miércoles, 31 de marzo de 2010

Capítulo X 1ª Parte.

El Fin de Hitler

(1945)
Dos Peligros que Conocía de Nombre.
Hasta la Última Gota de Sangre.
Hitler en su Última Batalla.
Incondicionalmente Hasta la Muerte.
Occidente Dinamita el Valladar Antibolchevique.
Desmantelamiento de Alemania.
Trato "Humanitario" a los Prisioneros.
Resurrección en Masa de Judíos.


DOS PELIGROS QUE
CONOCÍA DE NOMBRE

A los 13 años de edad Adolfo Hitler perdió a su padre; dos años después, al morir su madre, hizo, una maleta con su ropa y salió de su pueblo natal de Braunau, rumbo a Viena. "Llevaba —dice él mismo— una voluntad inquebrantable en el co¬razón, yo quería llegar a ser algo. Quería ser arquitecto". Mas esa mano invisible llamada Sino le impidió seguir esta carrera depa¬rándole cinco años de miseria. Luego el cataclismo de la primera gue¬rra acabó de rectificarle su camino. "Lo que entonces me pareciera una rudeza del destino —dijo más tarde—, lo considero hoy una sabiduría de la Providencia. En brazos de la diosa miseria y ame¬nazado más de una vez de verme obligado a claudicar, creció mi voluntad para resistir, hasta que triunfó esa voluntad. Debo a aquellos tiempos mi dura resistencia y también toda mi for¬taleza. Pero más que a todo eso, doy todavía más valor al hecho de que aquellos años me sacaron de la vacuidad de una vida cómoda para arrojarme al mundo de la miseria y de la pobreza, donde debí conocer a aquellos por los cuales lucharía después. En aquella época abrí los ojos ante dos peligros que antes apenas si conocía de nombre, y que nunca pude pensar que llegasen a tener tan espeluznante trascendencia para la vida del pueblo alemán: el marxismo y el judaísmo".

Hitler se forjó a sí mismo en el esfuerzo y el ideal. De sus apti¬tudes de observador penetrante, de simplificador de problemas, de teorizante, de místico de su credo político y de conductor de hom¬bres fundió su propio carácter. Es raro que toda? esas facultades se den en un mismo ser. En él coincidieron y ese fue el origen de su personalidad. La voluntad —núcleo o esencia personal que hace de los hombres dueños de sí mismos y de las circunstancias— tuvo en Hitler una fuerza gigantesca que coordinó sus facultades y que lo man¬tuvo inalterable y firme a través de las victorias y de las derrotas.

Otto Dietrich dijo de él: "es esto que hoy en día es tan raro encontrar: es autenticidad". El propio Hitler observó en 1941: "Es raro que un político después de 21 años, después de su primera apa¬rición en público, pueda presentarse ante sus mismos partida¬rios para repetir el contenido del mismo programa. Es rara la coincidencia de que un hombre, después de 21 años, no se haya desviado de su programa original". Y ese programa era luchar contra el marxismo judío, cuya amenaza es hoy el más grave peligro que pende sobre la civilización occidental.

En lo particular, como /todo nacionalista, Hitler anhelaba la grandeza de su Patria. Y en lo general, realizar "para Europa lo que Pericles realizó para la pequeña Grecia. Daré al Continente —decía— un nuevo siglo de Pericles".

Durante su infancia no fue un alumno distinguido. Una vez su maestro de lenguaje le .dijo que nunca sería capaz de escribir ni una carta. En una ocasión se embriagó hasta perder el sentido, y fue tal su arre¬pentimiento que no volvió a hacerlo nunca.

Los médicos que atendieron a Hitler, ya adulto, lo diagnosticaron normal. Medía 1.74 de altura. En el último año de su vida y a raíz del atentado dinamitero padeció un temblor de la mano izquierda: "parálisis agitante nerviosa". Asimismo coincidieron los médicos en que Hitler era sanguíneo con síntomas de colérico, "pero se domi¬naba tan completamente que sobre todo ante los extranjeros daba la impresión de un hombre de temperamento equilibrado".

Quienes convivieron con él en su cuartel general afirmaron que no fumaba ni bebía. Poco exigente en su ropa y en su comida, sus costumbres personales eran sencillas, pero "le encantaban las cons¬trucciones lujosas".

Como representante del pueblo, su autoseguridad y arrogancia eran avasalladoras. Actuaba entonces desenvueltamente como dictador. Ernesto Hanfstaengl, enemigo de Hitler, dijo que éste vivía por las masas y de las masas y que "sacaba de ellas y de sus aplausos su embriaguez y su fuerza demoníaca..." En cambio, como individuo aislado, Hítler parecía tener de sí mismo una opinión bastante mo¬desta. En su círculo de confianza decía: "SÍ hago donación de un edificio a un pueblo o a una ciudad, no soy yo quien da, puesto que no soy más que un pobre diablo; es el pueblo alemán por entero quien paga.

"...Encuentro muy desagradable que un coche salpique de barro a las personas que están en fila a lo largo de la acera, par¬ticularmente cuando se trata de aldeanos que visten su traje de los domingos. Si mi coche adelanta a un ciclista, sólo permito al chofer que conserve su velocidad si el viento disipa inmedia¬tamente el polvo que levantamos.

"...No pienso que un hombre debe morirse de hambre por¬que ha sido adversario mío. Si fuera un adversario innoble, en¬tonces ¡que lo lleven al campo de concentración! Pero si no se trata de un prevaricador, que lo dejen en paz". ("Pláticas en el Cuartel General").

Joaquín von Ribbentrop, que durante toda la guerra fue Ministro de Relaciones Exteriores, poco antes de ser ahorcado en Nuremberg escribió acerca de Hitler: "En su forma de ser había algo indescrip¬tible que no permitía una aproximación de carácter privado... Su autoconfianza y la fuerza de su voluntad, aparejadas con su genial y clara forma de expresión, atraían a todos a "su camino. En discursos populares yo presencié cómo la multitud se emo¬cionaba al conjuro de su palabra... Adolfo Hitler era adorado por millones de alemanes, y sin embargo, se encontraba solo. Así como yo nunca llegué a aproximarme a su intimidad, estoy seguro que nadie lo hizo. Dictaminar sobre el carácter de una figura tan excepcional y genial como Adolfo Hitler es muy difí¬cil. No se puede medir con la medida normal que emplearíamos para los demás seres... En las grandes decisiones se conducía como si obrase arrastrado por la fuerza de un destino prefijado por el Todopoderoso".

El general Heinz Guderian, penúltimo ¡efe del Estado Mayor Ge¬neral, escribió acerca de Hitler: "Nacido de clase modesta, de es¬casa instrucción escolar y de educación casera, brusco en la ex¬presión y en los modales, era ante nosotros un hombre del pue¬blo que se sentía mejor que en ninguna otra parte en el círculo de sus paisanos íntimos... Una cabeza de talento sobresaliente unida a una memoria no corriente... Sorprendía cada vez más por la retención de lo leído o lo escuchado en las conferencias: Hace seis semanas me dijo usted algo completamente distinto, era una réplica temida y acostumbrada en él, pues controlaba las contradicciones en las aseveraciones que se le habían hecho como si tuviera en su mano la nota taquigráfica de cada conver¬sación. . .Tenía el don de revestir sus pensamientos con fórmulas claras y de remachar a sus oyentes con interminables repeticio¬nes. .. Poseía por naturaleza un extraordinario don de palabra... Ante los industriales hablaba de manera distinta a como lo hacía a los soldados; frente a los entusiastas camaradas del Partido, de otro modo que a los escépticos; a los gobernadores civiles en forma diferente a como lo hacía a los modestos funcionarios administrativos.

"La cualidad sobresaliente era su fuerza de voluntad... Fuer¬za tan sugestiva que para algunos hombres era casi hipnótica... "Hombres conscientes de su valor, valientes ante el enemigo, se doblegaban ante el efecto de sus discursos y quedaban calla¬dos ante sus conclusiones lógicas difícilmente rebatibles... Así nació en Hitler, con el creciente aumento del Poder y del éxito en el exterior, la megalomanía: ¡unto a la propia persona nada ni nadie podía valer más... Aun siendo así, si Hitler hubiera sido inaccesible a la censura y al juicio crítico, hubiese al menos escuchado y discutido, pero siempre fue un autócrata. (I)

(1) El general Jodl observó que era una necesidad psicológica del Cau¬dillo negar sus equívocos, con el objeto de mantener su propia confianza en sí mismo, fuente principal de su fuerza como jefe.

"¿Cómo estaba constituido Hitler? Era vegetariano, antialco¬hólico, no fumador. Estas eran para él muy apreciables cualida¬des de las que resaltaba el testimonio de una vida ascética. Pero fatalmente repercutían en su aislamiento como ser humano. No tenía un verdadero amigo. Incluso sus más antiguos compañeros del Partido eran ciertamente gentes de su séquito, pero no ami¬gos. Por lo que yo pude ver, nadie era su íntimo. A nadie confia¬ba sus interioridades. Así como no había encontrado ningún ami¬go, también le fue negada la capacidad para amar profunda¬mente a una mujer... Todo lo que da una consagración a la vida terrena, la amistad dé los hombres honrados, el limpio amor a una mujer, el cariño a los propios hijos, todo esto le era y siguió siéndole enteramente extraño. Caminó solo por el mundo, preo¬cupado con sus gigantescos planes. Se me puede oponer su re¬lación con Eva Braun... ¡Desgraciadamente, esta mujer no tuvo influjo sobre Hitler! Al menos en el sentido de suavizarlo..." El general Neusinger, que como comandante de fuerzas blindadas lo trató de cerca, declaró que Hitler había tomado como modelo de su vida a Federico el Grande. Al principio se sentía incómodo y con cierto aire de inferioridad ante los generales de sólida preparación profesional como Von Brauchitsch, Von Kleist, Von Bock, V.on Manstein y Von Kluge; luego ese sentimiento evolucionó hasta tra¬tarlos con desprecio.

Agrega el general Neusinger que "raramente la naturaleza agrupó en un solo hombre contrastes tan grandes como en Adolfo Hitler. Por consiguiente, es en extremo difícil trazar de él un bo¬ceto verdaderamente coherente. Según la finalidad que buscaba, utilizaba una u otra de sus características: la dureza o la dul¬zura, la audacia o la circunspección, la desconfianza o la con¬fianza, la tenacidad o la prudencia, la testarudez o la flexibilidad. Resultaba imposible prever sus reacciones y, por consiguiente, el comprenderlo.

"Tenía una memoria como hay pocas —añade el general Neusinger—, y la facultad de discernir claramente lo esencial. A todo ello hay que agregar un incontestable talento oratorio. El conjunto de semejantes dotes le aseguraba tal superioridad en las discusiones, que aun generales de respuesta rápida y concisa, como Von Bock y Von Manstein, no podían enfrentarse a Hitler. "Su memoria y el talento que tenía de reducir las cosas a su más sencillo denominador le eran de gran ayuda... Cuando fra¬casaban todos los medios de persuasión, Hitler utilizaba en su calidad de Jefe de Estado y del Ejército, el recurso supremo: la orden. Pero creo que entonces no estaba satisfecho... No se po¬día 'adivinar' a Hitler: a menudo era tierno y flexible, pero por lo general llegaba a la brutalidad en la dureza y a la testarudez en la tenacidad. Era esencialmente un temperamento de artista recubierto progresivamente con una triple coraza de inflexibilidad.

"Conocía las armas y los efectos que producen, mejor que muchos generales, y gozaba de una imaginación fecunda para prever las modificaciones de las armas futuras, para las cuales hacía constantes sugestiones".

El propio general Neusinger, como otros muchos, refrenda que Hitler se opuso siempre a las retiradas. Ese pareció ser un punto débil de su concepción de la estrategia. Jamás transigió y alegaba que todo repliegue debilita la voluntad de resistencia del combatiente. "En los planes que Hitler trazó —agrega Neusinger—, la auda¬cia de las ideas estratégicas se manifiesta siempre de manera notoria; la campaña de Noruega, la de Francia y la de los Bal¬canes son ejemplos muy claros".

Según el profesor Von Hasselbach, Hitler nunca perdió el gusto por la pintura y anualmente seleccionaba cuadros para la exposición de arte alemán; repudiaba la pintura de vanguardia como "arte degenerado". En música gustaba de Beethoven, Bach y Mozart, aunque su preferido era Wagner.

El Conde Von Schwrrin Krosigk, Ministro de Finanzas, declaró que le llamaba la atención la memoria de Hitler y sus capacidades para ir al meollo de las cosas". Concebía los asuntos financieros con asombrosa sencillez y .era un escéptico de lo que ahora se tiene como in-tocable ciencia económica. "La fuerza sugestiva que emanaba de Hitler y de la cual ni yo mismo pude sustraerme —refiere Von Schwrrin— parecía surgir ante todo de la emoción, de la con¬vicción íntima que ponía en sus palabras. Poseía Hitler el peli¬groso don de la autosugestión. Cuando hablaba, el vuelo de sus palabras y de sus pensamientos llegaba a convencerlo de que era absoluta verdad cuanto decía... Hitler creía juzgar a la gente a primera vista. Su famosa intuición le inspiraba juicios de sor¬prendente exactitud o errores fantásticos'. Añade Von Schwrrin Krosigk que Hitler aunaba la bondad y la dureza y que los golpes de la vida, en vez de suavizarlo, lo galvanizaron más.

Rommel también habló ante sus oficiales de Estado Mayor de ese "poder magnético, quizá hipnótico", que poseía Hitler. Les refería que en algunas conferencias Hitler tenía la mirada casi vacía y daba la impresión de estar "ausente", pero repentinamente parecía que ' disponía de un sexto sentido, pues "de las profundidades de sí mismo" sacaba una respuesta que desconcertaba o sorprendía a sus oyentes. Según Rommel, Hitler actuaba más por intuición que por reflexión y tenía "un extraordinario don para captar los puntos esenciales y elaborar con ellos una solución". Con frecuencia casi adivinaba el modo de pensar de su interlocutor y "tenía una memoria extraordi¬naria para manejar cifras de tropas, dispositivos, tanques destruidos, etc., en forma que impresionaba aun a los mejores elementos del Es¬tado Mayor".

Por último Rommel calificaba de "sorprendente" el valor de Hitler. Tuvo oportunidad de ver que en el frente polaco siempre visitaba los puestos más avanzados y peligrosos. Asimismo refería impresio¬nado que momentos antes de entrar en Praga, donde un gran núcleo de la población era hostil, Hitler le preguntó: "Coronel: ¿qué haría usted en mi lugar?"... Rommel le repuso que entraría en automóvil descubierto, sin escolta. Y eso fue exactamente lo que Hitler hizo, con gran alarma de sus allegados. En su uniforme sólo acostumbraba llevar una condecoración: la cruz de hierro que ganó como soldado en el frente del Somme cuando en la primera guerra mundial varias veces se ofreció de voluntario para misiones difíciles.

El escritor antinazi Bullock dice que "Hitler tenía una creencia firme en su «papel histórico y en que él mismo era una criatura del destino... Poseía una férrea voluntad de afrontar los riesgos y un talento especial para simplificar los asuntos que otros hombres creerían difíciles... Mientras los peritos se ataban solos en retorcidas complicaciones, su mente tenía la facul¬tad de dirigirse hacia la médula del asunto o del problema y aun su perito financiero Schacht tuvo que admitir en varias ocasio¬nes con cierto dejo de resentimiento: "Hitler con frecuencia encuentra soluciones extremadamente sencillas para problemas que a otros hubieran parecido insolubles".

Hjalmar Schacht (que conspiró contra Hitler durante los diez años que formó parte de su Gabinete), dice que Hitler "no entendía ni una sola palabra de los problemas económicos", ni tampoco de pin¬tura. No sabía distinguir, dice, un cuadro auténtico de una reproduc¬ción. Agrega que era casi imposible conversar con él, pues monopo¬lizaba la palabra en un 95%. En la parte positiva le acredita lo si¬guiente: "No cabe la menor duda de que en cierto modo fue un hombre genial. Tenía ideas que no se le ocurrirían a nadie mes. Era psicólogo de masas, de una genialidad realmente diabólica. En tanto que yo y otros pocos —esto me lo confirmó en cierta ocasión el general Von Witzleben— jamás nos dejábamos pren¬der durante nuestras conversaciones personales con él, ejercía sobre otras personas una influencia muy extraña... Era un hom¬bre de una energía indomable, de una voluntad capaz de superar todos los obstáculos".

El investigador francés A. Zoller traza el siguiente esbozo acer¬ca de Hitler: "Ante todo fue un monstruo de voluntad... Era un prodigio de memoria. Tenía un poder extraordinario para asimi¬lar los conocimientos más diversos y extendidos... No solamen¬te estaba familiarizado con la composición de cada grupo de ejércitos hasta el escalón de división, sino que incluso las peque¬ñas unidades especializadas, como los batallones pesados de cazadores de carros, no se le escapaban... Hitler carecía del riño, de la alegría familiar y de todo lo que crea la dicha en célula natural de la sociedad, y él sufría por eso. Aquella alma insatisfecha que se prohibía la entrega a la dicha natural y sim¬ple, estaba constantemente en busca de su equilibrio... Hitler jugaba con su perrita "Blondi" como un niño, pero hacía lo posi¬ble para entregarse a esta distracción sólo cuando estaba lejos de toda mirada extraña".

Baldur von Schirach, jefe de las juventudes hitleristas, dice que Hi¬tler pasó por tres, fases psicológicas: humana hasta que subió al poder; sobrehumana eü los años de vasta organización administrativa, hasta que estalló la guerra; inhumana durante la guerra.

Hans Frank, miembro del Gabinete de Hitler, lo describió así sema¬nas antes de morir ahorcado: "El Fuehrer era más una fuerza de la Naturaleza que un hombre. Ciego frente a todo lo que se le ponía por delante, era como de hierro, fuerte y cruel". El ministro de armamento, Speer, que llegó demasiado tarde a ese puesto y que impulsó la producción a niveles jamás sospecha¬dos, declaró que Hitler ejercía un extraño magnetismo. "Permanecer algún tiempo en presencia suya me fatigaba. Mi capacidad de tra¬bajo se paralizaba".

Ramón Serrano Suner, ex Ministro de Relaciones de España, habla del convencimiento con que Hitler exponía sus ideas y sus planes; refiere que "ejercía sobre los suyos una especie de magnetismo que sólo los hombres excepcionales llegan a poseer".

"Era en verdad impresionante —dice— la masa de creación y el ritmo de puntual funcionamiento de todo el régimen que en pocos años de ocupación del poder había puesto a punto la máquina militar e industrial más grande del mundo en aquella hora, y la máquina administrativa y política más ajustada de nuestro tiempo. Los edificios o las autoestradas, los tanques y los aviones, las viviendas populares, el régimen de trabajo, el nivel medio de vida, la organización del más modesto acto po¬lítico, todo era prueba y manifestación de una obra gigantesca, de un esfuerzo de voluntad y de una capacidad organizadora sin semejanza. Por muchas que fueran las cosas desagradables en el funcionamiento de todo aquello y en su significación, había en la marcha general de aquel país mucho de grandeza y ejemplaridad que el mundo de hoy debe lamentar haber perdido. Ha¬bía, sobre todo, un estilo de orden y un gusto de perfección incomparables.
"Mucho de padre, más aún de artista, como corresponde al genio de su raza, era un hombre que se esculpe a sí mismo, pero que siempre permanece humano, tal me pareció Mussolini. Un héroe, un Mesías, un destinado, que acepta su destino, fanático servidor de él, por encima del bien y del mal, aunque con cierto fundamento de sensibilidad burguesa sentimental, eso me pa¬reció Hitler. Ambos habían sido, grandes hombres y hombres que han creído y querido grandes cosas y que han amado y as¬pirado a servir la grandeza de sus pueblos. El mundo de hoy que odia celosamente a las personalidades fuertes y que celosamente elige a los mediocres —porque es la ley de la fatiga— un día, sin duda, volverá a admirarlos."

Independientemente de bandos políticos, todo hombre que remon¬ta alturas fuera de lo común es digno de estudio. Y nadie puede ne¬gar —ni siquiera sus enemigos— que sobrepasando en esto a los más grandes capitanes de la Historia, Hitler resistió sin doblegarse a la mayor coalición política y guerrera de todos los tiempos.

Stalin se sabía amo absoluto de 200 millones de seres, apoyado por 45 millones de ingleses, por 150 millones de norteamericanos y por veintenas de millones de otros combatientes que engañados o no, militaban en el bando soviético. Winston Churchill confiaba en los inmensos recursos que Roosevelt y Stalin significaban para él. Roosevelt tenía a su vez toda la maquinaria económica que el judaísmo detenta en el mundo occidental y confiaba además en las fuerzas inmensas de la URSS y del Imperio Británico. Hitler, en cambio, estaba solo. Italia era una carga y Japón actuaba desarticuladamente atrayendo sólo fuerzas relativamente insignificantes. Fren¬te a la grandeza de los Tres Grandes, la voluntad de Hitler libró la más desproporcionada de las luchas, desde Alejandro Magno hasta César y desde César hasta Napoleón.

Asimismo tuvo el lastre de la oposición de la mayor parte de sus generales, a veces impalpablemente frustrando planes y a veces abier¬tamente manifiesta en atentados. Muchas veces Hitler entró en pug¬na con especialistas cuya atrofiada visión panorámica les impedía comprenderlo, y esa incomprensión la retocaban con fragmentarios razonamientos científicos. (I) Evidentemente el especialista es necesario. Pero la necesidad de formar especialistas ha nublado la evidencia de que también se re¬quieren generalizadores, panoramistas que coordinen, inspiren y diri¬jan las actividades de los diversos especialistas. Con frecuencia éstos son como caballos con tapaojos, capaces de distinguir las más insig¬nificantes briznas del camino sobre el cual corren, pero ignorantes de cuanto ocurre a derecha e izquierda. El especialista opaca con su transitorio auge presente la utilidad del que panoramiza. Ciertamente que cuando el panoramista carece de inteligencia y profundidad de pensamiento sólo es "aprendiz de todo, maestro de nada", mas cuando intuye los principios básicos —y tal era el caso de Hitler— llega a sorprender a los profesionales en su propio ramo.

(1) Aún ahora es lamentable ver que generales alemanes de sólida especialización en tal o cual rama militar caminen a ciegas en cuanto se aventuran en otros terrenos. Es frecuente que en su desconcierto no hallen nada positivo en el enorme sacrificio de sangre que realizó Alemania. In¬cluso llegan al absurdo de deducir que la desgracia sufrida por su patria careció de orígenes internacionales. Siguen buscando las causas de esa des¬gracia en tal o cual falla o defecto de Hitler. No van al fondo del mundial conflicto ideológico. Y así privan de legítima bandera a sus dos millones y medio de soldados muertos en el frente.

Además, numerosas editoriales que publican "Memorias" de guerra, in¬variablemente modifican toda referencia a Hitler para desfigurar e infamar los móviles ideológicos de la contienda.

Después de Moltke, Ludendorff y Hindenburg, el Alto Mando Ale¬mán se congeló en moldes de pureza técnica y se esterilizó con viejas normas y con puritanismo ético. Todo era técnico y eficaz, pero fal¬taba el toque de panorámica grandeza que sólo puede transmitir la llama del idealista y no la fría razón del especialista. El historiador británico capitán Liddell Hart dijo al general alemán Manteuffel —ex comandante de un ejército blindado— que Hitler parecía tener más originalidad, aunque menos conocimientos especializados, que su Es¬tado Mayor General, y Manteuffel estuvo de acuerdo en esto.

Manteuffel agregó que Hitler tenía más rapidez para reconocer el valor de las nuevas ideas, de las nuevas armas y de los nuevos ta¬lentos; fue él quien dio a las fuerzas blindadas su preponderancia sobre las antiguas tácticas. "Tenía —dijo— una personalidad mag¬nética, más bien hipnótica... Los que lo iban a ver empezaban a discutir sobre su propio punto de vista, pero gradualmente se encontraban sucumbiendo ante la personalidad de aquél, y al final de muchas ocasiones estaban de acuerdo, en oposición a lo que originalmente habían intentado... Había llegado a tener. un buen conocimiento de los escalones bajos de la milicia, las propiedades de las diferentes armas, el efecto del terreno y del tiempo, la mentalidad y la moral de las tropas. En particular era muy hábil para estimar lo que las tropas sentían". El coronel aviador Rudel dice acerca de una de sus entrevistas con Hitler:

"El Fuehrer me hace la impresión de una persona de sentiientos sumamente sinceros. Casi quisiera decir que aquí reina un ambiente de paternal cordialidad". Meses después fue nuevamente llamado al cuartel general y él Fuehrer le dio una preciada conde¬coración y le prohibió volver a volar, a la vez que le estrechaba la mano para felicitarlo. Rudel repuso con cierta brusquedad que de¬clinaba la condecoración con tal de seguir volando. "Su diestra toda-vía mantiene la mía y me mira firmemente en los ojos... Su mirada se vuelve sumamente seria; un leve estremecimiento re¬corre su rostro severo cuando me dice: —Bueno. ¡Vuele nomás como antes! Una sonrisa se dibuja en las comisuras de su boca... Más tarde me cuenta Von Below que tanto él como todos los presentes esperaban que les partiera un rayo cuando di mi opinión en público. Esas palpitaciones nerviosas en el rostro del Fuehrer anuncian el desencadenamiento de una tormenta y no siempre se convierten en una sonrisa".

Refiere el aviador que en esa misma ocasión Hitler habló de las características aerodinámicas del Ju-87. "En todos estos asuntos le interesa saber mi opinión. Conversa sobre los temas técnicos de armas, sobre problemas físicos y químicos, con una destreza que me asombra; y eso que yo también soy un observador muy crítico en la materia. Igualmente habla de las armas de infan¬tería y de los submarinos, siempre con la misma facilidad y ver¬sación".

El teniente coronel francés Charles De Gossi Brissac hace notar ("Alemania y su Ejército") que Hitler "demostraba tener sorprendente intuición; de ahí que escogía deliberadamente los más audaces pla¬nes". Muchos de sus generales ¡o menospreciaban porque carecía de preparación académica, y aunque luego modificaron algo su opinión al ver los grandes aciertos que Hitler tuvo en las primeras campañas, la oposición no tardaba en recrudecerse al ocurrir los primeros tro¬piezos. "El nacionalsocialismo —dice De Gossi Brissac— debió prin¬cipalmente su éxito a la asombrosa personalidad de Adolfo Hitler. Nos haremos la pregunta mucho tiempo de si fue un genio o un loco. Este hombre del pueblo, de extracción humilde, as¬cendencia dudosa, instrucción rudimentaria y salud incierta, fue un fracaso hasta qué cumplió los 27 años de edad. Sin embargo, este hombre llegó a ser en poco tiempo uno de los más grandes oradores y el ¡efe guerrero y de Estado más absoluto que Ale¬mania jamas conoció".

El escritor Curt Riess afirma que la pugna entre los generales y Hitler empezó mucho antes de la guerra, cuando el general Von Fritsch formó un bloque contra el Fuehrer. Esto lo comprueban innumerables testimonios. "Al principio —dice Riess— los generales hacían todos los planes, pero desde la ocupación de Renania comenzaron a cambiar los papeles. Con un encogimiento de hombros acce¬dieron los generales, comprendiendo al fin que había que tomar algo más en serio al cabo bohemio. Todavía no era mucho el respeto que por él sentían, pero había que confesar que el hombre entendía bastante del oficio... Los conocimientos mi¬litares de que hacía gala los dejaban asombrados y su habilidad para emplear términos castrenses y deducir de ellos conclu¬siones plenas de sentido común les seducían. Resultaba incom¬prensible aquello en un hombre que ni siquiera era oficial, sino un intruso, un profano".

El mariscal Von Manstein (Lewinski), reconocido como uno de los más competentes profesionales de la guerra, hizo de Hitler el siguien¬te balance. "Poseía unos conocimientos y una memoria francamente asombrosos, así como una fecunda imaginación en todo lo to¬cante a materias técnicas y a problemas de armamento. Des¬concertaba a todos con su capacidad para describir los efectos de las últimas armas, incluso de las del enemigo y para barajar las cifras de producción... Mi juicio, en suma, es que a Hitler le faltaba esa especial competencia militar que tiene su base en la experiencia y a la que nunca llegó a suplir su 'intuición'. El defecto capital de Hitler, así en la esfera militar como en la política, fue la falta de tacto, la carencia de mesura, que le per¬mitiese distinguir lo asequible de lo inasequible.

"La regla o apotegma de que nunca se peca por exceso de fuerza en el punto decisivo y la consiguiente necesidad de re¬nunciar a frentes secundarios para salvar situaciones críticas o de afrontar un riesgo para acentuar el poder de persecución en el momento y sitio de trascendente interés, era para él letra muerta. Y así hemos visto que en las ofensivas de los años 1942 y 1943 no acabó de sentirse capaz de jugárselo todo a una carta, que hubiera sido la del éxito.

"No podemos desconocer que para el papel de caudillo reunía Hitler algunas de las condiciones estimadas como fundamenta¬les, a saber: poderosa voluntad, nervios seguros, capaces de mantenerse hasta en las más agudas crisis, y una innegable pers¬picacia, además de apreciables facultades operativas y la de percatarse de las posibilidades reservadas a la técnica". El general Guenther Blumentritt es uno de los muy pocos que le niegan a Hitler la característica de firme voluntad. Dice que sólo se esforzaba en aparentar tal cosa, que era manifiesta su incapaci¬dad para el mando y que en realidad "tenía un carácter vacilante y se dejaba influir fácilmente', con tal que se usase con él el mé¬todo psicológico apropiado". Añade que "Hitler era un católico austriaco, un hombrecillo insignificante que en 1912 había ido de Viena a Munich... A tenor de lo que de él cuentan algunos de sus camaradas de entonces, fue un soldado raso bastante va¬liente que se ofrecía voluntario para todos los servicios de patrulla y que sentía un gran cariño por la milicia... Se le concedió la Cruz de Hierro -de primera y segunda clase y el galón de he¬rido en campaña".

En cambio, el mariscal Wilhelm Keitel declaró después de la guerra que nunca en su larga carrera de soldado había conocido a un hom¬bre que como Hitler poseyera planes de reformas militares tan amplias. "Todo soldado profesional confirmaría sin vacilaciones —de¬claró— que las dotes de mando y estrategia de Hitler causaban admiración. Muchas noches de guerra las pasábamos en su Cuar¬tel General estudiando los tratados militares de Moltlce, Schlieffen y Clausewitz, y en su asombroso conocimiento no sólo de los ejércitos sino de las armadas del mundo entero, denotaba su genio".

El general Franz Halder, ¡efe del Estado Mayor General en los pri¬meros años de guerra, quien participó en tres diversas conspiraciones para derrocar a Hitler, tiene diferente opinión acerca del Fuehrer. Al rendir declaración en Nuremberg, ante los aliados, lo calificó "como una personalidad extraordinaria, en la cual había tanto de genio como de loco, tanto de demonio como de criminal". En cuanto a sus capacidades estratégicas, 'sólo le reconoció "una extraordinaria comprensión por los detalles técnicos y una gran capacidad para las generalizaciones".

El historiador británico capitán Liddell Hart realizó investigacio¬nes e interrogatorios sobre el particular y llegó a la siguiente conclusión: "Hitler demostró más rapidez en ver el valor que tenían las nuevas ideas, las nuevas armas y los nuevos talentos. Recono¬ció la potencialidad de las fuerzas blindadas móviles más rápidamente que el Estado Mayor General, y la forma en que apo¬yaba a Guderian, el máximo exponente en Alemania de este nue¬vo instrumento, demostró ser el factor más decisivo durante las primeras victorias. Hitler tenía el discernimiento que caracteriza a los genios, aunque acompañado por el riesgo de cometer erro¬res elementales, ambos en el cálculo y en la acción... Hitler estuvo muy lejos de ser un estratega estúpido. Más bien dicho, fue un estratega muy brillante, y adoleció de las faltas naturales que siempre acompañarán a la brillantez. Tenía un profundo y sutil sentido de la sorpresa, y era un maestro en el aspecto psicológico de la estrategia. La intuición estratégica de Hitler y el cálculo estratégico del Estado Mayor General pudieron ha¬ber sido una combinación que pudo haber conquistado todo. En su lugar produjeron un cisma suicida que vino a ser la salvación de sus enemigos". (I)

(1) "Del Otro Lado de la Colina".—Capitán Liddell Hart. Gran Bretaña.

El general Heinz Guderian, penúltimo jefe del Estado Mayor Ge¬neral, opinó acerca de las capacidades estratégicas del Fuehrer:

"Hitler no fue más qué cabo durante la primera guerra mun¬dial, así es que naturalmente no poseía los conocimientos de organización y estrategia para sostener una guerra que un oficial del ejército de línea, con sus buenos 30 años de experiencia, llega a tener. Lo que Hitler sí tenía, sin embargo, era buen instructor. Fue cosa de mucha suerte que los cálculos de Hitler re¬sultaran exactos algunas veces, a pesar de las muchas dudas de sus generales. Esto fue particularmente durante la campaña de Francia... Ciertamente se necesitaba mucho de valor para ob¬jetar sus planes en presencia suya. Los más de los generales ni siquiera lo intentaban... Es muy cierto que no era muy agrada¬ble verle que se ponía frente a mí con los puños cerrados y me gritaba con toda la fuerza de su voz... Uno de los motivos por los cuales no fui juzgado en Nuremberg es que pude demostrar que no ejecuté algunas de las crueles órdenes de Hitler".

Evidentemente Hitler sentía la resistencia pasiva de sus comandan¬tes, pues en los fragmentos de su Diario Militar hay una anotación que dice: “Tengo una sola misión: dirigir la lucha, porque sé que la guerra no puede ser ganada sin mi voluntad de hierro. El pe¬simismo se ha extendido en el propio Estado Mayor... Rommel era un gran líder, pero desafortunadamente (después del des¬plome en África) también un gran pesimista a la menor dificul¬tad. .. En Italia hizo lo peor que soldado alguno pueda hacer. Dijo que el colapso era inminente. Ya no lo envié allá. Poco des¬pués los sucesos lo contradecían y yo confirmaba mi idea de dejar a Kesselring en el mando de aquella zona. Kesselring es un idealista político y un militar optimista. Y yo creo que nadie puede conducir una operación militar sin optimismo".

(En otra ocasión dijo: "Mis cabellos grises no se los debo al enemigo sino a mis generales, que me han fallado").

Este fue un punto de constante fricción entre Hitler y sus generales. Las cifras, las abstracciones del Estado Mayor General decían una cosa, daban por perdida una situación o consideraban irrealizable otra, en tanto que además de las cifras y las abstracciones, la volun-tad de Hitler colocaba valores imponderables del espíritu. Ambos puntos de vista eran irreconciliables.

El profesional de la milicia trata de reducir la guerra a normas fijas, congeladas, pragmáticas, que puedan tocarse con la mano, y se em¬peña en hacer de ella una ciencia exacta, mas olvida que la guerra ha tenido .siempre un algo inaprensible llamado "arte". En la normal anormalidad del combate surgen por doquier situaciones que requie¬ren más de la intuición instantánea que del proceso lento de los cá¬nones académicos. Hitler logró muchas veces acreditar y demostrar esto, como en la campaña de Francia, que la mayoría de los gene¬rales profesionales juzgaban punto menos que irrealizable; como el sostenimiento del frente en Rusia durante el invierno de 1941; y como el sostenimiento del frente en Italia cuando Italia traicionó la alianza con Alemania.

Pero aunque estas demostraciones calmaban de momento la hos¬tilidad de los generales, su recelo seguía acumulándose para estallar al primer tropiezo. En realidad Hitler tuvo un constante forcejeo con el Estado Mayor General, que según su propia expresión, le malgastó la mitad de sus energías. La posición de Hitler frente a varios de sus comandantes era parecida a la del hipotético Zaratustra de Nietzsche: "¡Guardaos también de los doctos, os odian porque son estériles! Tienen ojos fríos y secos, ante los cuales todo pájaro aparece desplumado. La falta de fiebre dista mucho de ser conocimiento. Yo no creo en los espíritus refrigerados... Son buenos relojes, siempre que se tenga cuidado de darles cuerda. Entonces se¬ñalan la hora sin fallar y con un ruido molesto".

La llama de optimismo con que Hitler acometía las mas difíciles empresas y su profunda convicción de que la voluntad categórica, firme y prolongada en alcanzar una meta logra a la postre milagros y triunfa de los obstáculos, constituyeron para él y para las tropas que lo seguían una fuerza psicológica por lo menos tan poderosa y como sus armas materiales. El reverso negativo de ese optimismo y de esa acerada voluntad fue que en ocasiones rayaba en la intran¬sigencia, y se empeñaba en ir siempre hacia adelante, siempre a la ofensiva, aun en los casos en que la defensiva flexible podría rendir mayores dividendos.

La naturaleza da un ejemplo de que esa máxima tensión de energía no debe prolongarse indefinidamente. Hasta en el reino vegetal la vida se oculta en las raíces, se sumerge, "retrocede" ante el invierno. Si pretendiera lo contrario, el gasto de energía sería tan grande que resultaría ruinoso. Hitler siempre luchó con la misma tensión diná¬mica y siempre quiso que el ejército permaneciera en una sola ac¬titud: la del ataque. Fue quizá en este punto en el que a veces los generales tuvieron razón y Hitler no, aunque bastante menos frecuen-temente de lo que suele suponerse. El historiador británico F. H. Hins-ley hace hincapié en que "los aliados estaban en una posición en ¡a cual hubiesen podido explotar mucho mejor una retirada de los alemanes que éstos aprovecharse de la misma...

Desde el punto de vista estrictamente militar, basándonos en la suposición de que la guerra había de ser continuada, es imposible discutir qué otra estrategia hubiese sido mucho más inteligente que la de Hi¬tler después de principios del año de J943". Otro error, frecuentemente refrendado, fue la suposición de Hitler de que los pueblos occidentales podrían eludir las trampas mentales de la propaganda y ver que el marxismo-israelita entronizado en Mos¬cú era el enemigo auténtico. Hitler subestimó la eficacia de las cama¬rillas judías en Occidente y creyó en agosto de 1939 que no lograrían arrastrar a Francia y a la Gran Bretaña a la guerra. Luego creyó que ambas naciones aceptarían su ofrecimiento de paz. Volvió a creerlo, en vísperas de Dunkerque, al dejar escapar a las tropas británicas; lo creyó de nuevo al vencer a Francia y ofrecerle la reconciliación, y una vez más en vísperas de la invasión a Rusia.

A finales ya de la guerra, el 4 de febrero de 1945, él mismo re¬conoció ese error en una conversación privada que anotó su secretario Bormann: "Yo me esforcé por obrar al principio de esta guerra como si Churchill fuera capaz de comprender esa gran política (la de una amistad germano-británica), pero desde hacía tiempo estaba ligado a los judíos... Más tarde, atacando a Rusia, escarbando el absceso comunista, tuve la esperanza de suscitar una' reacción de sentido común entre los occidentales. Yb les daba la ocasión de que, sin participar, contribuyeran a una obra de salubridad... Yo había subestimado el poderío de la dominación judía sobre los ingleses de Churchill". Y dos días después, sin embargo, renacían sus esperanzas:

"¿Y si Churchill desapareciera de repente? No, nunca existen situaciones desesperadas... Que un Churchill desaparezca re¬pentinamente y todo puede cambiar. La crema y nata inglesa se daría tal vez cuenta del abismo que se abre delante de ella, lo cual podría preocuparle. Esos ingleses, por los que hemos luchado indirectamente, serían los beneficiados de nuestra victoria".

Un tercer error grave de Hitler consistió en considerar que el pueblo ruso, sojuzgado y tiranizado por el régimen bolchevique, esta¬ba por ello "maduro" para desplomarse mediante un golpe fuerte. Consideró que no era aconsejable aprovechar el apoyo que una gran masa del pueblo ruso brindaba a los alemanes contra el régimen comunista. Esta errónea consideración la adoptó en 1923, la reiteró en 1941, la repitió en 1943 y jamás pudo librarse de ella. Aunque a primera vista parece increíble, es asombrosa la regularidad con que el hombre comete los mismos errores cuando se trata de errores fundamentales. El propio Hitler había percibido este extraño fenómeno y en 1923 escribió que un jefe que se equivoca en un punto de vista fundamental "está expuesto por una segunda vez al mismo peligro". Sin embargo, él tampoco pudo librarse de tan misterioso mecanismo psicológico. Es increíble cuan difícil resulta que alguien lo logre.

El pueblo ruso sentía y sufría la tiranía del bolchevismo. Realmente él no se había creado ese sistema de gobierno, mas su capacidad de sufrimiento es enorme y ante la alternativa de una dominación extraña y la que ya conocía, optó por rechazar la extraña. Esperaba que en el reacomodamiento de postguerra el bolchevismo se modifi¬caría favorablemente, y esta esperanza la alentó el propio régimen mediante promesas y concesiones transitorias. "Demos primero cuen¬ta del enemigo exterior y luego ajustaremos cuentas con el de casa", era el sentimiento popular, según refiere —entre otros muchos—el doctor Konstantinov, ex capitán del Ejército Rojo.

Hitler creyó que el desplome de Rusia era ya inminente en 1923, y volvió a creerlo en el otoño de 1941, y lo creyó otra vez en el verano de 1942, y en parte estos repetidos errores le costaron al Ejército Alemán las tremendas sangrías que sufrió en los dos primeros invier-nos de la campaña en Rusia.

Esos errores (hoy claramente visibles, porque a posteriori es tan fácil descubrirlos como difícil es preverlos antes de que se materialicen) son en realidad tres, aunque repetidos con asombrosa frecuen¬cia y casi en idénticas situaciones: a) exigir siempre la máxima ten¬sión; b) suponer que entre las nubes de propaganda judía, Occidente distinguiría al verdadero enemigo; c) subestimar la resistencia de las masas soviéticas y rechazar su ayuda. La propaganda le ha achacado a Hitler otros muchísimos errores, pero no resisten un examen dete¬nido y sereno.

Puede concluirse que las fallas de Hitler se vieron catastróficamente agravadas por el escepticismo, por la oposición o por la fran¬ca conspiración de numerosos generales, acerca de los cuales Goering y el propio Hitler llegaron a pensar que eran el último reducto de la masonería de Alemania.