sábado, 21 de marzo de 2009

Capítulo VIII 1ª Parte

CAPITULO VIII
Oscilación de la Victoria(1943)

La Herencia del 6o. Ejército. Pequeño Margen de la Derrota al Triunfo.
Sangre a Raudales en el Frente Oriental.
16 Millones de Bajas en la URSS Hasta 1943.
Matanza de Prisioneros. El Frente Aéreo Contra Alemania.
Desastre Alemán en la Batalla del Atlántico.
Armas Secretas Contra Superioridad Numérica.
Sabotaje, Guerrillas y Golpes de Estado.
Los Amigos de Roosevelt
Italia Cae al Primer Soplo de la Guerra.
Caída y Rescaté de Mussolini.
Cinco Meses Ante Cassino.


LA HERENCIA DEL 6° EJERCITO

Al desaparecer el 6o. Ejército en "donde nunca se alzará una cruz ni un cenotafio a su memoria", dejó una herencia de incalcu­lable valor a sus compañeros. Los 71 días que resistió bajo el sitio de ocho ejércitos soviéticos, sirvieron para improvisar nuevas líneas en todo el sector sur del frente alemán.
Dos ejércitos rumanos se habían desplomado en diciembre al pri­mer impacto de la ofensiva bolchevique; un ejército italiano huyó en seguida al rumor de que en su sector también atacarían los rusos, y días más tarde el ejército húngaro hizo lo mismo. Esto había abierto boquetes de cientos de kilómetros en el sector sur y sólo el 6o. Ejér­cito quedó en Stalingrado sirviendo de rompeolas durante 71 días.

Al extinguirse ese ejército el primero de febrero, 341 unidades so­viéticas (un equivalente de 220 divisiones) pudieron embestir sobre 32 divisiones alemanas desde el norte de Karkov hasta el área de Ros­tov, en una extensión de 700 kilómetros. La superioridad de los rusos era de 7 a I. Sin embargo, su abrumadora infantería había descen­dido sensiblemente en calidad, aunque seguía soportando enormes sacrificios, y su artillería era relativamente débil, después de las enor­mes pérdidas padecidas en 1941 y 1942, que ascendieron a más de 40,000 cañones.

De todas maneras, la situación del sector sur era extraordinaria­mente comprometida. Sobre el 4o. ejército blindado alemán, del ge­neral Hoth, cayeron a principios de febrero los ejércitos rusos 44, 58, 51 y 2o. de la guardia. Sereno y audaz, Hoth llevaba tanques de una a otra ala, en golpes de sorpresa, y frustraba las maniobras de cerco, a la vez que lentamente retrocedía. Con el cambio fulgurante del centro de gravedad de sus golpes defensivos multiplicaba su con­tundencia. Así pudo salvarse y a la vez cubrió la retaguardia del pri­mer ejército blindado de Von Kleist que se retiraba del Cáucaso.

Durante todo febrero el sector sur del frente alemán fue una tela4 de araña frecuentemente hendida. Las 32 divisiones que lo defendían desplegaron movilidad extraordinaria para pegar hoy en un sitio y mañana en otro, dando así la impresión de uNa fuerza numérica inexis­tente. El 17 de febrero Hitler se trasladó a ese crítico frente. Llegó, a Saporoshje y ofreció a Von Manstein hacer todo IO posible por enviarle refuerzos. Los bolcheviques se hallaban a 60 km y de haber sabido la presencia de Hitler podían haber irrumpido hasta ahí en pocas horas. La guarnición alemana era muy débil y el grupo que rodeaba al Fuehrer vivió días de zozobra.

Poco después llegaron reemplazos para algunas de las más diezma­das divisiones, así como un Cuerpo de Tanques de las SS íbamos aver —dice Von Manstein— si aún podíamos pisotear la derrota, co­mo dijera Schlieffen.

Y en efecto, la derrota sufrida en Stalingrado fue pisoteada más tarde cuando los soviéticos trataron de recuperar la rica cuenca del Donetz y toda Ucrania. Los ejércitos blindados 4o. y lo. de Hoth y de Von Kleist, se combinaron para golpear a los vencedores de Sta­lingrado. En varios cercos aniquilaron 5 cuerpos de tanques, un cuer­po de caballería y. 7 divisiones, e infligieron bajas paralizantes a otros 2 cuerpos de tanques y a 6 divisiones.

En esa batalla de pequeños cercos se inhumaron 35,000 muertos soviéticos y se capturaron 676 tanques, 648 cañones y 600 vehículos. En comparación con los contingentes derrotados el número de prisioneros fue bajo, o sea de 10,000, debido a que por la noche el frío obligaba a los sitiadores a concentrarse en las aldeas y quedaban brechas por donde los rusos podían escurrirse.

Después de ese triunfo en las zonas de Krasnogrado y del Donetz, el Cuerpo de Tanques SS compuesto por las divisiones blindadas "Leibstandarte Adolfo Hitler", "Das Reich" y "Totenkopf", ardía en deseos de venganza por lo de Stalingrado y trataba de avalanzarse sobre los soviéticos que habían ocupado la gran ciudad industrial de Karkov. Las tres divisiones selectas tuvieron que ser frenadas para ahorrar bajas y luego se combinó su ataque con el 4o. ejército de Hoth. Los soviéticos fueron nuevamente derrotados y perdieron Kar­kov el 14 de marzo. Con este golpe la iniciativa en todo el sector sur volvía a manos alemanas.

"Se le torció el cuello a la derrota —dice Von Manstein—, debido a las valerosas divisiones de infantería que supieron man­tenerse en todo momento con gallarda entereza frente a la inti­midante superioridad enemiga, y a que tuvieron el coraje sufi­ciente para cerrar nuevamente las filas detrás de las potentes filtraciones de tanques rojos hasta dejarlos aislados y hacer po­sible su aniquilamiento".

El sacrificio del 6o. ejército no había sido inútil; en sus 137 días dé lucha "(71 de ellos copado) aminoró la fuerza de la ofensiva soviética y dio tiempo a que se hicieran suturas en el destrozado sector sur del frente alemán, que volvió a estabilizarse.

Stalin se quejó entonces de que su ofensiva no había explotado su triunfo en Stalingrado (recuperando Ucrania, como era su plan), porque los angloamericanos no distraían más tropas alemanas en el occidente de Europa. Para ese entonces aproximadamente cuatro mi­llones de alemanes hacían frente a los ataques aéreos, terrestres o navales de los contingentes de Roosevelt y Churchill, o se encontraban de guarnición en puntos amenazados.

Los logros del Ejército Rojo se hallaban condicionados —como lo siguieron estando durante toda la guerra— al hecho de que no se le enfrentara íntegramente el Ejército Alemán. La dispersión de las fuer­zas germanas en diversos frentes era una condición imprescindible que reclamaban todos sus opositores. Y es que en rigor se trataba de un ejército invencible por cualquier otro ejército; para combatirlo se requerían combinaciones mundiales de ejércitos.


PEQUEÑO MARGEN DE LA DERROTA AL TRIUNFO


Todos los grandes guerreros han ha­blado de cuan poca distancia hay entre la derrota y la victoria. Con asombrosa frecuencia ocurre que entre ambas sólo existe un estrecho margen y que el triunfo se escapa de entre las manos sí no se cruzan los linderos de la evidencia lógica y sigue confiándose en el triunfo más allá de lo que la razón aconseja. Entre otras muchas, la batalla de Rívoli, en Italia, es un ejemplo. A las once de la mañana las tropas de Napoleón estaban casi deshechas.

Spengler precisaba: "El azar es la causa que permanece invisible detrás de Ia cortina; es lo que no ha sido demostrado. ¡Cuántas batallas perdidas o ganadas por ocurrencias ridículas!" "Yo he visto en momentos decisivos —escribió Napoleón— que una nonada ha decidido siempre los más grandes acontecimientos”.

En la pasada guerra hubo muchos momentos en que Alemania "y Rusia bordearon alternativamente la cima del triunfo y el abismo de la derrota. Contra las apariencias engañosas del momento, ambas es­tuvieron varias veces a punto de vencer o perecer. Un cuidadoso exa­men disipa fa falsa creencia de que la ofensiva alemana en la URSS estaba irremisiblemente condenada al fracaso.

Esa impresión comenzó a formarse en el invierno de 1941, cuando Stalin echó mano de todas sus reservas movilizadas hasta entonces y sorprendió al frente alemán fuera de equilibrio. "Pero fijándose más a fondo —dice el historiador Liddell Hart—, se ve que fue por un " margen estrechamente desesperado como la resistencia rusa pu­do sobrevivir", pues la superioridad operativa del ejército ale­mán —añade— había destruido el grueso del ejército rojo en las ba­tallas de cerco del verano y del otoño, cuando hizo "la captura de prisioneros más grande de la historia".

En la crisis de finales dé otoño un hecho ajeno a la habilidad del ejército rojo lo libró del tiro de gracia: 63 divisiones alemanas (un, millón de hombres) se hallaban inmovilizadas muy lejos del frente germanosoviético, debido a Churchill y Roosevelt.

Semanas más tarde la contraofensiva invernal soviética —1941 — y los problemas logísticos derivados del invierno (I) estuvieron a punto de abrir un boquete de 600 kilómetros en las líneas alemanas y ocasio­nar una catastrófica retiraba abandonando armas y equipo entre la nieve. Fue entonces la voluntad de Hitler, con imponderables recursos psicológicos, lo que salvó al ejército alemán por estrecho margen.

(1) Las dificultades de abastecimiento eran incomparablemente mayo­res para el ejército alemán, lejos de sus bases, que para el ejército rojo.

Nuevamente en el otoño de 1942 la sombra del desastre cambió de sitio y volvió a cernirse sobre la URSS. En golpes tajantes le fueron arrebatados 35,000 kilómetros cuadrados más de territorio vital y uri millón de prisioneros. Sus bajas ascendían al total inverosímil de diez millones de hombres en muertos, prisioneros y heridos irrecuperables. Perdidas sus ricas cuencas del Donetz y del Don e interceptados sus oleoductos, el corazón industrial de Rusia se cimbró con el estrangulamiento de Stalingrado. Ya entonces las fuerzas alemanas sustraídas al frente ruso ascendían a 80 divisiones (1.200,000 hombres) y en ese crítico momento el Kremlin recibió mayor ayuda de las potencias occi­dentales; la recibió no sólo en tanques, aviones, cañones, proyectiles y comestibles, sino también en forma de bombardeos terroristas sobre Alemania y en el desembarque angloamericano en Noráfrica, que obli­gó a Hitler a retirar más aviones y tropas de Rusia y a enviar sus re­servas al Mediterráneo muy lejos del frente soviético. Entonces fue cuando la victoria alemana en las ruinas de Stalingrado se escapó de las manos y la suerte de la guerra dio otra media vuelta.

El año siguiente —1943— fue para Alemania más duro que los ante­riores, pero aún existían posibilidades de victoria en el Oriente. El pri­mero de enero Hitler reiteró sus esfuerzos para demostrar que la con­tienda de Occidente era insensata: "Jamás hemos hecho nada contra Francia, Inglaterra ni Estados Unidos. No hemos pedido nada a esos países que pudiese dar lugar a la guerra.
Cada una de nues­tras proposiciones de paz ha sido brutalmente rechazada". Durante ese año la situación del frente germanosoviético tuvo un cambio visiblemente favorable para la URSS, o sea la recuperación de un tercio del territorio perdido, pero junto a ese hecho alentador para el bolchevismo existió también una terrible sangría de sus masas com­batientes. Con frecuencia se cambiaron cientos de millares de vidas por unos cuantos kilómetros de tierra devastada. Y por tercera vez los golpes afortunados del ejército rojo en 1943 no se debían exclusivamente a su habilidad, pues las potencias occidentales hicieron que Alemania distrajera en otros muchos frentes 3.150,000 hombres (I) y 3,300 aviones.

(1) 110 divisiones alemanas (1.650,000 combatientes) se hallaban fue­ra del frente ruso: 22 en los Balcanes, 22 en Italia, 38 en Francia, 11 en Noruega, 5 en Dinamarca y 12 como reserva central. Además, el frente antiaéreo absorbía millón y medio de hombres.

Atendiendo a sus propios arbitrios, la URSS seguía en mortal peli­gro frente al ejército alemán y se hallaba tan terriblemente herida que pese a sus grandes recursos no era capaz de .salvarse por sí sola. Por eso ni la invasión aliada de Noráfrica ni la caída de Italia hicieron amainar sus angustiosas demandas para que Roosevelt y Churchill abrieran el implorado "segundo frente" en la Europa Occidental.

La terrible situación de la URSS y los progresos decisivos de los inventores alemanes que trabajaban en las armas secretas son la ex­plicación de que todavía el IO de mayo de 1943 Hitler mostrara ab­soluta confianza en el triunfo. El coronel Rudel refiere así la entrevista que tuvo con él en esa fecha: "Está lleno de nuevas ideas y planes, irradiando una seguridad y una confianza únicas en el Destino.

Subraya varias veces que el bolchevismo debe ser vencido por nosotros, pues de lo contrario sumirá a todo el mundo en el caos... Tanto más si tenemos en cuenta que los aliados occidenta­les no han notado aún la política fatal que están siguiendo y la catástrofe que amenaza desencadenarse para el resto del mundo. Durante 1943 la vital producción de acero se redujo en la URSS a la mitad, o sea a 9 millones de toneladas 'al año. La de petróleo era de 31 millones de toneladas y bajó a 17 millones. El bolchevismo había perdido también dos tercios de su producción de hulla, las tres cuartas partes de sus minerales de hierro y manganeso; 62 altos hornos y 213 hornos eléctricos; 175,000 plantas laminadoras; más de millón y me­dio de kilómetros cuadrados de territorio, poblado por más de 70 mi­llones de habitantes.
La economía soviética se hallaba profundamente herida y cada vez dependía más de la ayuda de Roosevelt y Churchill. Por su parte, Alemania resentía la terrible carga de una lucha contra todas las potencias mundiales. En 1943 hubo una movilización alemana más drástica. El ministro de producción Alberto Speer, que había to­mado posesión en 1942, descubrió que el potencial bélico de Alemania no era utilizado a toda su capacidad, pese a que ya llevaba tres años en guerra. Algo verdaderamente inconcebible. (1) 110 divisiones alemanas (1.650,000 combatientes) se hallaban fue­ra del frente ruso: 22 en los Balcanes, 22 en Italia, 38 en Francia, 11 en Noruega, 5 en Dinamarca y 12 como reserva central. Además, el frente antiaéreo absorbía millón y medio de hombres.

(1) Se ha demostrado plenamente que Alemania no hizo una moviliza­ción total de sus recursos al principiar la guerra, en 1939. Se creyó que ésta sería corta, y no fue sino hasta 1942 (al hacerse cargo Speer del Minis­terio de Producción de Armamento) cuando se desplegó todo el potencial industrial.

Speer logró una al­za vertiginosa en la producción de armas, si bien la alimentación des­cendió de 3,000 calorías que se consumían antes de la guerra, a 1,980 durante 1943. La producción bélica tuvo el siguiente aumento:
1942 1943
Tanques 9.330 12.700
Piezas de artilleria 11.800 17.800
Aviones de combate 14.800 17.800
Municiones (Tons) 1,270.000 1,650.000


SANGRE A RAUDALES EN EL FRENTE ORIENTAL

Después del desastre alemán en Stalingrado y del descalabro bol­chevique en Karkov, toda la prima­vera de 1943 transcurrió en relativa calma en el frente germanosovié­tico. Entretanto, Alemania hizo esfuerzos frenéticos por restaurar sus 190 divisiones que operaban ya en la URSS, y ésta puso en pie nuevas divisiones hasta completar 378, inclusive 51 blindadas. Además, dis­poniendo del armamento que le enviaban Roosevelt y Churchill, el Kremlin movilizó brigadas y regimientos especiales con cuyos efecti­vos el Ejército Rojo completaba contingentes que equivalían a 543 divisiones.

El régimen comunista de la URSS estaba recibiendo de Roosevelt 451,000 vehículos; 17,000 aviones; 12,000 tanques y carros blindados; 8,000 cañones; 105 submarinos; 15 millones de pares de botas; 340,000 toneladas de explosivos; 50,000 toneladas de cuero; 4.7 millones de toneladas de víveres; 3.7 millones de llantas; 2.8 millones de toneladas de acero; 2.6 millones de toneladas de combustible y otros valiosos auxilios que le permitían a la URSS mantenerse en pie.

El general Kurt Zeitzler, jefe del Estado Mayor general alemán, trazó un plan para copar los grupos de ejércitos soviéticos de Vatutin y Konew, aprovechando un saliente del frente ruso entre las plazas de Orel y Belgorod, en el área de Kursk.

Hitler llamó nuevamente al servicio al general Guderian, que ya se había restablecido, y le pidió su opinión sobre dicho plan. Guderian manifestó que no lo creía viable. "Tiene usted toda la razón, dijo Hi­tler. Se me revuelve el estómago 'cada vez que pienso en ese ataque". El general Jodl, ¡efe del Estado Mayor del Alto Mando, y el mariscal Von Kleist, eran de la misma opinión.

Inicialmente esa operación (llamada "Ciudadela") se había proyec­tado para mediados de mayo. El mariscal Von Manstein insistía en que no se diera a los soviéticos tiempo de reponerse. En cambio, el general Model decía que éstos tenían trincheras muy profundas y un nuevo cañón antitanque, por lo cual pedía que la operación se pospusiera a fin de prepararla mejor.

Von Manstein dice que Model gozaba de gran confianza de Hitler por su energía extremada y por su resistencia tenaz. Tenía gran capa­cidad de trabajo, una energía extraordinaria, si bien un poco despiadada a veces. Era a todas luces un optimista por temperamento para quien la palabra dificultad carecía de significación. El hecho de que fue­ra precisamente Model quien recomendara prudencia, influyó para que Hitler aplazara la operación.

Hitler dio además la justificación de que a mediados de mayo se disponía de 686 tanques y 60 cañones para la operación "Ciudade­la", y que para julio habría 1,081 tanques y 376 cañones. Para entonces podría incluso disponerse de algunos tanques del nuevo modelo "Pan­tera" y "Tigre" con una coraza de 10 y 15 centímetros en la parte frontal, o sea el doble de los anteriores. El poder de penetración de sus disparos había aumentado casi al cuádruple.

El general Guderian refiere que Hitler se hallaba entonces muy inte­resado en perfeccionar el blindaje, en cuya materia "demostraba gran conocimiento" y que seguía repudiando la ofensiva "Ciudadela"; por lo cual no se explica cómo fue que poco después dio su consentimiento para que se lanzara el 5 de julio. Al parecer, lo hizo bajo la presión de Zeitzler, Jefe del Estado Mayor General, de Von Manstein y de otros generales.

Von Manstein tenía muchas esperanzas en esta operación y pedía insistentemente que se le dedicaran todas las reservas alemanas. Veía con malos ojos que precisamente en esos días Hitler estuviera enviando refuerzos a Grecia, a Creta, a Cerdeña, a Sicilia y a Italia, en previsión de ataques angloamericanos por el Mediterráneo.

En tales circunstancias la ofensiva empezó el 5 de julio* con una enor­me batalla de tanques en la que participaron 17 divisiones blindadas alemanas y 19 de infantería. La ambiciosa meta era cercar en el afea de Kurslc más de 90 divisiones soviéticas. Para el efecto, el 9o. ejército blindado alemán, del general Model, atacaba al norte de Kursk, y bas­tante al sur embestía el 4o. ejército blindado del general Hoth. Sí am­bos lograban hender el frente ruso y enlazarse, la operación se habría consumado. Al poniente, nueve mermadas divisiones del 2o. ejército alemán trataban de fijar sobre el terreno a los soviéticos para facilitar su envolvimiento por los flancos.

En dos días de batalla Model penetró 14 kilómetros en el denso sis­tema defensivo. En la otra tenaza, el ejército de Hoth perforó el frente, aniquiló a dos oleadas de tanques rusos y atrajo las reservas operativas del enemigo, que a su vez contestó con un poderoso ataque hacia el poniente y creó una difícil situación en el debilitado 2o. ejército. Mo-del tuvo que acudir en auxilio de éste y suspender su avance encamina­do a consumar el cerco.

En esos críticos momentos (10 de julio) tropas brit6nicas y norteame­ricanas desembarcaron en la isla italiana de Sicilia, y Hitler habló de la conveniencia de desistir de "Ciudadela" para enviar tropas a evitar que Italia se desmoronara. Siete días después un cuerpo de tanques fue retirado de la operación y enviado al frente italiano. La ofensiva quedó truncada antes de agotar todas las posibilidades y Hitler ordeno asu­mir la defensiva en Rusia. Así pudo reunir algunas fuerzas para au­xiliar a Mussolini.

"Ciudadela" duró 14 días, durante los cuales los alemanes padecie­ron más de 40,000 bajas. Los soviéticos habían perdido 34,000 prisio­neros, 17,000 muertos, 34,000 heridos, 4,827 tanques, 2,201 cañones, 1,080 morteros y 2,344 aviones. Sin embargo, el mando ruso y el debi­litamiento alemán por enviar refuerzos a Italia habían impedido el en­volvimiento de los ejércitos soviéticos de Kurslc.

Guderian le aconsejaba a Hitler que las nuevas reservas alemanas no se gastaran precipitadamente. "Use troncos, no astillas", le decía, con lo cual el Fuehrer estaba de acuerdo, pero a la hora de la emergencia en diversos frentes echaba mano de cuanto había. Von Manstein censuraba mucho este sistema y alegaba que en vez de quererlo conservar todo era indispensable ceder en algunas partes y concentrar las ener­gías contra la URSS.

En esos días se formaron también las primeras unidades de aviones destructores de tanques; el Ju-87 (Stuka) fue acondicionado a fin de 1 que lanzara proyectiles de volframio capaces de perforar los más grue­sos blindajes y estallar en el cuerpo del tanque. Los rusos pusieron entonces en juego cartuchos fumíguenos para simular incendios y des­pistar a los atacantes, pero éstos no tardaron en descubrir el truco y en aprender a distinguir los incendios verdaderos de los simulados, guiándose por el color de las llamas.

Poco después de frustrada la operación "Ciudadela", el mando so­viético lanzó una serie de ofensivas en el sector sur del frente para recuperar Ucrania, productora de trigo y de metales. La proporción de fuerzas rusas y alemanas era de 7 a I. "Nos hallábamos ante una hidra capaz de sacar dos cabezas por cada una que le cercenábamos", dice el mariscal Von Manstein, Jefe del Grupo de Ejércitos del sector sur, compuesto por los siguientes ejércitos: 4o. del general Hoth; 8o. del general Woeshler; lo de Von Maclcensen y el 6o. de nueva for­mación, del general Hollidt.

Estos 4 ejércitos, con un total de 38 divisiones de infantería y 14 blindadas, incompletas, hacían frente a 174 divisiones soviéticas a lo largo de 600 kilómetros. Los 4 ejércitos alemanes se defendían como tigres acosados y sus unidades móviles eran llevadas de un sitio, a otro en golpes de sorpresa y causaban muchos dolores de cabeza a los soviéticos, más numerosos, pero menos diestros en la guerra de mo­vimientos.

A fines de julio el nuevo 6o. ejército se vio- peligrosamente atena­ceado y logró salvarse mediante un contraataque de sorpresa en el que capturó 18,000 prisioneros, 700 tanques, 200 cañones y 400 piezas antitanque. En cambio, los ejércitos lo. y 4o., de Von Mackensen y de Hoth, no salieron tan bien librados: tuvieron que evacuar la cuen­ca del Donetz y perdieron numerosos tanques que tenían en repara­ción. Para el 23 de agosto, el 4o. ejército alemán de Hoth tenía ante sí tres ejércitos rusos, reforzados con uno de reserva. Y al 8o. ejército de Woeshler lo acosaban 6 ejércitos incluso uno blindado.

El 27 de agosto Hitler fue al cuartel general de Von Manstein, en Winniza (Rusia) y se le informó de los esfuerzos sobrehumanos reali­zados por la tropa. De 133,000 bajas sufridas en el sector sur, sólo se habían cubierto 33..000. Se le pidieron refuerzos apremiantemente y Hitler ofreció retirar algunas divisiones de los sectores norte y cen­tro, pero en esos días embistieron también ahí los bolcheviques, y ya no fue posible restarles tropas.


Muchas penetraciones soviéticas eran canalizadas hacia "embudos" de tanques alemanes que luego embestían y las aniquilaban. Toda clase de estratagemas se ponían en juego para compensar la infe­rioridad numérica. A regañadientes, Hitler accedió a que el sector sur hiciera un repliegue hacia atrás del río Dniéper.

Esta maniobra resultaba altamente difícil porque era necesario re­tirar los abastecimientos para tres meses de 52 divisiones, a la vez que hacer pasar a esas 52 divisiones a través de 5 puentes sobre el Dnié­per. La maniobra se complicó porque hubo que retirar a todos los ru­sos civiles en edad militar y porque miles de familias rusas se retiraron también, temerosas de represalias bolcheviques. Moscú había ordena­do que toda la población hiciera guerra de guerrillas y a los que no cumplían esa orden los consideraba desertores.

Para este gran repliegue se necesitaron 2,500 trenes. Tan sólo el número de heridos de los cuatros ejércitos alemanes ascendía a 200,000. En la vasta retirada el frente alemán se fraccionó al contraerse sobre los 5 puentes disponibles, y los soviéticos tuvieron la oportunidad de embestir a través de los amplios espacios desguarnecidos y causar un desastre, pero no vieron esta posibilidad y el frente volvió a res­taurarse en la ribera occidental del Dniéper.

A continuación el primer ejército blindado de Von Mackensen se vio acosado por fuerzas rusas que trataban de coparlo, pero logró sacudírselas destrozando 8 divisiones soviéticas de infantería y dos de tanques. Causó 10,000 muertos y capturó 5,000 prisioneros, 350 tanques y 350 cañones. En esos días el general Von Mackensen fue lle­vado al frente de Italia y lo substituyó el general Hube.

Para el 20 de noviembre ya los soviéticos habían recibido otras 44 divisiones de refresco —aunque no completas— y proseguían su ofen­siva con nuevos bríos. Al 4o. ejército alemán lo acosaban 3 ejércitos; al lo. lo atacaban dos; al 8o. lo embestían 7, y al 6o. tres. Apenas salía la infantería de un combate y empezaba el siguiente. Los tanques eran prestados de un cuerpo a otro y corrían a los sitios más compro­metidos para cerrar brechas. Esa constante movilidad de los cuerpos blindados y su eficaz acoplamiento conjuró muchas veces el desasare de que se desplomara todo el frente sur.

Varios generales insistían ante Hitler para que se hiciera un replie­gue más grande, pero él seguía con la esperanza de que el enemigo acabaría al fin por agotarse. "Y para las consideraciones que le ha­cíamos de la conveniencia de reducir el frente —dice Von Manstein— tampoco le faltaba nunca su socorrida objeción de que si nosotros ahorrábamos con ello fuerzas, fuerzas ahornaría igual­mente el enemigo".

Por esa época el ejército alemán perfeccionó el "ataque desorganizador", o sea golpes locales para trastornar y frustrar los planes soviéticos o cuando menos para causar grandes pérdidas mediante un costo reducido. Esas relampagueantes incursiones contra fuerzas su­periores en número quedaron como ejemplo de destreza militar y así figuran en el folleto 20-233 del Ejército Norteamericano. Una opera­ción típica de ese género la realizaron tres divisiones blindadas alemanas, o sea la primera SS, la 7a. y la primera panzer. Durante el día se movieron hacia occidente, para engañar a los rusos, y por la noche viraron hacia el noroeste y descargaron un golpe de sorpresa sobre el flanco del 60 ejército soviético, al que destrozaron en parte. Pene­traron 72 kilómetros, causaron pérdidas paralizantes a otro ejército y capturaron 200 tanques y 800 cañones.

Durante el segundo semestre de 1943 los cuatro ejércitos alemanes del sector sur del frente ocasionaron a los rusos 1.080,000 bajas, apro­ximadamente, al costo de 405,409 bajas de alemanes.

16 MILLONES DE BAJAS EN LA URSS HASTA 1943

El marxismo hizo esfuerzos gigantescos durante todo el año y sin aho­rrar sangre se empeñaba en forzar el fin de la guerra durante 1943. El total de sus pérdidas hasta no­viembre iba a ascender a 16 millones, entre muertos, prisioneros y he­ridos. La población se resintió de esta sangría sin precedente y au­mentó la desmoralización. Por eso Moscú presionó sin cesar a Roosevelt y a Churchill para que aparte del nuevo frente en Italia abrieran otro más contra Alemania invadiendo Francia.


Para apuntalar la moral de sus tropas Stalin recurrió a los viejos lemas nacionalistas que el bolchevismo había descartado; prometió la liquidación de los koljoses (control comunista de los campesinos); habló de la consolidación de la familia, tachada antes de "burguesa", y hasta hizo un llamamiento á la iglesia (I) como si deseara una re­conciliación. Y es que ya para entonces comenzaba a inquietar al Kremlin la libertad religiosa restablecida por el ejército alemán en la parte ocupada de Rusia, poblada por más de sesenta millones de seres. Para no debilitar más su control sobre el pueblo, el bolchevismo usó la falsa promesa de que también él daría libertad a los creyen­tes. (2) Entre los rusos no comunistas se dejó correr la ilusoria fórmula de que "primero demos cuenta del enemigo de afuera y luego nos entenderemos con el de adentro".




(1) Se trata de la "Iglesia Ortodoxa Rusa".


(2) "Como en todas las regiones —refiere el coronel aviador Rudel— no pasan muchos días y los rusos se nos acercan para preguntar tímidamente si les permitimos que vuelvan a colocar sus crucifijos y sus imágenes de vír­genes puesto que hasta la fecha los han conservado celosamente ocultos, debido a que un hijo, o una hija, o el comisario mismo, no los aprobaba. Pero como nosotros no tenemos por qué prohibirlos, nos van teniendo más confianza... Apenas lo creen, mirándonos con ojos incrédulos. Son como niños que escuchan un cuento de hadas"...

Por lo que se refiere al sector central, los bolcheviques lanzaron en agostó una ofensiva de cien divisiones de refresco contra las 40 divisiones del grupo de ejércitos del mariscal Busch. El general Heinrice, comandante del 4o. ejército alemán de infantería, dice que gran parte de la infantería enemiga tenía muy deficiente instrucción; pero los comisarios políticos iban inmediatamente detrás para hacerla que se empeñara en batalla, sin considerar las crecidas bajas:

"A consecuencia de las enormes bajas —dice el capitán Dimitri Constantinov, del ejército rojo— las mujeres fueron inva­diendo otras esferas de acción con una amplitud cada vez mayor. No eran ya voluntarias, sino convocadas a filas".

También se las utilizó en la artillería antiaérea y para complementar tripulaciones de tanques.

Entre los nuevos hombres movilizados de todos los confines de la URSS, desde Europa hasta Asia, había numerosos grupos cuya moral no era ya satisfactoria. Muchos ignoraban incluso por qué se com­batía, a tal grado que las "autoheridas" se pusieron de moda para eludir el servicio militar. La NKVD (policía secreta comunista) creó una sección especial dé peritos contra ese recurso de los desertores, quienes para burlarlos refinaron luego sus procedimientos. A veces se vendaban con trapos mojados una pierna o un brazo y se daban un tiro, o pisaban minas personales, con objeto de evitar huellas de pólvora y aparentar que se trataba efectivamente de una desgracia.

Fue una lucha desesperada, dice el capitán Constantinov, entre los que pretendían eludir el servicio y los que se empeñaban en lanzar a todo habitante a la batalla.

El propio capitán refiere cómo vio ejecutar a un soldado de Usbekistán que en el frente meridional de Rusia se había dado un tiro a propósito para ser retirado de la lucha:

"Le ordenaron —dice— que hiciera alto ¡unto a una fosa abierta en el lindero del bos­que; el hombre sonreía como si se sintiera perplejo ante todo " aquel aparato y evidentemente no se daba cuenta de lo que le esperaba, como si se resistiera a tomar en serio el espectáculo. El tribunal militar dio lectura a la sentencia. Dos soldados se acercaron al reo, despojándolo del capote y ordenándole que se quitara las botas; el infeliz pareció nacerse cargo de pronto de que aquello ya pasaba de ser broma; intensamente pálido fijaba en sus camaradas sus ojos desmesuradamente abiertos de espanto. Acto seguido fue colocado al borde de la fosa, de es­paldas a la formación. Se oyó una voz de mando; se adelantaron cuatro tiradores con el fusil preparado y a una señal, sonó una descarga. Lentamente, como sí fuera a sentarse, desplomóse el reo. No habían hecho más que herirlo. Adelantóse entonces el representante de la NKVD y extrayendo su pistola, disparó Ves­tiros en la cabeza del caído que tras breve convulsión, quedó inmóvil.

El mismo testigo afirma que el recurso principal de los ataques so­viéticos en 1943 fue la "carné de cañón" que el Mando Ruso prodigó con inflexible determinación. “Arrojó a la matanza —dice— verda­deros aludes de hombres... En ello reside la clave de uno de los enigmas de la segunda guerra mundial; por consiguiente, está de más perderse en disquisiciones más o menos autorizadas sobre la táctica y la estrategia del ejército rojo".

Los testimonios de diversos comandantes alemanes coinciden con el anterior. Uno típico es el del general Heinrice, que sostuvo las ba­tallas defensivas de Ocha y Rogachev, en el sector central, y dice lo siguiente: "Las tropas rusas se veían forzadas al avance ante la compulsión de los oficiales y comisarios que marchaban a la re­taguardia listos para disparar sus pistolas sobre cualquiera que se rehusara al avance. En un sector defendido por tres y media divisiones alemanas, en Orcha, embistieron 22 divisiones rusas, luego 30, y en los siguientes tres ataques, 36... Considero —dijo Heinrice al historiador Liddell Hart— que sus conclusiones de que el atacante necesita de tres a uno, se encuentran por debajo de la realidad... hubo ocasiones en que mis tropas tuvieron que pelear con números de I a 12 y aun de I a 18". Heinrice reti­raba sus soldados de la primera línea en el momento del máximo es­fuerzo enemigo y luego los lanzaba en contraataques cuando aquél había perdido ímpetu. Estas maniobras eran posibles solamente de­bido a las grandes pérdidas de personal especializado que había pade­cido el ejército rojo y a las cualidades técnicas y combativas delejército alemán.
Al utilizar en estas carnicerías contingentes de los pueblos asiáticos qué años antes había sojuzgado, el bolchevismo estaba realizando algo semejante a lo que Gengis Kan hacía, 750 años atrás, cuando a chi­cotazos obligaba á los prisioneros a que marcharan adelante como Éarapetos ambulantes de las tropas mogólicas. Al noroeste de Moscú los rusos llegaron a utilizar perros con minas, amaestrados para refu­giarse bajo los tanques y dotados de una varilla que al hacer contacto con el metal producía la explosión. Esto dio por resultado que los alemanes mataran a todos los perros en esa zona.

Entre los muchos generales rusos capturados por los alemanes, fi­guraba el general Wlassov, famoso porque había participado en la revolución bolchevique de 1917. Al igual que otros rusos prominentes desde 1941 había pedido que se le permitiera actuar en la lucha con­tra el comunismo, pero Hitler era renuente a esta clase de cooperación por parte de gente que había militado en las filas enemigas.

Pocas personas, en el mando alemán, pensaban que era conve­niente aceptar la ayuda del pueblo ruso contra el bolchevismo. Hitler menospreciaba este factor alegando que sólo el poderío militar deci­diría la lucha. En 1943 el diplomático Peter Kleist le insistió sobre el punto y Hitler repuso: "No puedo volver atrás ahora. Todo cambio en mi actitud y teniendo en cuenta la situación militar, sería in­terpretado; corrió una debilidad y provocaría él consiguiente esta­do de intranquilidad. En medio de la corriente no se cambian los caballos. Cuando la situación militar se vuelva a estabilizar, será posible hablar de nuevo sobre la adopción de otros métodos".

Sin embargo, comenzó a dárseles a los prisioneros rusos cierta li­bertad para que se agruparan y actuaran políticamente. El general Wlassov lanzó en marzo de 1943 una "carta abierta" explicando por, qué y cómo había evolucionado su criterio acerca del marxismo. Re­fería haber visto eliminar a "millones de rusos, detenidos sin ninguna clase de investigación jurídica... Vi cómo se pisoteaba todo lo auténticamente ruso, cómo individuos ajenos a nuestro modo de sentir, ocupaban los cargos dirigentes en el país y en el Ejército Rojo, individuos que en modo alguno comprendían ni se intere­saban por las necesidades del pueblo ruso".

Después, decía, ha­bía estallado la guerra y combatió en el sector central y luego en la gran batalla de Kiev. "Innumerables veces —añadía— se me planteaba la cuestión. ¿Defiendo en realidad a la patria, man­do a esos miles de hombres a la muerte para defender a la patria? ¿No se vierte acaso la sangre del pueblo ruso por el bolche­vismo que se oculta tras el sagrado nombre de la patria?"

Pocos días después, en el mes de abril, seis generales y cinco profesores rusos lanzaban un manifiesto para sus compatriotas prisione­ros que decía: "El bolchevismo ha traído la miseria y la desgracia.

No sólo al pueblo ruso, sino a otros muchos pueblos de nuestra patria. Los trabajos forzados en la ciudad, las condiciones de esclavitud que reinan en los pueblos colectivizados, una existencia bajo el látigo de los judíos que se han infiltrado en el poder, tormentos y sufrimientos en los calabozos y en los campos de concentración, y, sobre todo, la falta de justicia, han sido coronados para el pueblo ruso por la última y la peor desgracia de todas: una guerra al servicio de intereses que nos son ajenos".
Cientos de miles de antiguos miembros del Ejército Rojo se ofre­cieron a luchar al lado de los alemanes, pero Hitler seguía receloso y no quiso que se formara un ejército con ellos. Sin embargo, trescientos mil rusos fueron aceptados ese año en los servicios de las fuerzas armadas del Reich.
A fines de 1943, jóvenes rusos de 14 o 18 años, dé la zona ocupada, fueron llevados a Alemania para instrucción. Se les dio igual alojamiento y comida que a los jóvenes alemanes y fue tal su sorpresa al conocer un nivel de vida más alto y decoroso, que se despertó en ellos una espontánea repugnancia al bolchevismo. Todo esto fue un síntoma de lo mucho que se hubiera podido lograr por ese camino, en caso de que Hitler no hubiera juzgado que el bolchevismo israe­lita y el pueblo ruso eran una mezcla imposible de separar.

Durante todo 1943 se libraron en el frente soviético costosas batallas en hombres y materiales. El 35% del ejército alemán y el 70% de la Luftwaffe no operaban en Rusia, sino en los frentes abiertos o amenazados por las potencias occidentales. Sin embargo, las pérdidas de! ejército rojo eran ya tan grandes que no podía salvarse por si solo y Stalin redobló sus gestiones a, fin de que Roosevelt y Churchill desembarcaran fuerzas en Francia.

El 12 de noviembre de ese año el Ministro Soebbels anotó en su diario: "Por una fuente muy confidencial supe que Stalin expuso el argumento (en la conferencia de Moscú) de que había perdido va 16 millones de hombres, y que no podía continuar la guerra si no se creaba un segundo frente".

Nunca los jefes nazis, y seguramente ningún estadista del mundo occidental, llegaron a pensar que un régimen pudiera exprimir a tal grado los recursos de un pueblo. Y seguramente ningún pueblo, sin oí resignado fatalismo del Oriente, habría resistido una sangría semejante, fuera de todo cálculo militar. En el mismo Diario de Goebbels parece otra anotación que dice: "Repetidas veces preguntó Goering con acento de desesperación de dónde sacaba todavía soldados y armas el bolchevismo". Liddell Hart cree que el desmesurado sacrificio de hombres sólo fue posible debido al primitivismo de los pue­blos soviéticos.

En algunos sitios las defensas alemanas tenían de 60 a 80 kilóme­tros de profundidad .y sobre ellas fluían masas rusas que iban recu­perando terreno, pero a un costo terrible.

En el sector central, donde la ofensiva soviética golpeó duramente en 1943, el Grupo de Ejércitos alemanes del mariscal Busch (2o., 46. y 9o., y 3o. blindado) padecieron también muy grandes bajas, apro­ximadamente 300,000 hombres. Sin embargo, sus pérdidas aún se mantenían dentro de los precedentes de la primera guerra mundial, al contrario de las bajas soviéticas que rebasaban todo lo conocido hasta entonces. Según documentos encontrados después del desplome del Reich, el 31 de agosto de 1943 las bajas del ejército alemán en Rusia ascendían a 548,480 muertos; 1.998,991 heridos y 354,967 dispersos o prisioneros. Total: 2.902,438. .

El doctor Henry Piciker, ex funcionario alemán, refiere que Hitler dijo un día en el Cuartel General: "A medida que más sabemos acerca j; de lo que está ocurriendo en realidad en Rusia, más nos felicitamos de haber iniciado esta guerra a tiempo. Pues en los pró­ximos diez años los rusos hubieran organizado tantos centros in­dustriales atrás de los Urales, que habrían tenido un potencial bélico casi, inimaginable, en tanto que el resto de Europa era debilitado, hasta el grado de quedar absolutamente indefenso... ante el plan soviético de dominación mundial".

El ejército rojo, reanudó su ofensiva al aproximarse el invierno y siguió pagando un alto precio desangre por cada metro de territorio recuperado. Un índice de la fiereza de esa lucha se encuentra, en las bajas alemanas, que del II al 20 de octubre ascendieron a 9,279 muertos; 39,540 heridos y 5,225 desaparecidos. El Mando Alemán hizo entonces esfuerzos desesperados para cubrir esas bajas y seguir sosteniendo todos los frentes mientras las nuevas armas imponían un cambio en el curso de la guerra. Hitler habló de esto en noviembre" al otorgar una condecoración al piloto Rudel, quien da la siguiente versión: "Habla de las reservas y de que los inventores alemanes si­guen trabajando afanosamente, ocupándose de los proyectos más grandiosos y el Fuehrer cree que con la concentración de toda la energía y de toda la mejor buena voluntad del pueblo alemán, será posible parar la invasión bolchevique,.destruirla definitiva­mente y librar así al mundo entero de su peor enfermedad: el comunismo... Hitler hace la impresión de hombre sano ocupado con grandes ideas, mientras la energía le brilla en los ojos, mi­rando confiadamente hacia el futuro".

Y mientras se seguía manteniendo más o menos coordinado el frente de Rusia, la oposición de numerosos generales tomaba ocultos cau­ces de conspiración y esto iba a agravar la situación de Alemania.

El general Olbricht, el general Oster y varios allegados suyos en el sector central del frente ruso, como el general Von Treskow, planea­ron el asesinato de Hitler y pusieron una bomba en el avión, de éste, pero no estalló. Para favorecer futuros planes, el general Olbricht logró que su cómplice, el general Stauffenberg, fuera nombrado jefe del Estado Mayor del Departamento General del Ejército. El doc­tor Stroling, alcalde de Stuttgart, buscaba la amistad de la esposa de Rommeí, para influir en éste; el general Stuelpnagel, comandante en París, y el general Speidel, ayudante de Rommel, creían posible una paz por separado con Inglaterra. Y el colmo era que a todos ellos los protegía el Servicio Secreto Alemán, a cargo del Almirante Ca-naris, quien hacía preparativos para controlar el ejército del interior, con vistas a un futuro golpe de Estado.

Aunque Hitler presentía algo, ignoraba que hubiera propiamente una conspiración: El 9 de marzo de ese año de 1943 Goebbels anotó en su Diario: "La opinión del Caudillo acerca de los generales fue desfavorable... Su preparación ha sido errónea... Es devasta­dor el juicio que el Caudillo hace de los generales".

Los generales se habían equivocado muchas veces contradiciendo a Hitler; cuando la anexión de Austria, cuando la campaña de Polo­nia que no creían viable en tres semanas, cuando las operaciones aerotransportadas de Holanda, cuando la campaña de Francia y cuando juzgaban imposible afrontar el invierno de ¡941 en Rusia. Fue fatal para Alemania que esas reiteradas equivocaciones hicieran que Hitler perdiera la fe en sus generales, pues luego ya no les creyó ni los cálcu­los en que sí estaban atinados. Y ellos, por su parte, se amargaron más, y un cisma insalvable perturbó al Alto Mando.

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