lunes, 28 de septiembre de 2009

Capítulo IX 4° Parte.



LOS DOS ÚLTIMOS GOLPES EN EL OESTE

En el otoño de 1944 la ofensiva de los ejércitos aliados occidentales se ha­llaba casi inmovilizada en la frontera ale­mana. Hitler había logrado improvisar 60 divisiones después de que 50 se habían consumido en la lucha de Normandía. Por cada tanque alemán había 4 de los aliados; la inferioridad en otras armas era to­davía mayor, pero la lucha volvió a ser tan reñida que el pueblo de Huertgen cambió de manos 14 veces y Vossenack 28 veces.

Los pro­gresos de las fuerzas aliadas eran lentos y de poca significación. La mortífera V-2 seguía cayendo en Inglaterra. Entonces el mariscal in­glés Montgomery trazó un plan para acelerar la marcha y penetrar a Alemania por el norte, a través de Holanda. Creía qué así se logra­ría una victoria fulgurante sobre los restos agotados del ejército ale­mán. Cuidadosamente se preparó la operación más grande de tropas aerotransportadas y el triunfo parecía asegurado. 1,515 bombarde­ros ingleses y norteamericanos arrojaron más de 4,000 toneladas de bombas sobre la región de Einhoven, Nijmegen y Arnhem; esto te­nía por objeto destruir o desquiciar las líneas alemanas. Inmediata­mente después, 1,544 transportes y 478 planeadores condujeron las divisiones aerotransportadas americanas 101 y 82; á las divisiones aerotransportadas británicas la. y 52 y a una brigada polaca. El des­censo se realizó bajo la protección de 540 cazas.

34,876 hombres, con 568 cañones y 1,927 vehículos iniciaron el 17 de septiembre (1944) el impetuoso ataque para capturar el puen­te de Arnhem y abrir a los ejércitos aliados las puertas septentrionales de Alemania atravesando territorio holandés. En un principio todo marchó bien y los primeros 48 prisioneros capturados procedían de 27 diversas unidades, hecho revelador de que el sector era guarne­cido sólo por remanentes de batallones o regimientos alemanes, entre los que destacaba el reducido batallón SS de instrucción del general Kusin. En el primer choque, muchos reclutas y el propio general Kusin fueron muertos.

Poco más tarde, sin embargo, acudieron los restos de dos divisiones alemanas que se hallaban al norte de Arnheim. Eran la 9a. SS "Hohens-taufen" y la IOa. SS "Frundsberg", y lanzaron un encarnizado contra­ataque trazado por el mariscal Walter Model (procedente del frente en Rusia) y el general Student, comandante de los paracaidistas que habían capturado la isla de Creta en 1941.

Los contingentes aliados eran cuatro divisiones completas, seleccio­nadas, como la 1a. "Airborne", llamada "los diablos rojos", reforzadas con una brigada polaca. La lucha fue particularmente violenta. Los aliados pidieron y obtuvieron 3,000 hombres de refuerzo, así como poderoso apoyo aéreo.

La 9a. división alemana SS, "Hohenstaufen", que entró al combate con menos de la mitad de sus efectivos normales, sufrió 3,300 bajas, equivalentes al 50% de los efectivos que le restaban, pero las divi­siones aliadas fueron siendo cercadas. Ambos bandos hacían esfuerzos supremos.

En esas difíciles circunstancias, con grandes bajas en ambos bandos, la 9a. SS "Hohenstaufen" le ofreció ayuda médica a su rival, la "Airborne" británica. El coronel inglés Warralc envió después una co­municación a los alemanes, que decía: "Pláceme expresarle mi más pro­fundo agradecimiento por la eficaz ayuda de los servicios sanita­rios alemanes, gracias a los cuales pudieron ser evacuados más de 2,200 heridos de la 1a. división de paracaidistas, del 24 al 26 de septiembre de 1944 en el sector de Osterbeck... Puedo atesti­guar que soldados, oficiales y suboficiales de la 9a. división SS de carros de combate trataron siempre correctamente a los heridos, a pesar del gran número de bajas que ellos mismos habían su­frido".

Después de seis días de continuos combates la resistencia de los aliados se derrumbó. Algunos contingentes lograron retirarse a través del bajo Rhin, en cuya margen abandonaron 7,000 cadáveres, además de haber perdido 8,000.prisioneros, mil planeadores y todos sus depó sitos de armas y víveres. De esta manera la operación aerotransportada de Montgomery fracasó y la invasión continuó detenida. (I)

(1) Montgomery dice en sus "Memorias" que Eisenhower no es pro­piamente un soldado, que no comprendió el plan inglés para acortar la gue­rra y que no le dio cabal apoyo. Y el general Blumentritt, jefe del Estado Mayor de los ejércitos alemanes del Oeste en aquella época, cree que Montgomery tiene razón.

El buen éxito de los alemanes para frustrar ese plan se consolidó mediante un osado ataque contra el puente de Nimega, ocupado por las vanguardias del 2o. ejército británico. Doce, soldados encabezados por el capitán Hellmer realizaron la operación, para lo'cual tuvieron que nadar 11 kilómetros por el río Wall, al amparo de la noche. Lograron pasar inadvertidos en el tramo de 7 kilómetros ocupado por los ingleses, colocar tres cargas de dinamita y volar el puente. Durante el regreso, tres de los nadadores fueron heridos.
La frustración del plan de Montgomery fue uno de los dos últimos golpes que dieron los alemanes en el frente occidental. Correspondió a las fuerzas del mermado 20o. ejército del general Blumentritt. El otro golpe fue el ataque de las Ardenas y constituyóla última carta de Hitler para pactar con Occidente o ganar tiempo que permitiera la terminación de las nuevas armas. Los aliados creían que Rundstedt era el autor de la minuciosa y exacta planeación de esa ofensiva, pero posteriormente el general Jodl y el propio Rundstedt revelaron que había sido "obra personal de Hitler".

Esto lo afirma también el teniente coronel Skorzeny, quien el 20 de octubre (1944) fue llamado por Hitler a su cuartel general de Prusia Oriental, entonces a corta distancia del frente ruso. "Tuve la clara sensación —dice Skorzeny refiriéndose al Fuehrer— de que estaba más fresco, más descansado que en nuestra última en­trevista.

"Quédese, Skorzeny. Voy a confiarle una nueva misión, quizá la más importante de su vida. Hasta ahora muy pocas personas saben que preparamos en el mayor sigilo la operación en la cual va usted a desempeñar un papel de primer orden. En diciembre, el ejército alemán lanzará una gran ofensiva cuyo resultado de-elidirá el destino de nuestra patria... No comprenden —agregó refiriéndose a los países occidentales— que Alemania se bate por Europa, que se sacrifica por Europa, con objeto de cerrar al Asia la ruta de Occidente, exclamó Hitler con amargura. En su opinión, ni el pueblo inglés ni el de los Estados Unidos querían esta guerra. Por consiguiente, si el cadáver alemán se incorpo­raba para asestar un golpe fuerte al Oeste, los aliados, bajo la presión de su opinión pública, furiosa por haber sido burlada, estarían tal vez dispuestos a concluir un armisticio con este muer­to que se portaba tan bien. Entonces podríamos volcar todas nuestras divisiones, todos nuestros ejércitos, sobre el frente del Este y liquidar en unos meses la espantosa amenaza que pesaba sobre Europa. Después de todo, Alemania llevaba casi mil años haciendo guardia contra las hordas asiáticas y no iba a faltar ahora a este deber sagrado".

En octubre la industria aeronáutica contaba con suministrar 2,000 aviones de chorro para la ofensiva de las Ardenas, pero a mediados de noviembre comunicó que por escasez de materias primas sólo tendrían listos 200. La escasez de municiones y de combustible era también desesperada y Hitler dispuso que la Organización Todt ga­rantizara el abastecimiento con camiones provistos de gasógeno. De trecho en trecho, en las carreteras, deberían construirse depósitos de madera para alimentar a los camiones. Sin embargo,' estos preparativos no pudieron terminarse oportunamente y entonces se confió en que los tanques alemanes, los paracaidistas y las tropas de infil­tración arrebataran depósitos de gasolina. Esta operación llamada "Greif" se encomendó a Skorzeny, pero fracasó porqué la víspera los aliados capturaron a un oficial alemán que llevaba los planos y se previnieron.

Rundstedt recibió el encargo de poner en ejecución el plan. "Des­cansa en vosotros —dijo a sus tropas— un sagrado deber de dar todo hasta llegar a lo sobrehumano en nombre de nuestra Patria y de nuestro Fuehrer". Bajo la vigilancia de Rundstedt, los mariscales Model y Dietrich coordinaban los ataques de los ejércitos panzer 5o. y 6o. y del 7o. de infantería.

Hitler intervino en todos los detalles y dispuso que la embestida se iniciara sin fuego de artillería y que los reflectores alumbraran las nubes a fin de que en el campo hubiera cierta claridad que permitiera a los atacantes infiltrarse entre las posiciones enemigas. Los efectivos eran insuficientes y sólo se contaba con 800 tanques y los remanen­tes de 24 divisiones. La mitad de los dos mil cañones disponibles no pudo entrar en acción por falta de petróleo para su transporte. Única­mente se disponía de una quinta parte del combustible necesario y se ordenó a las fuerzas blindadas que para su propio abastecimiento cap­turaran depósitos del enemigo.

La ofensiva se mantuvo en secreto con iln minucioso enmascara­miento: las cocinas militares usaban carbón para no producir humo, los cascos de los caballos fueron forrados de paja para no hacer ruido cerca del frente, de día algunos grupos marchaban hacia el oriente a fin de despistar al enemigo y en la noche se concentraban hacia el frente occidental. Sin embargo, el enorme agrupamiento dé tres ejércitos no pudo pasar completamente inadvertido para los aliados. El servicio secreto del primer ejército americano reportó el día 10 que los ejércitos alemanes 5o. y 6o. se estaban concentrando al oeste del Rhin y que llevaban equipo para el cruce de ríos, lo cual revelaba su intención de lanzar un ataque. Sin embargo, los comandantes alia­dos contemplaron despectivamente los aprestos alemanes, pues en vis­ta de sus escasos recursos humanos y materiales parecía risible cual­quier ofensiva.

Pero cuando el 16 de diciembre se inició el último golpe alemán en el frente occidental, el poderoso frente aliado se cimbró peligro­samente y fue perforado y hendido en más de 100 kilómetros. No el número de sus soldados, sino la llama del entusiasmo y fe que Hitler despertó en ellos fue lo que volvió posible el imposible teórico de ese avance. Los granaderos se entusiasmaban y se sobreponían al can­sancio al ver pasar a las "V-2" como cometas, hacia la retaguardia de los aliados. En los Estados Mayores angloamericanos había confusión. Tal vez a consecuencia de esto seis bombarderos B-26 de la 322a. flo­tilla americana bombardeó desde gran altura la población de Malmedy, donde todavía resistían fuertes contingentes americanos, y causaron muchas bajas a sus propios compañeros. La propaganda aliada ocultó el hecho afirmando que el grupo acorazado alemán Peiper había cap­turado a esos americanos y los había asesinado.

El avance todavía continuó varios días, pero cada vez con más difi­cultades porque aumentaba el número de tanques y cañones que iban quedándose paralizados por falta de combustible. Finalmente, la ofen­siva se atascó a cien kilómetros de profundidad, cuando ya el frente aliado se hallaba gravemente desgarrado y peligraban varios de sus grandes centros de abastecimiento, como el de Lieja, hasta cuyas cer­canías llegaron las avanzadas de la 9a. división SS "Hohenstaufen". Los aliados habían sufrido más de 70,000 bajas y perdido cerca de 700 tanques.

A ocho días de iniciada la operación, el servicio de abastecimiento de municiones agotaba su combustible y ya no podía hacer llegar pro­yectiles a la artillería alemana. Numerosos tanques, paralizados, tenían que volarse a sí mismos y sus tripulantes replegarse, para no ser cap­turados. Una gran ilusión se esfumaba... "La moral de las tropas par­ticipantes —dijo después Rundstedt— era sorprendentemente alta cuando se inició la ofensiva. Creían verdaderamente que la victoria era todavía posible, en contraste con los comandantes superiores".

Los paracaidistas americanos de la división 101, que luchó en Bas-togne, se sorprendieron de que los alemanes se aproximaban al frente cantando. "Aquel coro de voces entonando marchas guerreras era un impacto directo a nuestro estado de ánimo. No parecían sol­dados de un país que había perdido media Europa". Lo nptable es que esa fe no estaba tan rotundamente equivocada, porque 4 ejércitos aliados septentrionales (38 divisiones) estuvieron a punto de ser cortados de los tres ejércitos meridionales y eventualmente copados. A efecto de conjurar este desastre los aliados necesitaron echar mano de todos sus recursos. Un ejército inglés y dos norteamericanos fueron violentamente congregados en el área de penetración para sortear la crisis. Y Churchill le pidió a Stalin que arreciara su ofensiva para que disminuyera la presión de los alema­nes en el oeste, según dice el mariscal inglés Montgomery.

A fines dé diciembre se disipó la niebla, que había librado a los alemanes de los ataques aéreos y entpnces se conjugaron la escasez de petróleo y la lluvia de bombas para detenerlos en su avance. Los lineamientos del ataque habían sido extraordinariamente audaces y acertados, pero faltaban elementos. Liddell Hart dice que "habría sido una de esas brillantes olas de inteligencia si hubiera poseído to­davía los medios y las fuerzas". Diez divisiones más (una insignifi­cancia para Alemania en condiciones más o menos normales) o tal vez petróleo y municiones en cantidad suficiente, podían haber ocasionado un cataclismo en el frente aliado.

En vísperas del año nuevo Hitler reiteró:

"El mundo debe saber que nunca capitularemos y que a pesar de los contratiempos nunca abandonaremos el camino en que vamos... 1944 fue el año de las mayores tribulaciones en esta gigantesca lucha. Esta guerra ha sido para el pueblo alemán la más dura y funesta que jamás haya tenido que librar un pueblo. Un pueblo capaz de so­portar tales sacrificios inconmensurables no puede nunca su­cumbir".

Entretanto, las fuerzas de tierra en las Ardenas habían sufrido ya 110,000 bajas entre muertos y heridos, y en los días subsiguientes la aviación aliada estuvo machacándolas con ataques de 4,000 a 5,000 salidas diarias. El 13 de enero los bolcheviques iniciaron una ofensiva general y entonces Hitler tuvo que retirar del frente occidental todo el 6o. ejército de las SS y dos fuertes brigadas de artillería para llevar­los al frente anticomunista.

Hitler esperaba aún la- llegada de las nuevas armas. La industria hacía un esfuerzo colosal y en enero de 1945 logró que la producción de V-2 ascendiera a 1,300 por mes.- Al mismo tiempo progresaban los preparativos para producir un tipo especial de V-2 que automá­ticamente fuera atraída por los centros de calor, tales como fábricas y altos hornos. Y en medio de estos frenéticos esfuerzos, Hitler vol­vía a tropezar con la oposición de muchos generales, algunos de los cuales habían perdido totalmente la fe y rendían sus unidades en masa o retrocedían sin autorización. Muy diversas fuentes confirman que hubo brotes de desmoralización, principalmente entre unidades que por mucho tiempo habían gozado de vida agradable en Francia. En un día que llegó a haber 8,000 deserciones, Hitler exclamó amar­gado:

"¡Es una vergüenza!"... Su desconfianza llegó al máximo y personalmente quería controlar la producción de aviones, el movimiento de ejércitos, de cuerpos de ejército, de divisiones y hasta de batallones y de baterías antiaéreas. Un alud de informes y cifras lo abrumaban 19 horas diarias.

Eva Braun anotaba a fines de 1944. "El Fuehrer me dijo hoy gravemente: Sólo puedo contar con tres personas: Goebbels, Himmler y tú. Eres la más fiel y un día tendrás la recompen­sa, te lo prometo, solemnemente. Goebbels permanecerá a mi lado y caerá conmigo. Esta poseído como yo de la pasión de la lucha. Quizá me sobrepasa y toma un impulso del que yo no lo hubiera creído capaz. Himmler es cambiante. Desconfía de él... Mis generales son traidores, sentimentales que quieren cuidar de sus hombres, como si pudieran obtener los grandes triunfos de otra manera que corriendo los más grandes riesgos. Si tuviera con quien substituirlos, habría hecho fusilar a las tres cuartas partes de los generales alemanes".

"El (Hitler) sufre más que nunca de insomnio. Lo encuentro cambiado. Su silueta no es tan erguida. Es como si pesara sobre él el peso de toda Alemania. Además, sufre crisis de ceguera parcial. Las lágrimas corrieron por mis mejillas. M., que no es un sentimental, me ha reñido cariñosamente: “Vamos, valor. No podemos tolerar en el Cuartel General a jovencitas que lloran”. En efecto, debemos ser fuertes. Las nuevas armas llegarán pron­to y entonces que Dios proteja a nuestros enemigos". Pero las nuevas armas se retrasaban una y otra vez. Los enormes recursos humanos y bélicos que devoraban el frente ruso, el frente de Italia, el de los Balcanes, el de Occidente y el de la lucha en el mar, además de los bombardeos y el sabotaje, retardaban y dificul­taban la producción. Los problemas técnicos inherentes a esas nuevas armas habían sido resueltos tiempo antes, pero su producción tro­pezaba con sucesivos obstáculos. El espionaje disponía de tantos y tan sagaces .colaboradores israelitas dentro de Alemania, que fre­cuentemente los bombardeos se dirigían hacia las más secretas plan­tas bélicas, incluso aquellas que de otra manera hubieran estado al abrigo de todo ataque por el aislamiento y camuflaje de que se las había rodeado.

Los aliados conocían con exactitud el peligro de que las armas secretas en proceso de producción fueran oportunamente utilizadas. Por eso trataban a todo trance de lograr el triunfo antes de que en­traran en juego. El general Marshall, ¡efe del Estado Mayor de EE. UU., refiere que "los adelantos de la técnica alemana, tales como el desarrollo de explosivos atómicos, hacía imprescindible que ata­cásemos antes de que estas terribles armas se emplearan en con­tra, nuestra". ("La Victoria en Europa").

El 30 de Enero (1945) Hitler insistió enfáticamente en que la vic­toria llegaría si se lograba prolongar la resistencia. A los comandantes que desesperaban les hizo otro llamado categórico:
"Quiero que cada uno soporte los sacrificios que se exigen. Espero que cadaalemán físicamente apto; exponga su cuerpo y su vida en la ba­talla. Espero que toda persona indispensable, aun los achacosos y los enfermos, trabajen hasta el fin, hasta la última gota de su energía. Hago un llamado de particular confianza a la juventudalemana. Al formar tal comunidad juramentada, estamos en condiciones de mirar hacia el Todopoderoso y pedir su misericordia y su bendición, pues no hay pueblo que pueda hacer más que eso. Que cada uno que sea capaz de pelear, pelee, imbuido en un solo pensamiento: asegurar la libertad y el honor, y de esta manera, la vida futura de su nación. No obstante lo grave de la hora crítica, ella será dominada al fin por nuestra inquebrantable voluntad"... y refiriéndose a la antinatural alianza del Occidente con el bolchevismo, agregó:

"Las democracias no serán capaces de librarse de los malos espíritus invocados por ellas". En plática privada del 4 de febrero, Hitler expresó temores que no hacía públicos: "En caso de que la Providencia nos abandonara a despecho de nuestros sacrificios y convicciones, sería que es­tábamos destinados a. pruebas todavía más grandes". Y dos días más tarde trataba de infundir ánimo a sus colabora­ dores, con las siguientes palabras: "Debemos continuar la lucha con la rabia de la desesperación, sin voltear (a cara, viendo de frente siempre al adversario... Acuérdense de Leónidas y sus 300 es­partanos. Confrontamos una coalición que no constituye una realidad estable, sino que existe por la voluntad de algunos hombres".

Entretanto, el mando aliado descubría un nuevo recurso para que sus bombardeos de terror fueran aún más mortiferos. Sucedió que en esos días el oriente de Alemania comenzó a ser invadido o ame­nazado por los bolcheviques, que anhelantes de venganza celebraban su entrada en suelo alemán con violaciones, despojos y asesinatos.

Las autoridades de la zona oriental movilizaron a casi todos los hom­bres para apuntalar las defensas y ordenaron a las mujeres y a los niños que buscaran refugio en ciudades o aldeas en la parte central del Reich.

Los aliados se percataron de ese movimiento en masa de la po­blación civil y resolvieron atacar las ciudades atestadas de refugiados. Así las víctimas por bombas aumentarían considerablemente.

Contra Berlín, congestionada de emigrantes, se lanzó una ola de ataques qué culminó el 3 de febrero con la muerte de 25,000 civiles. Leipzig padeció algo-semejante. En una llamada operación "Clarión" se lanzaron durante dos días nueve mil bombarderos y cazas contra aldeas y establecimientos agrícolas sin ninguna meta militar.

El plan alcanzó su apogeo el 13 de febrero (1945), fecha en que ocurrió la mas sangrienta de las acciones bélicas que jamás naya rea­lizado una -fuerza armada contra una masa de civiles. A la ciudad de Dresden, situada a 110 kilómetros del frente soviético, habían llegado buscando refugio de 300,000 a 500,000 mujeres y niños. Dresden era ciudad abierta. Es decir, no era una fortaleza guarnecida de tropas, ni tenía fábricas de guerra, ni objetivos militares de ningún género. Los fugitivos atestaron casas, edificios públicos, jardines y hasta calles. Pues bien, la mañana del 13 de febrero varios aviones aliados de reconocimiento volaron repetidas veces sobre Dresden y con toda tranquilidad tomaron fotografías, supuesto que allí no había defensas de ningún género. Por la noche, 800 tetramotores arrojaron sobre la ciudad inerme una lluvia de bombas explosivas e incendiarias. Al amanecer del día siguiente, 1,350 bombarderos pesados descargaron también un alud de fuego. Y horas más tarde, al oscurecer, otros 1,100 tetramotores maceraron la ciudad destruida.

En total se arrojaron sobre Dresden 10,000 bombas explosivas y 650,000 incendiarias. Los incendios ardían con tal fuerza que las lla­mas arrastraban a la gente que pasaba a cien metros de distancia. En los lagos cercanos murieron muchas madres con sus hijos, qué se arrojaban al agua con las ropas ardiendo.

El escritor británico F. J. P. Véale dice: "Para dar una impresión más dramática en medio del horror general, las fieras del Parque Zoológico, frenéticas por el ruido y por la luz de las explosio­nes, se escaparon. Se cuenta que estos animales y los grupos de refugiados fueron ametrallados cuando trataban de escapar a través del Parque Grande, por aviones de vuelo rasante, y que en dicho parque fueron encontrados luego muchos cuerpos acri­billados a balazos... En el Mercado Viejo, una pira tras otra consumieron, cada una, cinco mil cuerpos o pedazos de cuerpos. La espantosa tarea se prolongó durante varias semanas. Los cálculos del número total de víctimas varían mucho de uno a otro. Algunos elevan la cifra hasta un cuarto de millón". Según el periódico suizo "Flugwehr und Technik", en los tres ra­biosos ataques lanzados en un período de 36 horas, hubo cien mil muertos. La población civil alemana que huía de los bolcheviques fue calcinada en Dresden. Así llegaron a su apogeo los bombardeos de terror, técnicamente llamados "estratégicos", que Churchill había adoptado el 11 de mayo de 1940 y que luego Roosevelt y su cama­rilla reforzaron entusiastamente.

El propio escritor inglés Véale agrega: "Para la mente secular qui­zá resulte que lo mejor que puede decirse del lanzamiento de la primera bomba atómica es que la muerte cayó literalmente del cielo azul sobre la ciudad condenada. Lo que ocurrió allí pue­de parecer menos turbador que lo que ocurrió unos meses antes en Dresden, cuando una gran masa de mujeres y niños sin ho­gar se puso en camino hacia ahí y tuvo que correr alocada por una ciudad desconocida en busca de un lugar seguro, en medio de explosiones de bombas, fósforo ardiendo y edificios que se derrumbaban.

"Durante un breve espacio de tiempo después de la incursión sobre Dresden, se hizo un intento por parte de algunos sectores de la prensa británica de presentar esto como un glorioso éxito que no debía dar motivo para la modestia ni para la reticencia.' Así, en su número 18 de febrero de 1945, nos encontramos con que Howard Cowan, corresponsal de la Associated Press en el Cuartel General Supremo de París, informaba a "The People"; "La Guerra total aérea contra Alemania se ha puesto de mani­fiesto de manera evidente con el asalto sin precedente a la capital llena de refugiados hace dos semanas, y los subsiguientes ata­ques contra otras ciudades abarrotadas de personas civiles que huyen del alud ruso en el Este".

"La incursión aérea en masa contra Dresden, el 13 de fe­brero de 1945, habrá de ocupar forzosamente —concluye Veale— un puesto entre los grandes acontecimientos de la historia “ (1).
Mr. J. M. Spaight, ex Secretario del Ministerio Británico del Aire, escribió un libro para justificar los bombardeos "estratégicos", y sin embargo, posteriormente no aprobó lo hecho en Dresden. La ciudad atestada de refugiados civiles alemanes fue atacada con 650,000 bom­bas incendiarias —según dice— y con centenares de bombas de frag­mentación hasta de 4,000 kilos. "Todas —agrega— se lanzaron sobre el centro de la ciudad en el Altstadt, la zona donde se ubicaba el famoso Museo de Zwinger, la Casa de la Opera. Todo cayó envuelto en llamas; el corazón de Dresden fue calcinado. Se des­truyeron 27,000 casas y 7,000 edificios públicos; más de 20,000 personas murieron. Las razones para la destrucción de Dresden serían convincentes si la parte industrial y los ferrocarriles hubie­ran sido el blanco de las bombas, pero no lo fueron... No hubo aterrorizadas evacuaciones de ciudades como Douhet había predicho,' aunque los ataques fueron en escala mucho mayor de lo que él podía imaginarse. La población civil soportó la prueba con sorprendente estoicismo". (2)

Otro británico, el comodoro del aire L. MacLean, censura que el Estado Mayor Aéreo inglés se hubiera alejado en la segunda guerra mundial de su antigua tradición, hasta el grado de abandonar "los últimos restos de humanidad y caballerosidad". Concluye que el "ex­perimento" terrorista fue un fracaso porque "la nación que sufrió bom­bardeos en escala nunca antes imaginada no se doblegó bajo el te­rrible castigo". (3)

(1) El Crimen de Nuremberg.-F J. P. Veal'-Londres.
2) El Fantasma de Douhet.-J. M. Spaight.-Londres:
(3) La Ofensiva de la Aviación de Bombardeo.- Comodoro L MacLean Gran Bretaña.

Parcialmente pudieron computarse en Alemania los siguientes daños causados por el terrorismo aéreo:

Civiles muertos 593,000
Civiles gravemente heridos 620,000
Viviendas arrasadas 2.250,000
Viviendas dañadas gravemente 2.500,000

A un promedio de 5 personas por familia, quedaron más de 23 millones de alemanes sin hogar. Hubo ciudades como Emden, Prüm, Wesel, Zulpich, Emmérich, Julich y otras muchas cuya área destruida oscilaba entre el 80 y el 97%.
Y mientras el terror aéreo proseguía y la situación empeoraba en todos los frentes, el 11 de marzo Hitler hizo otra excitativa: "En la historia —dijo— sólo fallan los que se muestran ineptos, y el Señor del Universo ayuda sólo a aquellos que están resueltos a ayudarse a sí mismos... El remedio es claro para todos: seguir resistiendo y atacando a nuestros enemigos hasta que finalmente se agoten".

En esos momentos Alemania era devastada por ejércitos y flotas aéreas qué convergían de los cuatro puntos cardinales. "Para el 15 / de marzo —dice el general Marshall— no había ni una sola di­visión alemana de reserva. Durante la crítica semana que ter­minó el 22 de marzo, solamente los aviones de los Estados Uni­dos efectuaron 14,430 ataques con bombarderos pesados, 7,262 con bombarderos medianos y 29,981 con aparatos de comba­te... Los alemanes ofrecieron encarnizada resistencia en algunos puntos aislados".

El 20 de marzo el general Guderian, ¡efe del Estado Mayor Gene­ral, le sugirió a Himmler que ofreciera la rendición. Al enterarse de esto, Hitler le dijo a Guderian que evidentemente se hallaba fati­gado y que se tomara una licencia de seis semanas. Guderian fue sus­tituido por el general Hans Krebs.

Una de las primeras batallas importantes que libró el avión de cho­rro Me-262, que a la vez fue la última de la guerra/ocurrió el 18 de marzo (1945) en el área de Berlín. 1,200 bombarderos y su escolta de 600 cazas fueron embestidos por una veintena de Me-262, los cuales perforaron fácilmente el cordón defensivo y lograron abatir 25 superfortalezas y 7 monomotores.

El teniente coronel Walter Nowotny, de 22 años de edad, fue uno de los primeros comandantes alemanes de caza a chorro y pereció cuando llevaba 251 aviones abatidos, la mayor parte de ellos en el frente soviético. El teniente Clostermann, de la escuadrilla de la Royal Air Forcé que abatió a Nowotny, dice acerca de ese suceso:

"Esa noche, en el casino, su nombre se introduce a menudo en la conversación. Hablamos de él sin rencor y sin odio. Cada uno de nosotros evoca los recuerdos a él asociados, con respeto, ca­si con afecto. Es la primera vez que escucho una conversación de este tono en la RAF, y también la primera vez que oigo ex­presar abiertamente esta curiosa solidaridad existente entre los aviadores de caza, por encima de todas las tragedias y de todos los prejuicios... Nuestro consuelo de hoy consiste en saludar a un enemigo valiente que acaba de morir, en proclamar que Nowotny nos pertenece, que es parte de nuestra esfera en la cual no admitimos ni ideologías, ni odios, ni fronteras. Esta ca­maradería nada tiene que ver con el patriotismo, la democracia, el nazismo o la humanidad. Todos estos muchachos lo comprenden esta noche por instinto. Y si hay quienes se encogen de hom­bros, es que no saben, no son pilotos de caza"... (I).

(1) Durante toda la guerra hubo las siguientes marcas extraordinarias de pilotos aliados: teniente coronel John C. Meyer, americano, 24 derri­bos en'Europa: teniente Fierre Clostermann, francés, 33; capitán J. E. John­son, inglés, 38; mayor Richard I. Bono, americano, 44, en el Frente contra el Japón, y coronel Alexander Pokryshkin, soviético, 67.

El capitán Barkhorn, con más de 300 victorias en el frente soviético, ¡fue otro de los que participaron en las últimas luchas, junto con el general Galland, acreditado con más de cien derribos. En varias oca­siones se había interrumpido la producción en serie de los cazas de chorro y sólo unos cuantos entraban en la lucha, pero llegaron a pro­vocar alarma. Los pilotos aliados reportaban que eran atacados por "sombras" desde gran distancia, y que sus aviones ardían en cuanto eran tocados por el proyectil-cohete R-4M que los alemanes empe­zaban a usar. El general Spaatz, comandante de los bombarderos ame­ricanos, informó que sería imposible proseguir la ofensiva durante mucho tiempo.

Entre el 22 de febrero y el 26 de marzo, las pérdidas de las avia­ciones aliadas subieron alarmantemente a 7.5 aparatos (muchos de ellos tetramotores) por cada avión alemán abatido, según la inves­tigación del profesor O. P. Fuchs, experto de la Comisión Norteame­ricana de Aeronáutica.

Pero ya era demasiado tarde para que el Me-262 cambiara el curso de la guerra. Muchas de las plantas en donde se producía estaban siendo capturadas por el avance aliado. El 4 de abril apareció tam­bién en combate el Heinkel 162 ("caza del pueblo"). En sólo 6 mi­nutos ascendía a 6,600 metros y desarrollaba 840 kilómetros por hora. Se había proyectado construir miles de estos aparatos en unas cuan­tas semanas, pero ya no iba a ser posible lograrlo. Potencialmente, la Luftwaffe seguía así a la cabeza en calidad, pero su oportunidad. había pasado por estrecho margen y la guerra tocaba a su fin.

Los aviones alemanes que aún hacían vuelos contra las fuerzas bol­cheviques se encontraban frecuentemente sujetos a dos fuegos. Re­gresaban del frente soviético y sus bases estaban siendo atacadas por bombarderos de las potencias occidentales. Las más inverosímiles batallas tuvieron lugar durante los últimos meses de la guerra, cuan­do el campo de maniobra alemán se vio comprimido entre las fuerzas numéricamente superiores que lo invadían por el oriente, por el sur y por el occidente.

Sintomático de ese espíritu de combate que animó a la Luftwaffe, fue la conducta del coronel aviador Rudel. En su hoja de servicios, tenía acreditada la destrucción de 552 tanques rusos en 2,500 ac­ciones de combate. En marzo de 1945 fue alcanzado por un obús y perdió una pierna; tres semanas después, con el muñón aún no cicatrizado del todo, participó en las últimas batallas del Oriente y. abatió 20 tanques más. Ostentaba la condecoración más alta que llegó a otorgar Hitler.

Prácticamente el frente terrestre alemán en el Oeste ya había des­aparecido en los primeros días de abril, al contrario del frente contra el bolchevismo, que seguía siendo el más organizado y el de mayores efectivos. Así ocurrió que algunos científicos alemanes se entregaran' voluntariamente a las fuerzas angloamericanas y ofrecieran al Occi­dente los secretos de sus nuevas armas, con la esperanza de lograr para Alemania mejores condiciones de paz y quizá conjurar el des­bordamiento del bolchevismo.

(1) Al parecer estos emigrantes habían mantenido secreta comunicación con el movimiento judío de resistencia que operaba en Alemania y que realizó notables actividades de sabotaje y espionaje.

Por otra parte, destacamentos especiales angloamericanos, signi­ficativamente orientados por guías israelitas que habían emigrado de Alemania antes de la guerra, (I) se dirigían certeramente a las fá­bricas y laboratorios subterráneos en busca de un botín de guerra que tenía prioridad sobre todo lo demás: armas secretas. De esta ma­nera fue posible que semanas antes de que 'cesaran las hostilidades, los secretos atómicos alemanes cayeran en poder de Estados Unidos, que a su vez hacía experimentos en Álamo Gordo, Nuevo' México. (Meses más tarde la primera bomba atómica pudo ser arrojada sobre Hiroshima para acelerar la rendición del Japón).

EL BOLCHEVISMO IRRUMPE EN ALEMANIA

A principios de 1.945 las guarnicio­nes alemanas en suelo polaco trata­ban de frenar el avance bolchevique. Unas sucumbían y otras capitulaban cuando sus comandantes creían que la orden de resistir era absurda. En la plaza de Glowno el ge­neral Matern se rindió con dos mil soldados. Los heridos esperaban con espanto la suerte que les aguardaba, conocedores de la indi­ferencia con que el Ejército Rojo veía a todo hombre, propio o extraño, que ya no servía para el combate o para el trabajo. Pero nunca imaginaron lo que iba a ocurrir: a los heridos no graves se les envió a limpiar minas y a reparar caminos en tanto que a los heridos graves se les achicharró con lanzallamas.

Y cuando el ejército bolchevique comenzó a irrumpir en suelo ale­mán, estalló una orgía apocalíptica contra la población civil. El ¡efe de la propaganda en la URSS, el judío llya Ehrenburg, realizó un no­table trabajo de emponzoñamiento mental entre las masas asiáticas e ignorantes del Ejército Rojo; con una habilidad extraordinaria les cultivó los más oscuros instintos. Durante los tres últimos años había venido machacándoles la idea de que las mujeres alemanas serían bo­tín de guerra y de que deberían matar sin complacencia a las fascistas y a sus parientes. Todos los frenos interiores qué el ser mes igno­rante lleva en el fondo de su conciencia, fueron rotos o adormecidos por esa propaganda constante que apagó los más leves escrúpulos.

Para redondear, esta tarea psicológica de envenenamiento mental se repartió abundante vodka entre las tropas bolcheviques que pisa­ban suelo alemán.

Todo poblado y toda aldea cayó en un infierno inenarrable. An­cianos asesinados a golpes porque tenían algún hijo en las SS; civiles muertos a tiros en la nuca delante de sus familiares; civiles requisa­dos como bestias para cargar abastecimientos o arrojados ante las líneas alemanas para que hicieran estallar minas al pisarlas. Niñas de 12 años y mujeres hasta de 70 ultrajadas públicamente y en masa; cria­turas que lloraban y gritaban presas de espanto al ser obligadas a presenciar aquellas torturas de sus madres; niños arrancados de sus padres y llevados al Oriente; muchachos de diez años requisados por el Ejército Rojo; saqueos de ropa y de víveres, mujeres semidesnudas abandonadas en los caminos para morir lentamente de hemorragia y de frío.

Todo lo que se temía del Oriente, monstruosamente superado por aquel infierno... Caravanas aterrorizadas de civiles comenzaron a huir hacia retaguardia. En carros y a pie recorrían caminos llenos de nieve y a veces alcanzados por tanques soviéticos que se divertían dispa­rando contra esos blancos inermes, para luego caer sobre las mu­jeres. Hubo casos en que no respetaban ni a las muertas.

En la confusión de la huida —agravada por los ataques rasantes de los aviones soviéticos—, madres que perdían a sus hijos y niños que buscaban aterrorizados a sus madres. A veces la marcha se pro­longaba tanto, por los caminos nevados, que entumecidos fugitivos perdían los pies como si fueran de cristal, al quitarse las botas. En­fermos corroídos por dolores intestinales al cundir las epidemias. Sol­ dados heridos que huían entre la población civil o que fatigados se suicidaban.

Había también caravanas de prisioneros ingleses, americanos y rusos que voluntariamente se alejaban del frente soviético. Trabajadores franceses y polacos engrosaban la huida.

Los restos de la marina alemana se dedicaron infatigablemente a evacuar civiles de Prusia Oriental, Transportaron cerca de millón y medio de desventurados, no sin padecer espantosos desastres. La flota submarina soviética del Mar Báltico, inicialmente integrado por 94 unidades, había sido mantenida a raya durante toda la guerra. En 1941-42 había hundido 24 naves alemanas, inclusive lanchones, al incosteable precio de 37 submarinos destruidos. Pero en los últimos días pudo aprovecharse del blanco fácil que ofrecían los transportes. El vapor "Wilhelm Gustloff" fue torpedeado de noche por un submarino ruso y de sus 5,000 ocupantes sólo mil pudieron ser rescatados de las frías aguas del Báltico.

El barco "General Steuben" que zarpó de Prusia el 9 de febrero con dos mil heridos y mil fugitivos, en su mayor parte niños, también fue alcanzado por un torpedo y su proa se clavó- inmediatamente en el agua. Los que viajaban en cubierta se apeñuscaban en la popa, pero al escorarse la nave y al cundir el pánico muchos niños y adul­tos resbalaban hacia el agua o caían en las hélices. Algunos hombres que llevaban pistola se suicidaron. Y los dos mil heridos trataban vanamente de salir a cubierta. Cuando se hundió de pronto lo que sobresalía del barco, "dos mil gritos de los encerrados en el interior terminaron repentinamente, sin intermedio, como cortados por un úni­co y terrible tajo". Al desaparecer la nave hizo un remolino tan ver­tiginoso que se tragó a los que nadaban a su alrededor.

El transporte "Goya" sufrió una suerte semejante con 7,000 fugi­tivos, de los cuales se salvaron sólo 170. Y cuando los aliados se dieron cuenta de estas evacuaciones sembraron de minas desde el aire las bahías de Lubeck y de Kiel, para evitar que continuaran.

Tropas alemanas que lograron arrebatar algunas aldeas a los so­viéticos, presenciaron huellas horrendas y escucharon de los supervivientes relatos que encendían inaudita desesperación. Aquello con­trastaba sarcásticamente con el respeto que el Ejército Alemán había tenido para la población, civil en las zonas ocupadas. Un respeto que se mantuvo inalterable incluso ejecutando a los esporádicos infractores. El cabo Paul Scholtis (I) decía con furor impotente: "No teníamos razón; tenía razón Hitler, tenía razón Koch, tenían razón todos los que querían aniquilar, derribar y exterminar. Si no hubiéramos dejado a uno con vida, no estarían aquí y no podrían violar, asesinar y arrasar... Frente a los bolcheviques y frente a todo el Este no cabe política alguna humanitaria; es cuestión de vida o muerte para los países civilizados- y se llevará la victoria el que primero y mejor extermine al otro. Hitler lo ha comprendido así, y nosotros, todos los que teníamos escrúpulos de conciencia y hasta hemos saboteado sus órdenes o no las hemos ejecutado, no hemos comprendido la necesidad del momento". (2)

(1) "Comenzó en el Vístula".—Jurgen Thornwald.
(2) Se refería, por ejemplo, a la "Orden de los Comisarios", de Hitler, según la cual debería ejecutarse a todo comisa

rio judío capturado.

"¿Ha visto usted los niños de pecho asesinados en Neutief? ¿Ha visto a las mujeres que apenas podían arrastrarse, ultrajadas 40 veces? ¿Y a las niñas de 12 años que se desangraban con sus cuerpos estragados?... ¡Qué terriblemente nobles se presentan esos fariseos! ¡Luchan por la humanidad y el Dere­cho! ¡Qué bien suena! Y se unen a un continente de bestias... En pocos años comprenderán su estupidez cuando les llegue hasta el cuello, cuando les llegue al propio cuello la ola de asesi­natos.

Entonces despertarán asustados... Náuseas me sobrevie­nen cuando escucho la propaganda radiada de Londres y Nueva York, como si nos quisieran enseñar- Derecho y humanidad…
Los pueblos civilizados reprobarán alguna vez su propia historia política, pero entonces será demasiado tarde... "¿Para qué hemos de seguir luchando? ¿Para Europa y para los otros que en nombre de Dios escriben nuestros pecados con letras mayúsculas y los de los rusos con minúsculas apenas legi­bles? ¡No! Para eso, perezcamos antes; arrojémonos, sencilla­mente, en los brazos del infierno que viene del Este".


UN EJÉRCITO NO VENCIDO POR NINGÚN OTRO

La disciplina se quebrantó gra­vemente en los primeros meses de 1945. Restos de los ejércitos 2o. y 3o. UN retrocedían confusamente en la zona de Prusia Oriental. Las SS intervinieron con implacable fanatismo y colgaban a los de­sertores. En Koenigsberg y en Dantzig muchos soldados acabaron sus días pendiendo de andamios o postes de alumbrado, con letreros que decían: "Cuelgo aquí porque abandoné mi unidad". "Yo soy un desertor". "Fui cobarde en el combate".

El 24 de abril (1945) terminó la penúltima gran batalla del frente germanosoviético. Remanentes de 50 divisiones alemanas, con efec­tivos correspondientes a 3 1 (470,000 hombres) lucharon de espaldas al mar durante 101 días contra 60 divisiones soviéticas, diez de las cuales eran blindadas. Tan sólo en la zona de Koenigsberg perecieron, 42,000 soldados. Para entonces los soviéticos tenían una superiori­dad de 11 a 1 en infantería y de 20 a 1 en artillería.

Casi seis años después de iniciada la contienda, los ejércitos de las potencias occidentales y el ejército bolchevique convergieron en el corazón de Alemania. Los soviéticos franquearon su cortina de hierro e hicieron su aparición en la Europa Central. Quienes los contem­plaban por primera vez quedaron sorprendidos al ver cuan alto por­centaje de masas desorganizadas, primitivas y sanguinarias, constituían las últimas reservas de los 30 millones de hombres movilizados por el bolchevismo en cuatro años de lucha.

El general Frantiseck Moravek, jefe de Inteligencia1" de Checoslo­vaquia, refirió que las divisiones soviéticas aparecieron en Praga, en Budapest y en Belgrado arrastrando primitivos convoyes de abaste­cimientos y artillería. Y es que cantidades fantásticas del equipo ruso y de las armas enviadas por Roosevelt y Churchill habían sido ya consumidas en las enormes batallas del frente oriental. "En los años de 1941 y 1942 y al comienzo de 1943—dice el general MorAvek— el ejército rojo se pudo sobreponer a varias crisis que bien pudieron haber sido fatales; y en cada ocasión logró es­capar de una derrota total por un margen milimétrico".

El teniente D. J. Goodspeed escribió en "La Guerra en el Frente Oriental" (Canadian Army Journal) que "en 1945 los jefes de la Unión Soviética estaban alarmándose por la situación de los recursos humanos.".. No hubo jefe de las potencias occidentales en 1914- 1918 que soñara en incurrir en bajas comparables a aquellas su­fridas por el Soviet en 1941-1945".

Las bajas totales, incluyendo muertos, heridos y prisioneros, sobrepasaban ya la cifra de 18 millones de hombres, y esto explica por qué Stalin 1e dijo a Roosevelt y a Churchill (conferencia de Teherán, noviembre 30 de 1943) que el ejército rojo se hallaba atenido al éxito de la invasión angloamericana en Francia y que estaba ya fa­tigado a causa de la guerra".

Y mientras los soviéticos irrumpían por el; oriente y, el sur de Alemania, por el occidente avanzaban el primer ejército canadiense, el 2o. británico, cinco ejércitos norteamericanos y un ejército francés. Un total de 90 divisiones occidentales, incluso 15 blindadas. "A pesar de que dos tercios del ejército alemán estaban comprometidos en la lucha del frente ruso —admite el general norteamericano Marshall—.nuestro país tuvo que emplear todos sus hombres idóneos a fin de hacer la parte que le tocaba... A pesar de nuestra aplastante superioridad aérea y la concentración de fuego, ésta ha sido la más costosa de todas las guerras en las que se ha visto envuelta nuestra nación.

La victoria en Europa, solamente, nos costó 722,627 bajas, inclusive 160,045 muertos". Por su parte, el ejército alemán había padecido más de seis millo­nes de bajas. Consumido —no precisamente derrotado— iba a des­aparecer en la tumba de la historia llevándose la hazaña de ser un ejército invicto. Ningún otro de sus numerosos oponentes lo había vencido por sí solo. Para aniquilarlo por consunción fue innecesaria la abrumadora amalgama de heterogéneos ejércitos movilizados de to­dos los confines del mundo por el Poder Judío Internacional.

El ejército alemán fue el fulgor centelleante de un pueblo que re­clamaba su derecho a la existencia y a la libertad. Eso le dio fuerzas para su incesante bregar de seis años en los cuales fue consu­miéndose en las frías tierras de Noruega y en los candentes desiertos de África; en los bosques de Francia y en las estepas rusas.

Ningún ejercitó en particular, ni igual ni superior en número, in­tentó por sí solo enfrentarse al ejército alemán. Ni el ejército rojo, por cuyas divisiones más de veinte millones de hombres se volcaron durante cuatro años de combate, pudo sostenerse y triunfar por sí mismo. Pese a sus vastos territorios, a sus enormes recursos materia­les y a sus imponentes reservas humanas de innegable dureza, el ejér­cito rojo se vio forzado a morder su orgullo y a implorar cada día mayor ayuda del resto del mundo.

Si se admite que entre los vencedores hubo rasgos heroicos —y naturalmente que los hubo—, y si se admite que el esfuerzo del ejér­cito rojo —apoyado por su superioridad numérica y por la ayuda moral y material de todo el mundo— es un hecho relevante en la historia de las armas, entonces también debe admitirse qué el sacrificio del ejército alemán alcanzó las más altas cumbres del esfuerzo humano.