emprenderse. Por su parte, Hoeppner se quejaba continuamente de los abastecimientos. "Un cua­dro no muy satisfactorio", comenta el mariscal Kesselring.
(Y acentuando aún más esas perturbaciones, en el comando del Grupo de Ejércitos se había formado una célula de conspiración, com­puesta por los coroneles Hening von Treskow, Von Gersdorff y Schult-ze. Treskow trató de ganarse al mariscal Von Bock, quien cortó en seco la conversación y salió de la sala diciendo que no toleraba ni siquiera hablar de eso. Pero la conspiración seguía cundiendo en el Estado Ma­yor. Los que se negaban a secundarla sentían repugnancia por denun­ciarla).

Entretanto, en apoyo del avance hacia Moscú se iniciaron bombar­deos aéreos con 150 6 200 aparatos. La nieve había comenzado a caer y la Luftwaffe tropezaba con grandes dificultades. De 80 hombres que en tiempos normales necesitaba por cada avión en operación re­quirió entonces 120. La nieve tenía hasta 90 centímetros de altura en algunos aeropuertos y eran necesarios mil trabajadores para lim-f piar una pista. Hasta los frenos hidráulicos se congelaban. Al principio los aviones eran envueltos en abrigos de paja y bien pronto ya ni esto fue suficiente; los mecánicos dormían entonces a intervalos y va­rias veces por la noche calentaban los motores para que al amanecer pudieran arrancar. Los vuelos se racionaron dejando únicamente a los pilotos más expertos. Para colmo, la segunda flota aérea recibió ór­denes de trasladar parte de sus efectivos al Mediterráneo, con objeto de ayudar a Italia en África.

El periodista norteamericano William L. White da la siguiente ver­sión de lo que entretanto ocurría en la capital soviética:

"Varios testigos me refirieron el pánico de Moscú en octubre de 94I. La gente empezó a destruir todo lo que pudiera probar que había simpatizado con el partido. Los alemanes arrojaron volantes, pero la propaganda alemana no fue la única responsa­ble del crecimiento del antisemitismo en Moscú. La propagan­da soviética, en un esfuerzo por levantar el fervor patriótico, repopularizó los descartados héroes de los tiempos zaristas... Comenzó a decirse que no se luchaba por el bolchevismo, sino por Rusia. El orgullo de raza del eslavo fue enfatizado.

Esta po­pularización del antiguo mito eslavo determinaba una elevación del descontento contra los judíos. Posiblemente el Kremlin cal­culó mal, o tal vez creyó que el beneficio Inmediato en espíritu de lucha valía por su costo temporal... Un amigo mío refiere que cuando el pánico de Moscú, los habitantes lo detenían en las calles o lo enfrentaban en el subterráneo, diciéndole: ¿Por qué están ustedes enviando ayuda a este régimen? ¿No saben que solamente están prolongando la guerra?... Y si alguien comenzaba a pronunciar un discurso patriótico, alguno observaba agriamente: ¿Qué le pasa? ¿Es usted judío?...

El resentimiento se exacerbó cuando fue evacuado de Moscú el Comisariado Tea­tral, que en Rusia, como en muchos países, contiene algo más que el promedio normal de judíos. Varios rumores sin base cir­cularon que habían sido evacuados apresuradamente y con grandes lujos...

Una mañana los policías desaparecieron. Se difundió la noticia de que habían sido llevados a cubrir una bre­cha en Mojhais. Inmediatamente ocurrieron asaltos a los estable­cimientos de comestibles. Circularon rumores de que en los su­burbios habían sido golpeados varios judíos. El 20 de octubre el gobierno declaró la ley marcial en a ciudad, lo que moderó a to­dos" ("Mi informe sobre los rusos").

Ante los desórdenes ocurridos en Moscú, el 17 de octubre, en los que hubo ataques a los judíos y brotes de resistencia contra la policía, mu­chos diplomáticos extranjeros acreditados ante la URSS hacían cálcu­los sobre la fecha probable del derrumbamiento del régimen soviético. Por otra parte, el ¡efe de la Associated Press en Rusia, Henry C. Cassidy, hace el siguiente relato en su libro "Fechado en Moscú":

"El Partido Comunista generalizó la movilización a todos los civiles. Cuando comenzó la evacuación en masa, el 15 de octubre, hubo tres días de huida en desorden. La gente asaltaba las esta­ciones de ferrocarril en procura de medios de transporte... En los negocios de alimentos se formaban colas para conseguir las raciones extra de pan, salchichas y queso. Hubo una alza tremen­da en el mercado matrimonial, pues la gente se casaba con aqué­llos cuyas oficinas o fábricas habían sido evacuadas..

"Los alemanes iniciaron su segunda gran ofensiva sobre Moscú el 16 de noviembre. Avanzaron en todo el frente. Las cuatro di­visiones comunistas de Moscú recibieron su bautizo de fuego. .. Sus pérdidas fueron horrorosas.

"Fueron días muy negros para los voluntarios comunistas. La carnicería se convirtió en una de las grandes glorias de la defensa de Moscú. En cambio, fueron alegres días para los alemanes. Ha­bían calculado el máximo poder del ejército rojo en .330 divisiones y había coincidido ese número, pensaban, con el de las divisiones derrotadas. Ahora aparecían ante ellos unas pocas divisiones nue­vas y harapientas, de obreros movilizados con tal prisa que lucha­ban con el espíritu de mil demonios. Los alemanes pensaban que el final estaba a la vista, y los directores de diarios de Berlín fueron advertidos, el 2 de diciembre, para que reservaran en sus primeras páginas espacio destinado a la caída de Moscú". El judío Mendel Mann, que había huido de Polonia a Moscú, publicó -últimamente un libro en Israel, "Ante las Puertas de Moscú", en el cual refiere haber visto una manifestación de rusos que gritaban en la calle Kaluga: "Muerte a los comunistas. Abajo los judíos... Gracias Virgen Santa, madre de Dios". Estos manifestantes esperaban la llega­da de los alemanes, de un momento a otro, y fueron diezmados y dis­persados por la NKVD.

Para entonces el mariscal ruso Timoshenko había sido sustituido por el general Zhukov, ex discípulo del general alemán Von Seckt.

Los alemanes agruparon sus tanques en los flancos del ataque: al norte de Moscú, los ejércitos panzer de Hoeppner y Hoth, y al sur el ejército panzer de Guderian; en el centro marchaban principal­mente divisiones de infantería.

Las principales defensas periféricas de Moscú fueron perforadas. Varias divisiones siberianas sufrieron enormes bajas, pero no pudieron cerrar las brechas. Hubo días en que fue militarmente factible que los alemanes llegaran a la capital soviética, pero los caminéis se habían empantanado y los tanques y camiones no podían avanzar ni un me­tro. El barro atascó varios días la ofensiva y Von Bock dijo que no había más remedio que esperar las heladas para que se endureciera el suelo, que era un mar de lodo.

Según se puso en claro 8 años más tarde (al revelarlo el general McArthur), en 1941 operó en Japón una banda de espionaje integrada por el judío-alemán Richard Sorge, por el japonés Ozak! Hozumi y por la escritora norteamericana Agnes Smedley, y esa banda comunicó a Stalin el plan alemán contra Rusia y muy principalmente el valioso dato de que el Japón, pese a su compromiso contraído con Alemania al firmar el pacto anticomunista, no atacaría a la URSS. Tal cosa permitió a Stalin retirar gran parte de sus contingentes armados de Asia y re­forzar las incógnitas reservas que había ocultado entre los bosques, muy al oriente de Moscú.

El Mando Alemán tuvo indicios de que ciertas reservas se movían hacia la capital soviética, pero nunca sospechó su magnitud. (I) La os­curidad de la niebla duraba hasta las 9 de la mañana. El Sol sólo se distinguía como una bola rojiza a las II de la mañana, la oscuridad empezaba a las tres de la tarde y una hora después era completamente de noche. La segunda división blindada alcanzó a ver el Kremlin al lle­gar a Khimki, 8 kilómetros al norte de Moscú, y el fuego de los antiaé­reos de la capital soviética era claramente visible para.las entusiasma­das tropas alemanas que se hallaban casi en los suburbios por el norte y el oeste. Muy ajenas estaban al peligro que se cernía en los umbríos bosques del oriente.

Cassidy añade que "regularmente, a intervalos de un cuarto de hora, pasaban trenes a lo largo de todas las líneas de ferrocarril en di­rección al frente y transportaban tropas de refresco de jóvenes soldados vestidos con abrigadas ropas de invierno y armados has­ta los dientes, y desaparecían dentro de los bosques... Los rusos se hallaban perfectamente preparados con sus botas de fieltro, sus chaquetas acolchonadas, sus sombreros de pieles, sus capas blancas, sus esquíes, sus raquetas de nieve y sus trineos. En cambio, los alemanes estaban completamente desprovistos de todo". Co­mo confesó el general Jodl, "el Alto Mando Alemán no había previsto una campaña de invierno ni la había planeado".
(1) "Para mí continúa siendo un enigma el que nuestros aviones de exploración no descubrieran este movimiento de tropas, ni durante aquellos días ni en los anteriores", dice el Mariscal Kesselring en sus "Memorias".

La primera helada fuerte hizo descender la temperatura a 20 grados bajo cero y sorprendió a las tropas con pantalones de dril. El suelo se endureció con el frío y era imposible excavar refugios. Todavía en 1966 no puede precisarse hasta qué grado el sabotaje jugó su papel en aquello que simplemente parecía imprevisión. Ciertamente se sabía que el invierno en Rusia era extremadamente riguroso y que aun cuan­do la campaña terminara en diciembre, una gran parte del ejército tendría que seguir guarneciendo poblados y líneas de comunicaciones. Y sin embargo, nada se hizo. Se sabía así mismo que los rusos usaban botas dos números más grandes que el pie, con objeto de empalmarse calcetines o cuando menos rellenarlas de paja para evitar la congela­ción, pero las botas de los soldados alemanes eran ajustadas a su nú­mero exacto. Además, tenían clavos, pese a que se sabía que éstos eran un conducto para la pérdida de calor. En fin, no había ni la más elemental precaución ante el fenómeno invernal que era perfectamente conocido.

Para el 27 de noviembre el termómetro ya había descendido a 40 grados centígrados bajo cero en diversos sectores del frente. Los sol­dados luchaban desesperadamente por la posesión de cualquier aldea para guarecerse en la noche. Los guardias se relevaban cada hora y llevaban consigo un ladrillo caliente, no tanto para calentarse ellos, sino para evitar que el aceite se congelara en los fusiles, pues no se sabía en qué momento ocurriría un ataque enemigo.

El 6 de diciembre Zhukov contraatacó con 100 divisiones soviéticas, en su mayor parte de refresco; 100 divisiones con las que el mando alemán no había contado jamás y que hacían subir a 460 las divisiones rusas desplegadas en el frente durante 1941. En ese momento un ca­taclismo mortal encaró a las diezmadas y exhaustas 51 divisiones ale­manas que acosaban a Moscú y que eran el remanente operativo (en condiciones de realizar guerra de movimiento) de las 145 que habían iniciado en junio la campaña de Rusia.

DE LOS ALBORES DE LA VICTORIA
A LAS ORILLAS DEL DESASTRE


El mando soviético anunció que no se estaban enviando al frente refuerzos de refresco para cubrir bajas y reanimar divisiones diezmadas; es decir, no se trataba de transfusiones, "sino fundamentalmente de nuevos ejércitos". La súbita entrada en combate de los 8 ejércitos de Zhukov aumen­taba abrumadoramente la superioridad numérica rusa y además sig­nificaba que tropas descansadas y con equipo flamante caían ines­peradamente sobre tropas alemanas agotadas por cinco y medio meses de lucha. Soldados exhaustos por una sucesión de batallas y por la marcha accidentada de 1,500 a 3,000 kilómetros; soldados que habían vencido a tropas superiores en razón de 2 a !, y a contingentes mecanicos superiores en proporción de 8 a I, y que realizaban un supremo esfuerzo en lo que parecía la última batalla, vieron de pronto que la victoria se esfumaba y que un desastre mortal se cernía sobre el «vasto frente desnieve.

Varios generales sopesaron la situación numéricamente. Y la situa­ción era insostenible. En su opinión, una retirada general y profunda, abandonando equipo, era lo único que la ciencia militar aconsejaba. El mariscal Von Leeb (uno de los más recalcitrantes opositores de HÍ-tler pedía una retirada de más de mil kilómetros hasta Polonia. El general Blumentritt (I) dice que una retirada profunda era imposible porque la nieve sólo permitía marchas de 10 kilómetros por día y que después de tres ¡ornadas las tropas hubieran caído exhaustas. Hitler se opuso al repliegue.

Goerlitz dice que lo hizo "con una firmeza de­moníaca y tan feroz, que destacados militares, tan diferentes entre sí como Jodl y Rundstedt, no pudieron menos que admirar esa con­ducta". Colocado en peor situación que Napoleón, decidió afrontar la más desesperada de las batallas. Aprovechando que Brauchitsch, ¡efe del Ejército, había enfermado y solicitado permiso. Hitler asumió directamente el mando de las tropas. Con ello asumió también per­sonalmente la suerte de su grave decisión.

"Los hombres —explicó después Hitler—.se vieron sometidos a la misma tensión psicológica que aniquiló al ejército francés en 1812. En ese momento me sentí obligado a unir mi nombre a la suerte del ejército".

Su primera tarea fue la de vigorizar el espíritu de resistencia de los comandantes, y a través de ellos el espíritu de todo el frente.

Al noroeste de Moscú, donde el ejército de Hoeppner había llegado a ocho kilómetros del Kremlin, dos ejércitos de los generales rusos Kuznetsov y Rokosovsky cayeron sobre el flanco desguarnecido de los alemanes. Por el sur, los ejércitos rusos de los generales Boldin y Belov embistieron encarnizadamente el flanco del ejército de Guderian.

Si las tropas de Guderian y Hoeppner se desplomaban en una re-Hrada general, toda la infantería alemana correría el riesgo inminente de ser aniquilada; las líneas se hundirían en el sector central y el de­sastre se generalizaría a lo largo de los 2,500 kilómetros de todo el frente.

Indudablemente que varios generales alemanes recomendaban la retirada general no por ignorancia, sino porque todos los cálculos de Estado Mayor indicaban que resistir era imposible. Sin embargo, Hitler creyó poder vencer al imposible. Su voluntad fue tan profunda, tan firme y tan inflexible, que el imposible fue vencido. Mediante fuer­zas psicológicas, ahí donde las fuerzas físicas se hallaban abrumadora-
(l) Los Repliegues Estratégicos. —Gral. Gunther Blumentritt. Ejército Alemán.

mente superadas por el enemigo, divisiones enteras se enraizaron en la nieve ante el alud de fuego soviético y se sacrificaron sin espe­ranza de -salvación; para ellas no existía salvación, pero podía ha­berla para e frente en general. Así lo creía Hitler y así se lo hizo ' creer a muchos de sus comandantes. Y esta creencia forjó el milagro , si bien sobre la tumba de millares de hombres.

Por ejemplo, las divisiones blindadas 6 y 7 se mantuvieron firmes ante la muerte al noroeste de Moscú. La séptima, que Rommel había conducido en triunfo a través de Bélgica y Francia, y que más tarde marchó y combatió rriás de dos mil kilómetros a través de suelo ruso luchó sin retroceder sobre un terreno que prácticamente habría de ser su tumba.

La 162° división de infantería fue también destrozada. Los soldados se enredaban trapos en el cuello o en las botas, y hasta trozos de alfombra atados con alambres, para resistir la lucha a la intemperie. Muchos testigos refieren que el aliento parecía una costra de hielo.

Al analizar estos momentos el historiador británico Liddell Hart dice: "Fue la decisión que Hitler adoptó para no retirarse lo que desvió el pánico en esa hora negra. Daba la impresión de tener nervios de acero... Eso iba en contra del consejo de los gene­rales... Le señalaron que las tropas no estaban equipadas para el invierno, pero Hitler se rehusó a oír. El ejército —dijo— no se retirará ni un solo paso. Cada hombre debe pelear en donde se encuentre. Sin embargo, los acontecimientos lo justificaron una vez más". ("Yo no uso de blandura con vosotros, yo os amo de todo corazón, hermanos de la guerra!"—Nietzsche).

Y las tropas se agruparon en bosques, ciudades o aldeas cercanas formando "erizos" para resistir los ataques de frente, de flanco o por la retaguardia, y recibieron órdenes de permanecer allí aunque se les flanqueara o se les copara, sin más alternativa que sobrevivir o perecer. El general Von-Tippelskirch comentó posteriormente que eso había salvado al frente alemán de un completo desastre.

El general Hoeppner, comandante del 4o. ejército blindado y an­tiguo conspirador desde 1938, hizo un repliegue sin autorización. El general Von Kluge lo reconvino; Hoeppner protestó por "la profana" dirección de Hitler, al que consideraba "un cabo", y fue retirado del servicio. Guderian, comandante del 2o. ejército blindado, fue perso­nalmente a pedirle autorización a Hitler para replegarse. "jNo, lo prohibo", fue la respuesta del Fuehrer. Guderian alegó que resistir en donde estaba ocasionaría más bajas.

"¿Cree usted —le repuso Hitler— que los granaderos de Federico el Grande morían con gusto? También querían vivir, y sin embargo, estaba el Rey auto­rizado en el mismo caso para exigir a todos los soldados ale­manes el sacrificio de sus vidas".

Guderian regresó desconsolado a su puesto de mando y poco después hubo un repliegue en su sector; él afirma que fue involuntario, -pero su inmediato superior, el general Von Kluge, no se lo quiso creer, lo reportó a Hitler y Guderian fue substituido por el general Rudolf Schmidt. De un modo o de otro, la despedida de Guderian fue dramática: "Estábannos unidos —dijo a sus tropas— en la prosperidad y la desgracia y era mi mayor alegría cuidaros y poder estar entre vosotros... Sé que seguiréis luchando valientes como hasta ahora y venceréis a pe­sar de las calamidades del invierno y de las fuerzas superiores. Mi pensamiento os acompaña en vuestro duro camino. ¡Vosotros lo seguís por Alemania! ¡Heil, Hitler!"

El mariscal Kesselring dice que "la responsabilidad cada vez mayor y los esfuerzos físicos llegaron incluso, como se demostró más tarde, a influir y agotar físicamente al ducho y resistente comandante".

En efecto, al dejar el frente, Guderian tuvo que sujetarse a un trata­miento médico del corazón que duró casi un año.

La temperatura llegó a 51° centígrados bajo cero. Era uno de los peores y más prematuros inviernos de Rusia. Caer herido significa­ba la muerte por congelación en pocos minutos si no se recibían auxilios inmediatos. Las armas quemaban al contacto de la mano y toda la gigantesca maquinaria mecánica se paralizaba. Las ventajas técnicas de la motorización desaparecieron al conjuro de la nieve y paradójicamente los primitivos medios que empleaban los ejércitos soviéticos se adaptaban mejor al temporal. El trineo superaba al ca­mión con gasolina congelada y los granaderos en esquíes envolvían el tanque inmovilizado. Curt Riess da una versión sobre el particu­lar en "Gloria y Ocaso de los Generales Alemanes", con las siguien­tes palabras:

"Horriblemente sufrían los soldados. Ninguno de ellos había experimentado jamás semejante frío y pocos se imaginaron si­quiera que un ser humano pudiese vivir en tales condiciones... Se congelaba el rancho y se congelaba el combustible en tan­ques y autocamiones. Congelábanse las manos, los pies, las na­rices y orejas hasta caerse a pedazos, comidos por la gangrena... Y el frío arreciaba más y más; caía la nieve y se empan­tanaban la artillería y los transportes; las raciones no llegaban y los rusos aparecían por todos lados, sin un momento de pausa, sin descanso, sin un minuto de tregua que permitiera siquiera dormir unos instantes al ejército. ¿Por qué no desertaban y se entregaban?

Soldados alemanes eran ellos. Podían haber sido otra cosa alguna vez. Pero ahora eran soldados y nada más. Los. Herr Müller o Herr Schmidt que allá en sus aldeas y ciudades, y en lejanos tiempos fueron carpinteros, zapateros o labriegos, ha­bían desaparecido bajo el uniforme y la mentalidad del soldado". "Soldado es el alemán con cuerpo y alma —escribió el letones Walter Schubárt en 'Europa y el Alma del Oriente —.

Los franceses son soldados porque aman a su patria, los alemanes lo son porque aman la vida de soldado... El militarismo alemán procede de un afán secreto de sentir la comunidad. Es un comunismo militar. Es una nostalgia profunda que unos burgueses egoístas sienten de un estado en que dejan de ser burgueses. El extranjero no comprende la influencia salvadora que ejerce sobre los alemanes, la vida de soldado. De ahí que las malas inteligencias a que se ve expuesto el militarismo alemán en el extranjero no sean sola­mente graves, sino inevitables e invencibles...

Puesto que el alemán es entre todos los europeos el que sufre más profunda­mente el miedo originario, es también el hombre más activo y de mayor fuerza de voluntad que jamás haya habido. Ser alemán significa hacer una cosa por amor a la misma. Alemania es la ergástula del deber".

El 20 de diciembre la situación era tan desesperada en el frente que el doctor Soebbels —ministro de Propaganda— hizo una patética excitativa a la población alemana para que enviara más ropa a las tropas que se helaban en Rusia: "Estoy enterado —decía— de que durante la última contribución, el pueblo alemán dio tcdo cuan­to podía dar, cuenta habida de la escasez. Gon todo, existen todavía en los hogares innumerables objetos y ropas de invierno que la población civil confiesa indispensables, pero de los cuales hay necesidad en el frente aún con mayor agobio que en la pa­tria. .. Todo lo que resta de abrigo de invierno en los hogares debe ser enviado al frente.. . Nuestros soldados lo necesitan mil veces más que nosotros. .. Lo que la patria ha sufrido en la gue­rra sólo significa una pequeña restricción y un ligero inconveniente comparado con lo que soportan nuestras tropas cada día y cada hora desde hace dos años.

"Así como nuestros soldados han sufrido durante los meses de verano sin tregua y sin quejarse del calor, las terribles lluvias de verano, el polvo y el lodo, en esfuerzos sobrehumanos por ob- tener la victoria, así resisten ahora en sus posiciones de invierno entre la nieve, el hielo, la lluvia, la escarcha y el frío, como guar­dianes del territorio patrio".

Y en tanto que unas divisiones se inmolaban para que otras pre­pararan defensas y el frente se salvara, Hitler arengó a sus tropas el 21 de diciembre: 'Soldados: conozco la guerra por los cuatro años de lucha gigantesca en el frente occidental, de 1914 a 1918, y he vivido sus horrores y he participado de casi todas las grandes batallas como soldado raso. Dos veces caí herido y a poco es­tuve de quedar ciego. Por ello nada de lo que os atormenta y agobia me es extraño.

"Mis soldados: comprenderéis, pues, que mi corazón está con vosotros y que mi voluntad y mi capacidad de trabajo indoble­gables están al servicio de la grandeza de mi Patria y la vuestra, y que mi mente y mi decisión no saben sino del aniquilamiento del enemigo, esto es, la terminación victoriosa de la guerra.

"Todo cuanto se puede hacer por vosotros, soldados del ejér­cito y de la guardia de Élite, se hará... El Dios Todopoderoso no negará la victoria a sus más bravos soldados".

La vida en el frente era espantosa hasta para las bestias, tan sólo en el área de un cuerpo de ejército alemán cayeron durante un mes 18,000 caballos, 795 de ellos por agotamiento. Por una parte aumentaban el frío y los ataques enemigos y por otra disminuían las racio­nes de víveres, de municiones y de combustible. Ni los veteranos de dos guerras habían sospechado que fuera posible una situación igual. Pero alentadas por Hitler, la mayoría de las tropas flanqueadas o copadas resistían o morían en vez de rendirse. Hasta el 20 de enero —con 42 grados centígrados bajo cero— los casos de congelaciones graves y leves ascendían a 54,000. Sin embargo, esos inenarrables sacrificios fueron un rompeolas viviente donde la furia de los ocho nuevos ejércitos soviéticos se desangró y perdió fuerza. El 16o. ejér­cito alemán, del general Von Busch, copado en Staraya Rusa, rechazó, reiteradas demandas de capitulación y logró sobrevivir. En Klin, la guarnición alemana también quedó totalmente aislada del resto del frente y 3,000 soldados perecieron antes que capitular. En Rzhev, los ejércitos rusos 29 y 39 flanquearon al 9o. ejército y le cortaron la ruta de abastecimientos, pero luego la primera división alemana y la división SS Das Reich restablecieron sus comunicaciones; el 9° ejército pudo contraatacar y copó y aniquiló a una parte dé ambos ejércitos rusos.

Esta batalla duró cuatro semanas con una temperatura de 45° bajo cero. "Una y otra vez los rusos interrumpieron las líneas alemanas —dice el informe de uno de los comandantes— pero siempre eran repelidos. Las villas caían y eran recapturadas repetidamen­te. Unidades completas se sacrificaban defendiendo sus posicio­nes y ocasionaban serias bajas a los rusos, pero el frente seguía resistiendo. Los rusos peleaban con admirable denuedo, según se estrechaba el cerco. El 17 de febrero fue el día en que las operaciones llegaron a su punto culminante. Los rusos realizaron esfuerzos sobrehumanos. La situación era extremadamente crí­tica. Durante los días 18 y 19 hubo muchas horas difíciles. El 20 de febrero terminó la batalla de Rzhev, acción decisiva en la campaña invernal del frente oriental".

Hasta ese día —según anotación hecha por el ministro Goebbels en su Diario—las bajas alemanas ascendían a 199,448 muertos; 708,351 heridos (incluyendo 112,627 casos de congelación), 44,342 dispersos. Total 952,141.

La tarea de abastecer a los combatientes era un problema logístico espantoso para los alemanes, que se hallaban a más de 1,000 kilómetros de sus bases. Cada división requería 200 toneladas diarias de abastecimientos vitales, lo cual significaba cada día más de 36,000 toneladas para todo el frente. Las precarias comunicaciones, la nieve y los sabotajes empeoraban aún más la situación. Aunque la Luftwaffe había operado al máximo de sus energías durante el verano y el otoño, en que destruyó en tierra o en el aire a 22,000 aviones enemigos, durante la crisis de invierno se le exigió un supremo esfuerzo para auxiliar a las tropas aisladas en los "erizos". Todos los peritos coinciden, en que ese esfuerzo de combate y transporte de víveres causó una herida irreparable a las fuerzas aéreas alemanas.

El 30 de enero Hitler habló ya con más seguridad sobre el frente y reiteró su determinación de no capitular. "El pueblo alemán —di:jo— puede tener también una seguridad: mientras yo viva no se repetirá un 1918. Nunca arriaré esta bandera... Este 30 de enero os aseguro que no sé cómo terminará esté año. No sé si terminará la guerra... Señor: dadnos fuerzas para defender nuestra libertad contra el comunismo; para defenderla para nosotros, para nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos, y no solamente para el pueblo alemán, sino para toda Europa, y así realmente, para toda la humanidad".

En su cuartel general, Hitler dijo a su ayudante Borman: "Ya sabe usted que siempre odié la nieve; siempre la he aborrecido. Ahora ya sé por qué. Era un presentimiento... Hoy puedo decirlo ya: durante las dos primeras semanas de diciembre, perdimos mil tanques y nos quedaron dos mil locomotoras fuera de servicio". (I)

Cuando Henry C. Cassidy, jefe de la Associated Press en Moscú, visitó un sector del frente, escribió así sus impresiones:

"La nieve y el hielo vestían a sus muertos con un piadoso manto de blancura. Entre tantas inequívocas señales de desastre de los alemanes se encontraban pruebas de que, aun en derrota, eran buenos soldados. De trecho en trecho había tanques colocadossobre elevaciones o curvas cíe los caminos con sus cañones apun­tando aún hacia el este". Otro periodista norteamericano, Larry Lesueur, de la Columbia Broadcasting, refirió:

"Los nombres y las edades de los alemanes caí­ dos habían sido grabados al fuego en la madera fresca. Muchos tenían la silueta de una cruz de hierro marcada debajo de losnombres. Sorprendía ver cuan jóvenes eran los hombres caídos.
(1) En esos días Hitler recordó el ataque italiano a Grecia, con todas sus tremendas consecuencias y comentó: "Si hubiese podido atacar en abril, tal como lo planeaba, habría tomado Moscú y Leningrado antes de que. Se echase encima el invierno. Pero no pude hacerlo a causa de la ayuda que tuve que dar a Italia".

El general Guderian, analizando la situación después de la guerra, escri­bió que los planes de Hitler en Rusia eran realizables si las operaciones hu­bieran comenzado, antes, como estaba previsto. Las lluvias de primavera y la campaña de Yugoslavia y Grecia retardaron el ataque a la URSS.

Las edades indicadas en las cruces oscilaban entre los 19 y 23 años... A un lado había varios tanques alemanes y rusos espar­cidos en el campo como si fuera un depósito de chatarra; el bosque que lo rodeaba parecía que hubiera sido devastado por un huracán. Había ramas rotas por todas partes y los árboles yacían arrumbados como rastrojos; era una prueba evidente del terrorífico fuego de artillería y de las luchas mortíferas entre los tanques. Las ruinas ennegrecidas de las aldeas resultaban espan­tosas…

Los muertos apenas si parecían seres humanos. Parecían maniquíes de cera sacados de un escaparate, echados en el sue­lo en posturas grotescas, inhumanas, con sus brazos apuntando al cielo, con las piernas congeladas como si estuvieran corriendo. Sus rostros no tenían sangre alguna, eran de un blanco de cera". Fue la tajante voluntad de Hitler, fueron esos muertos, lo que salvó a todo el frente alemán en Rusia durante el invierno de 1941 a 1942. El general Von Tippelskirch, comandante de un cuerpo de ejército en 1941, declaró posteriormente a Liddell Hart que la táctica de los "erizos" fue idea de Hitler y que constituyó una gran proeza poderlos sostener. "Si las tropas se hubieran empezado a retirar —agregó— la retirada se hubiera transformado en una desbandada llena de pá­nico".

Otro de los pocos generales que coincidían con Hitler -Hans Kissel-, dice que intentar la retirada hubiera sido un error por­que "las tropas, exhaustas después de unas pocas marchas en la nieve y el hielo, hubiesen sucumbido a la desintegración moral".

Cuando el invierno tocaba a su fin, el 20 de marzo (1942), el Mi­nistro Soebbels anotó en su Diario: "Los generales, en su mayor parte, no han ayudado. No pueden soportar un esfuerzo intenso, ni ha­cer frente a fuertes crisis espirituales. Además, los triunfos ini­ciales que obtuvieron en esta guerra han persuadido a muchos de ellos de que cualquier cosa puede realizarse a la primera ten­tativa. Fue el Caudillo quien salvó solo el frente Oriental en el invierno próximo pasado. La verdadera razón de que ese frente no se tambaleara, radicó en que Hitler no mostró signos de de­bilidad. ¡Maldito sea este invierno, prolongado, crudo y cruel!

Nos ha creado problemas que no hubiéramos considerado como posibles... La guerra ha alcanzado su intensidad, más alta desde fines de noviembre. Dice el Caudillo que en ocasiones temió sen­cillamente que no fuera posible sobrevivir. Sin embargo, seguía haciendo frente invariablemente a los asaltos del enemigo con su último adarme de voluntad y cada vez lograba salir airoso. ¡Gracias a Dios que el pueblo alemán sólo se enteró de una parte de esto!

"Hitler está encaneciendo —agregó Goebbels en su Diario— y el solo hecho de hablar de los cuidados que entraña el invierno, le hace parecer muy avejentado. Me refirió cuan cerca estu­vimos de un invierno como los de Napoleón, en los últimos meses. Si hubiéramos flaqueado siquiera por un momento, el frente se hubiera derrumbado y habría ocurrido una catástrofe que hubiese dejado pequeño al desastre que tuvo Napoleón en Rusia.

"A Brauchitsch —jefe del ejército— le corresponde una gran dosis de responsabilidad por esto. El Caudillo habló de él con desprecio. El Caudillo no tenía ninguna intención de ir a Moscú. Deseaba cortar el Caucase y con eso herir el sistema soviético en su punto vulnerable. Pero Brauchitsch y su Estado Mayor Ge­neral creyeron saber más. Ese jefe siempre recomendó que se marchara sobre Moscú".

El desacuerdo de Hitler con sus generales seguía aumentando. En el sur, donde el ejército alemán había penetrado 1,250 kiló­metros en territorio ruso, perdió en algunos sitios de 30 a 40 kilómetros, como en Rostov. En el sector central, donde el frente alemán había penetrado más de 1,000 kilómetros, los rusos lograron avances ais­lados de 30 a 150 kilómetros. Y en el sector norte, donde las ganancias alemanas habían sido también de más de 1,000 kilómetros, sus pérdidas de territorio oscilaban entre 50 y 100.

Hitler derrotó al invierno; fue su voluntad lo que en última instan­cia aceró el frente azotado por la nieve y el fuego —un frente que habría de soportar todavía tres años y medio de lucha—. En la deso­lación de hielo, la sombra de Napoleón alentó a los rusos y sobre­cogió a los alemanes, pero el desastre de 1812 no se repitió.

1 comentario:

Lovecraft dijo...

¡ENHORABUENA POR EL BLOG! Si puedes echale un ojo al mío. Saludos.